El escritor. Capítulo 10

 

Andaba siempre el escritor en busca de la palabra inspiradora, de aquella que, incluida en su próxima historia, resultara ser la clave.

A veces se presentaba sola y tocaba a la puerta de su mente siempre abierta. Otras la buscaba en charadas, especie de juegos de adivinar palabras a los que gustaba enfrentarse.

Esta fue su décima charada, su décima palabra y su décima historia:

 

El color 2ª4ª de aquella tierra habla de su fecundidad. El lugar está 1ª2ª3ª4ª, solitario. Pero queda 1ª3ª4ª a aquellos parajes por su encanto y decide establecerse allí. Durante meses lo prepara todo y llama 1ª su familia para que 2ª3ª de inmediato. Emplea una gran lona para 3ª2ª la cabaña y la 1ª3ª al suelo. Cuando llegan su esposa y sus hijos 1ª2ª3ª la lona y observa divertido su cara de sorpresa. Tienen por delante una vida de aventura.

Habían llegado hasta allí buscando un lugar apartado y verde. El matrimonio había llevado consigo a sus dos hijos pensando en disfrutar de unos días en plena naturaleza. Avistaron un lago rodeado de grandes árboles. Bajando hasta allí encontraron una tablilla con una advertencia que habían tomado en serio demasiado tarde, cuando se encontraban justo donde no debían según el aviso. El lugar era sombrío, misterioso por la belleza del entorno y el silencio que allí imperaba. Se trataba de un lago rodeado de naturaleza salvaje. En ella los árboles eran los únicos seres vivos, nada más existía, ni siquiera las aves o los insectos. De ahí el silencio. Aquel lugar les lanzaba un mensaje claro y terminante: «ellos sobraban».

¿Cuál era la causa de aquella rara circunstancia? Tenían dos opciones: buscar la respuesta o largarse si aún estaban a tiempo. Eran demasiado curiosos para descartar la primera opción mas llevaban dos niños consigo.

Otro hecho insólito vino a obligarlos a tomar una decisión. De improviso se perdió la luz. Miraron los relojes, habían pasado pocos minutos de las cuatro de la tarde. Se dispusieron a acampar. Oyeron un rugido, el despertar de alguna fiera hasta ahora silenciosa. Algo se movía en el lago provocando olas que llegaban hasta la orilla donde habían instalado su campamento.

Una enorme cabeza se hizo visible, los ojos sanguinolentos miraban directamente hacia ellos. Poco a poco fue emergiendo el resto del cuerpo. Era un reptil de proporciones extraordinarias. Empezaron a explicarse la ausencia de vida por esos parajes y temieron por la suya.

Huyeron, el reptil sacó todo su cuerpo para seguirles por tierra. Cuando habían interpuesto una buena distancia, se percataron de que ya no los seguía y de que había regresado al campamento donde daba buena cuenta de todos los enseres que allí habían abandonado: tienda, mochilas…, todo iba desapareciendo por la boca, como si fuera una gran cloaca. Cuando no quedó más que la tierra y los objetos menudos volvió por donde había venido y dejó de vérsele.

Pensaron llegado el momento de dar por acabada su estancia allí ya que tenían la respuesta que buscaban. Aún siendo conscientes de la dificultad que entrañaba andar en la oscuridad, abandonaron las cercanías del lago alejándose hacia la montaña, donde la vegetación era más baja y escasa, lo que les permitía un radio de visión más amplio. Cuanto más se alejaban la presencia de animales se hacía evidente, tanto que se cruzaban con ellos sin que mostrasen temor.

Empezó a amanecer, estaban lejos de cualquier población e incluso de algún refugio. Habían pasado la noche caminando y sin dormir. El sol salió tímido pero suficiente para proporcionar algo de calor, cayeron rendidos y durmieron hasta el mediodía. Se les planteó qué dirección tomar; no disponían de ningún mapa ni brújula pero sí sabían que buscando la cima se alejaban del peligro y, una vez arriba, podrían divisar algún signo de civilización.

Iniciada la marcha vieron venir hacia ellos un grupo de hombres. De ellos recibieron la información que necesitaban: se encontraban a seis kilómetros de la población más cercana y, poco más allá, en la misma dirección, encontrarían un camino que allí conducía. Los invitaron a comer del queso y el pan que llevaban. Mientras tanto, contaron lo que les había sucedido en el lago.

-Hacia allá vamos, – dijeron los hombres sin mostrar sorpresa y enseñando las armas que portaban, sobre todo arpones – conocemos su existencia. Necesitamos el agua del lago y los beneficios que reporta en cuanto a la existencia de peces, aves y otros animales. Nos vendría bien que nos mostrarais el punto del lago por donde salió ese monstruo.

La pareja y sus hijos se manifestaron remisos a volver pero acordaron con ellos que, tras llevarlos a ese punto, habría terminado su colaboración.

Aunque habían caminado durante la noche, sabían seguir el rastro que ellos mismos habían dejado. Llegados al borde del lago alejaron a los niños a una prudencial distancia y ofrecieron su ayuda que fue aceptada tras insistir. Les dieron un arpón mientras preparaban una masa con pescados y carnes en putrefacción y de ella hicieron varias bolas que servirían de carnaza. Algunas lanzaron al lago y otras las dispusieron en tierra.

No tardaron en ver ondas en la superficie del agua y, segundos después, las olas que mojaron la tierra más allá de donde ellos pisaban. Aguantaron firme, a pesar de sentir el agua mojándoles las piernas, esperando la aparición del monstruo que no se hizo de rogar.

Lo hizo con violencia y, antes de llegar a la orilla, salió del agua en vertical haciendo inútil los disparos de los arpones por encontrarse demasiado lejos. Se sumergió de nuevo con gran estruendo para aparecer de igual forma unos metros más adelante. Fueron disparando de uno en uno; el primero no llegó a su objetivo y cayó en el agua, el segundo se clavó en el lateral, lo que no impidió que siguiera avanzando; el tercero fue hasta el ojo derecho y rebotó en el párpado que vino a cerrarse al ver acercarse el acero. Eso les hizo ver la dificultad de su empresa al toparse con una piel de gran dureza.

Los que aún no habían disparado aguantaron hasta verlo próximo a la orilla y lanzaron los arpones al unísono. Todos acertaron llegando a traspasar la piel. El animal quedó paralizado, aturdido. A ellos les quedaba un último recurso que iban a emplear; si no daba resultado tendrían que salir corriendo. Se trataba de un arpón más largo y grueso, provisto en su interior de un explosivo que detonarían a distancia.

Había que acertar, no dispondrían de una segunda oportunidad. Entre dos echaron sobre sus hombros una especie de lanzagranadas que un tercero cargó con el arpón. El de delante sería el encargado de apretar el gatillo, al resto no le quedaba otra que esperar. La gran serpiente empezó el acercamiento con lentitud y sacando sólo la cabeza del agua. Cuando todos esperaban el disparo por considerar que la distancia era apropiada para acertar, éste no se produjo. El arpón salió del arma a gran velocidad justo cuando el animal, casi encima de ellos, abría las fauces. El arpón desapareció de la vista de todos y lo atribuyeron a un fallo. Mas la serpiente cayó hacia atrás en el agua y se sumergió.

-Se lo ha tragado, acerté en su boca – gritó el tirador.

La indecisión se apoderó de todos excepto de éste que, una vez más, hizo gala de un cuajo que había exasperado a los demás. Sacó del bolsillo de su chaleco un pequeño detonador y pulsó el único botón. Un segundo después se oyó una explosión amortiguada que provocó una gran burbuja ascendente acompañada de grandes trozos de carne sanguinolenta. Respiraron aliviados.

Les pareció muy corto el camino de regreso al pueblo. Los niños, testigos a distancia de la operación, no paraban de contarla con gran entusiasmo y aspavientos  realzando el último disparo certero, el que había conseguido el propósito que los había llevado hasta allí.

A la mañana siguiente, provistos de otras mochilas y alimentos, buscaron el coche en las cercanías y regresaron a la ciudad. Antes de su llegada se toparon con un gran atasco provocado por un accidente. No pudieron evitar hacer una comparación viendo en la larga sucesión de vehículos la misma forma y un modo similar de desplazamiento que la serpiente.

Se lo tomaron con paciencia y pensaron que el peligro estaba en todas partes pero que, no por ello, renunciarían a la aventura. Sus hijos estaban de acuerdo.

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