Moderno. Es la primera palabra que se le ocurre a uno al entrar en él. Primero debes franquear la entrada del Hotel Catedral, llegar a recepción y tomar a la derecha. Justo ahí, en un espacio abierto aledaño al restaurante se encuentra el bar.Las mesas son altas y, como no podía ser de otra manera, los taburetes también. ¡Qué moderno todo! Dos mesas, ni más ni menos. Tomamos una al asalto, justo al lado de la ventana que da a la plaza, desde la que se puede contemplar nuestra imponente catedral fortaleza.
Vaya por delante que los camareros son profesionales y, encima, amables, una mezcla poco habitual. La carta muy completa con dos secciones, una con las tapas tradicionales que se incluyen con la consumición y la otra con tapas especiales que hay que pagar aparte. La relación de tapas, tanto de una como de otra sección, es larga.
Entre las tradicionales, la hamburguesa. Tras pensarlo decido que puede serlo pero no es típica ni recomendable; ésta en concreto. Probamos las croquetas de bacalao. Presentables y presentadas en plato alargado con patatas chips y almendras saladas en el centro. El bacalao estaba en teoría y no seré yo quien lo ponga en duda.
Alguno de nosotros pidió tortilla. Chocante que una cocinera que la hace de maravilla salga de su casa y la pida. Ella se lo buscó. Su crítica fue feroz, el adjetivo fue superlativo: malísima.
Yo pedí brocheta de cazón y tardó tanto en llegar que el camarero pidió disculpas diciendo que había bajado tres veces a la cocina. Quedó disculpado. La elaboración, muy original, trajo un sabor distinto al que esperaba. El adjetivo, en este caso, agradable. La espera mereció la pena y, mientras, pude saborear una cerveza de barril y sin alcohol que parecía tenerlo.
Al salir nos miramos interrogantes y pusimos cara de «sí pero no».
Lo dicho, moderno. Para tapear no, quizás para tomar café.