Mili una historia. Capítulo 4. ¿Qué es España?

 

                                                                 

Aquella mañana, tras el desayuno, nos llevaron a «teórica». El aula era grande con sillas de pala muy nuevas. La pizarra verde estaba siendo borrada por uno de los veteranos, un cabo gastador que abriría todos los desfiles, aunque fueran ensayos. Sus largos brazos movían el borrador haciendo desaparecer las letras de tiza blanca. Así hasta que la pizarra volvió a ser verde y sólo verde.

Un oficial que no lo parecía esperaba que tomáramos asiento con un puntero entre las manos. Empezó a pasear en paralelo a la pizarra, con las manos atrás y la cabeza gacha mirando al suelo, queriendo ignorar la entrada de todos aquellos recién llegados que vaya usted a saber qué traían en la cabeza. Era fofo, de carnes blandas, no acostumbrado al ejercicio, lo que contrastaba con su rango en el ejército. Hice el comentario a mi compañero de al lado.

-Es un alférez de complemento – me aleccionó. Había oído de la mili universitaria para estudiantes o titulados universitarios. Tras la instrucción pasaban por una academia militar de la que salían como suboficial, sargento, o como oficial, alférez.

-¿No pasan ninguna prueba física? – quise bromear.

-Pero mira, si no para – dijo señalando al alférez que no cesaba en sus idas y venidas, ausente a todo.

-Señores, – empezó a hablar y esperó a que se hiciera el silencio – aquí aprenderán ustedes las cosas básicas sobre el ejército que no pueden ignorar, procuren aprenderlas y no olvidarlas.

Empezó a pasear entre las mesas, como haría un profesor con sus alumnos; deduje que esa era su profesión. Miraba las mesas desnudas, echando de menos algún libro o libreta que pudiera examinar. De improviso soltó una pregunta que dejó en el aire.

-¿Qué es España? – Lo repitió tres veces variando el tono y señalando a varios de nosotros que quedábamos con la boca abierta. Nos miraba satisfecho, sabedor de que nos había dejado con la boca abierta, sorprendidos. La verdad es que la pregunta era de las que no aparecen  en los libros de texto, tenía más bien cabida en los cuadernillos de pasatiempos como jeroglífico. Y si apareciera, ¿cuál sería la respuesta? Empecé a interesarme.

-Usted – inquirió de mi compañero experto en grados.

-¿Un país? – dijo inseguro.

-Mi alférez.

Si estaba inseguro ahora estaba desconcertado, pero dio con la tecla.

-Un país, mi alférez.

-Cabo, escriba la respuesta en la pizarra. – Lo ordenó mientras le hacía indicaciones para que se sentara. Me decepcionó, creía que le daría más misterio, que haríamos una rueda de intervenciones para saber quien estaba más afortunado con su respuesta.

 Alejo levantó la mano. El alférez decidió ignorarlo y mirar a la pizarra donde el cabo empezaba a escribir.

-Mi alférez. Aquí, mi alférez. Yo lo sé. – Parecía un niño en la escuela y empleaba un tonillo guasón difícil de desoír.

El demandado se volvió y se acercó muy lentamente. Iba a cometer un error que, ni por asomo, hubiera cometido un oficial de carrera. Pero él era un profesor y no podía quitarse esa pátina de encima, no podía dejar sin atender a sus alumnos, sobre todo a los listillos.

-Hable, recluta – dijo.

-Es fácil, España es un banco, el banco España.

Nadie se atrevió a reírse, mirábamos al suelo para no contagiarnos de la amplia sonrisa que adornaba la cara de Alejo. Se mostraba tan satisfecho que nadie podía pensar que se estaba burlando del alférez que ahora se encontraba junto al alumno descarado, puesto de pie en el pasillo. Se tomó su tiempo, indeciso entre olvidarse o intentar callarle la boca.

-¿Cómo se llama, hijo?

-Alejo.

-Alejo, mi alférez – bramó el profesor.

-Alejo, mi alférez – gritó más alto todavía. Cuando creíamos que ahí quedaría la inoportuna intervención y el alférez, con buen criterio, se volvía hacia la pizarra, Alejo siguió a lo suyo y volvió a interrumpir.

-Pero usted puede llamarme Felix.

-¿Como el gato?, ¿el único gato? – bromeó el oficial pensando que poniéndolo en ridículo se callaría. Eso esperaba pero no sabía con quien se enfrentaba. Un nuevo error fue hacer la broma mediante una pregunta.

-No Félix, Felix. Verá, voy a explicárselo. Yo…

-Siéntese – gritó y dio la orden al cabo de seguir escribiendo.

Esperábamos curiosos. Nunca me había planteado qué era España. Siempre que se pedía una definición traía consigo el silencio o la repetición: «España es España». ¿Qué hubiese dicho yo? Lo mismo , supongo, una nación quizás, una dictadura, una monarquía, no se me ocurría otra cosa que no fuera su forma de gobierno. El cabo hacía letras grandes, la respuesta ocupó toda la pizarra y eso que era de enormes dimensiones. Era legible para todos.

-«España es una unidad de destino en lo universal» – repetía el alférez mientras paseaba arriba y abajo, a izquierda y derecha.Cuando volvió a la pizarra lo habíamos aprendido por cansancio. No obstante nos lo hizo repetir en grupo y uno por uno.

Creo que todos rumiábamos la frase para entenderla y ser capaces de explicarla. Mas el alférez no pasó de ahí, sólo le preocupaba que memorizáramos la frase sin importarle si la entendíamos o no. En realidad, pensé, tampoco quería que se supiese el origen o la procedencia de esta definición.

Vi que alguien levantaba la mano pero ya no dieron la palabra a nadie excepto para hacerle repetir la definición.

Aquella clase de teórica no dio para más. Pero habíamos aprendido lo que es España. ¿A quién se le habría ocurrido?

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