El escritor. Capítulo 12

Andaba siempre el escritor en busca de la palabra inspiradora, de aquella que, incluida en su próxima historia, resultara ser la clave.

A veces se presentaba sola y tocaba a la puerta de su mente siempre abierta. Otras la buscaba en charadas, especie de juegos de adivinar palabras a los que gustaba enfrentarse.

Esta fue su duodécima charada, su duodécima palabra y su duodécima historia:

Es en su 1ª2ª donde el 1ª2ª3ª4ª se cree dueño de su propio destino, se 2ª seguro en el castillo que lo defiende de los embates de la mar. El capitán y la marinería 1ª2ª3ª manteniendo el rumbo hacia tierras lejanas. En momentos de calma la mar los mece y las leves olas les susurran una 1ª1ª. Cuando la mar se encrespa la oye advertirle: «2ª4ª, nadie 4ª ha llamado, nadie 4ª conoce». «Pues 2ª4ª acostumbrando», le responde.

Cuando le decían,con una expresión que oía por primera vez, que «picaba muy alto» respondía que estaba convencido de lo que quería y que no dejaría de buscarlo.

Lo que pretendía podía ser considerado como pretencioso o como utópico mas él lo creía posible y estaba dando los pasos necesarios para llegar hasta la reina. Una vez ante ella usaría su labia para convencerla. Hasta ese punto era optimista o iluso. Era curioso que, sin embargo, llegar hasta ella estaba resultando lo más difícil.

Estaba ya dispuesto a cambiar su estrategia para dirigirse al rey cuando dio con las personas adecuadas, las que lo llevarían en cuestión de unos meses ante la reina.

Los que lo veían en la corte allá donde ésta se trasladara terminaron por recomendarle que si quería llegar a los reyes, lo más seguro era hacerlo a través de la Iglesia.

-Compréndelo, tú no tienes un nombre – le decía un caballero venido a menos. Lo había visto en la taberna varias veces, iba allí buscando el vino al que quisieran invitarle.

-¡Me llamo Cristobal!

-Pues eso, ¿quién es Cristobal? – intentaba hacerle entender mientras echaba al coleto el primer vaso.

-No me líes. Cristobal soy yo.

-Ya hombre, ya. Hablando en plata, si quieres llegar hasta lo más alto pasa primero por la Iglesia, ellos te llevarán hasta los reyes.

-¿Tanta influencia tiene la Iglesia?

-Mira si no. ¿Quién creó el tribunal del Santo Oficio?

-¿El qué?

-La Inquisición.

-No sé qué es.

-Pues procura que te pille confesado si eres un hereje, un brujo, judío o moro.

-Yo soy un marino que quiere prestar un buen servicio a la corona. Si es que quiere enterarse.

-Ahí está. Volviendo a lo de antes: la religiosidad de los reyes es evidente, hasta han empezado a llamarlos los «reyes católicos». Por tanto, no dudes del poder de la Iglesia, le teme todo el mundo.

Tomó el consejo como válido y visitó el monasterio franciscano de Santa María de La Rábida, en Palos de la Frontera, donde le permitieron hospedarse. Al principio asistía a todas las misas y rezos como si fuera un fraile más. En el refectorio entabló amistad con fray Juan Pérez y fray Antonio de Marchena quienes, viéndolo muy verde en muchas disciplinas y conocimientos excepto en la navegación, decidieron acogerlo bajo su protección.

-Parece que hayas pasado tu vida en la mar.

-Así es. Desde niño. En las naves me encomendaban los trabajos más serviles y tenía que aguantar las chanzas de los marineros. Pero en una ocasión, al morir el piloto en plena navegación, le dije al capitán que podía hacerme cargo del timón. Mi ofrecimiento provocó una gran risotada pero expliqué como el piloto me había enseñado todos los «secretos» que él conocía y que pasaron a ser míos. El capitán no disponía de nadie con tales conocimientos; así que me puso a prueba. Al comprobar que todo era verdad no dudó en enseñarme más cosas, de forma que nada en un barco podía sorprenderme y, con 18 años, me pusieron al frente de mi primer barco como capitán.

Supo agradecerles y aprovechar sus clases de latín, de matemáticas y otras ciencias. Al mismo tiempo, él les exponía el proyecto que estaba madurando para ofrecerlo a los reyes. Los frailes se pusieron en contacto con Martín Alonso Pinzón, el marino más afamado de aquella zona, que quiso conocer al tal Cristobal.

Las teorías de Cristobal convencieron tanto a Martín que pidió a los frailes poder visitarlo con la frecuencia que le permitieran sus viajes.

En lo que ambos marinos coincidieron desde el principio fue en la redondez de la tierra. Pero Martín Alonso quiso saber en qué se basaba Colón para elegir el rumbo hacia el oeste.

-En el primer barco que comandé se enroló un marino que contaba al que quería oírle que había sobrevivido a un naufragio que los llevó a unas islas que nadie conocía. Hablé con él y supe que decía la verdad y, basándome en los datos que pudo darme, creo que esa ruta es la correcta para llegar a esas nuevas tierras.

A partir de entonces, los frailes dispensaron a Cristobal de los rezos aunque no de las misas. Esta dispensa le otorgó un tiempo libre del que antes no disponía. Lo dedicó a poner en documentos el proyecto abarcando todas las necesidades del viaje en cuanto a naves, marinería, tiempo y coste de la empresa. Hacía también mención a los beneficios que aportaría a la corona. En documentos aparte, redactó en uno las prebendas que esperaba obtener si la empresa alcanzaba el éxito y en otro la tierra que iban a encontrar los marineros que allí arribaran, llena de riquezas y posibilidad de comercio. Escribió este último para Martín al que veía como su mayor valedor al disponer de dinero y prestigio, así como conocimientos de la mar y el arrojo suficientes para correr la aventura.

Cuando Martín dijo a los frailes que el proyecto merecía la pena, los frailes no dudaron en escribir una carta recomendándolo nada menos que al confesor de la reina, Hernando de Talavera, fraile de la misma orden.

-Mira, Cristobal, si Hernando no lo consigue, despídete.

-¿De quién?

-De tu proyecto o, al menos, de presentarlo a la reina.

Hernando no era un fraile a la usanza, siempre quería convencer con la palabra y no con el miedo, era contrario declarado de la inquisición lo que le costó ser perseguido cuando perdió la protección de la reina al morir ésta.

Leyó la carta ante él y cuando alzó la vista lo examinó con interés.

-Muy buena impresión ha debido causar en mis hermanos en Cristo cuando lo recomiendan con tanto afecto.

-Durante mi estancia en el monasterio de Santa María llegamos a consolidar una gran amistad por la cual les estoy muy agradecido. Más aún lo estaré si vuestra reverencia tiene a bien ayudarme en mi cometido.

-Te ayudaré. Y para empezar te daré un consejo: nunca hables más de la cuenta, no des muchos detalles, sobre todo si son innecesarios, afirma siempre que la expedición persigue dos propósitos: evangelizar a los paganos de aquellas tierras y llenar las arcas de los reyes con el oro allí existente; por este orden.

-Un consejo que viene de un sabio no puede ignorarse. Lo seguiré al pie de la letra.

Lo consiguió. La reina lo recibió y, cuando fue a abrir el pico para soltar el discurso que llevaba preparado, fue la reina quien tomó la palabra:

-Fray Hernando me habló de su intención y de que la trae por escrito. La dejará para ser estudiada y se le dará respuesta.

Abandonó aquel salón lleno de tapices y alfombras con la decepción reflejada en el rostro. Sabía lo que eso significaba, habría de esperar la respuesta durante años.

Llegó muy tarde y fue negativa, la misma que recibió en Portugal y por el mismo motivo, rechazaron el proyecto por considerarlo imposible de llevarse a cabo.

No se rindió, anduvo de aquí para allá, exponiendo su proyecto, obteniendo la atención de los marinos, incluso su aprobación y el escepticismo de todos los demás. Fue recibido una vez más por la reina Isabel que lo dejó hablar; el resultado fue el mismo y la respuesta de la comisión idéntica.

Volvió al monasterio de Santa María de la Rábida. Fray Juan y fray Antonio habían sido trasladados a otro monasterio. Otro fraile, que lo recordaba, le recomendó visitar el monasterio de Santa Clara en Moguer.

Las clarisas lo recibieron con recelo y tuvo que emplear toda su capacidad de persuasión para ser oído. Cuando lo dejaron hablar del monasterio vecino y de fray Hernando, se dignaron ir a molestar a la abadesa Inés Enriquez, tía del rey Fernando.

Lo recibió en el claustro y Cristobal pudo comprobar que la abadesa era una mujer acostumbrada a la corte de donde salió para ingresar en la orden y ocuparse del monasterio con más prestigio en la zona y ascendencia ante la corte por razones obvias. No siempre estaba en el monasterio, frecuentemente viajaba a la corte para ver a su sobrino y conseguir por su intercesión favores para el monasterio o para la orden a la que pertenecía.

-Que le conste que lo he recibido por su relación con fray Juan y con los franciscanos.

-Le estoy muy agradecido, madre.

-Lo estará más adelante, pero ahora lo que tenga que decirme hágalo en resumen pues carezco de paciencia.

 Cristobal fue escueto en su exposición y ella rápida en su respuesta.

-Voy a hacer dos cosas por usted, voy a ponerlo en contacto con los hermanos Niño; ellos pueden ayudarlo si consigue convencerlos. Si ha convencido a los Pinzón no creo que le cueste mucho.

-¿Y la otra? – preguntó y se arrepintió de la urgencia.

-Voy a conseguirle la aprobación real.

Ante el silencio de él, que la miraba incrédulo y con la boca abierta, la abadesa insistió:

-¿No me cree capaz?

-Por supuesto. – reaccionó – Es más, estoy convencido.

-Lo verás – le dijo dándole la espalda y desapareciendo por una de las puertas que daban al claustro.

Inés supo  por donde atacar a los reyes, les hizo ver la escasez de recursos en primer lugar. Y después:

-¿Quien dice a vuestras majestades que el proyecto no es viable?

-Una comisión de expertos.

-¿En qué se basan?

-No creen, como Colón, que la tierra es redonda.

-Sin embargo lo creen expertos marinos que están dispuestos a formar parte de la expedición.

-¿Nos estás pidiendo que la autoricemos?

-¿Qué perdéis?

-Prestigio.

-Son ellos los que lo arriesgan todo. Si fracasan, ellos fracasan y nadie los recordará. Si tienen éxito el éxito es de vuestras majestades.

Ambos reyes estaban a dos velas. Sus numerosas campañas bélicas en pos de la reconquista, felizmente acabada tras la intervención en el reino de Granada, habían dejado sus arcas con telarañas. Si, por un lado ese marino les prometía oro y especias sin intermediarios y por otro los marinos más reputados de Palos, Moguer y Huelva estaban dispuestos a aportar las naves y la marinería amén del dinero necesario, a ellos no les quedaba más que dar su aprobación y pedir a la Iglesia sus bendiciones.

La Iglesia, que ya se había inclinado a favor  de Cristobal Colón, dio sus bendiciones a la expedición pero se quedó en tierra: ninguno de sus hijos se prestó a viajar con aquellos aventureros que quedarían expuestos al capricho del mar y a la buena de Dios. Ni siquiera les movió el deseo de convertir y evangelizar.

Martín Alonso Pinzón convenció a sus hermanos sobre la viabilidad del viaje y arriesgó casi toda su fortuna prestándola a la corona para que fuera ésta quien sufragara el viaje. Otros hermanos, los Niño, se unieron a la expedición aportando el resto del dinero y parte de la marinería.

Por su parte, los reyes dieron a Colón un documento para embargar dos embarcaciones que deberían servir para el viaje. Colón, en nombre de los reyes, ejecutó el embargo de las naves que, después serían desechadas y sustituidas por otras que también aportaron los marinos de Palos de la Frontera y de Moguer.

Una vez que la expedición estaba lista para hacerse a la mar, el navegante negoció con los reyes las prebendas que recibiría en el caso de que el viaje tuviera éxito y aportara a la corona los beneficios pretendidos. Los términos de la negociación se redactaron en las llamadas capitulaciones de Santa Fe, lugar a las afueras de Granada donde los reyes habían establecido la corte. En el documento se concedía a Colón los títulos de almirante, virrey y gobernador general de los territorios descubiertos o conquistados.

El atrevimiento de Colón  también quedó de manifiesto en el toma  y daca con los reyes a los que recordó estar necesitados de recursos económicos y no arriesgar absolutamente nada en el viaje, haciendo mención de que el apoyo económico, las naves y la marinería las aportaban otros. Consiguió así, además de los títulos, la décima parte de los beneficios y un impuesto especial sobre las mercaderías.

Redactadas y firmadas las capitulaciones en Abril de 1492, a los reyes les entraron las prisas sin acordarse de que Cristobal Colón había presentado su proyecto a la reina, en primera instancia, hacía cinco años.

Y, por fin, en Agosto de 1492, se iniciaba el viaje que duraría muchísimo menos que la larga singladura en tierra tras los reyes y en las cortes que se iban estableciendo allá donde ellos iban, tanto juntos como por separado. Tanto monta.

 

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