El escritor. Capítulo 6

Andaba siempre el escritor en busca de la palabra inspiradora, de aquella que, incluida en su próxima historia, resultara ser la clave.

A veces se presentaba sola y tocaba a la puerta de su mente siempre abierta. Otras la buscaba en charadas, especie de juegos de adivinar palabras a los que gustaba enfrentarse.

Esta fue su sexta charada, su sexta palabra y su sexta historia:

 

Me tenían catalogado como un 1ª2ª3ª4ª. No tenía claro a qué se referían, 3ª padre decía que 2ª causaban los huracanes, los terremotos y no sé cuantas cosas más. A mí no me preocupaba pero mi tía 1ª3ª2ª se indignaba al oírlo y me decía: «no les hagas caso, cariño». Llegué a entender lo que querían decir, acababa de cargarme la lámpara del salón cuando imitaba a Ronaldo y alguien gritó: «4ª un pescozón a ese 1ª2ª3ª4ª». Y me lo dieron.

 

Yacía en el suelo. Había sido pisado. El juego seguía, nadie le hacía caso y el pie le dolía cada vez más. Y también la estima porque esperaba que alguien se preocupase, ni siquiera desde el banquillo le señalaban al árbitro que parase el juego. Quizás pensaban que estaba fingiendo. Por fin la pelota se fue por el fondo y el entrenador se acercó corriendo. El tonto del árbitro le sacó tarjeta pero no pudo impedir que lo atendiera. Luego le dijeron que el entrenador gritaba señalándole muy preocupado. Él mismo lo levantó, le dijo que se apoyara en su hombro y lo llevó hasta su coche. Cuando vio el tobillo inflamado dio instrucciones a un jugador del banquillo y lo llevó al hospital. Intentaba calmarlo, le decía que no iba a ser nada.

Tuvieron que enyesarle el pie. Tenía para tres semanas. De regreso le decía al entrenador que sus padres se lo iban a tomar mal. Vio que el entrenador se preocupaba y no volvieron a hablar. El entrenador se preguntó si merecía la pena correr éste y otros riesgos, era el maestro de aquellos niños y se había embarcado en una aventura que a él sólo le procuraba trabajo extra y algún disgusto, amén de quitarle su tiempo libre. Había formado un gran equipo de fútbol que, en su categoría, podía ganar el campeonato escolar, mas estaba solo, único responsable de aquellos niños.

Al llegar le abrió la puerta del coche y vieron venir a los padres corriendo. El entrenador puso las manos por delante en un gesto que pedía calma. El padre se enfrentó al mister mientras la madre cubría de besos a su hijo.

-¿Y ahora qué? – gritaba el padre – ¿Qué va a pasar con la banda? Esto es una calamidad.

El niño vio al mister rascarse la cabeza sin comprender nada, una pregunta le rondaba y él sabía cuál. Intentó explicarle que formaba parte de una banda de música y que su padre la dirigía.

El mister pidió disculpas mientras sacaba las muletas y se las acercaba. Dijo que estaba encantado de conocer a los padres pero que se iba por no molestar. Montó en el ford fiesta y se alejó.

-¿Cómo ha sido, cómo ha sido? – querían saber los padres, como si al saberlo pudieran evitar la lesión.

-Durante el partido – respondió lacónico. Se extendió luego haciéndoles ver que su entrenador se había preocupado por él y había dejado a los demás por acompañarlo en todo momento.

Cuando se calmaron admitieron haber metido la pata; sin embargo le prohibieron jugar al fútbol en adelante y le dejaron bien claro que tenía que ir al colegio aunque fuera con muletas. No se atrevió a decir nada en ese momento mas no pensaba darse por vencido.

Informó al director de lo sucedido, éste ya lo sabía, incluso sabía cómo habían reaccionado los padres.

-Como compañero te aconsejo que te plantees si te merece la pena. Sacrificas tu tiempo libre, pones tu coche por si acaso ocurre algo parecido e incluso les invitas a un refresco. Al colegio le viene bien pero si ocurre algo te quedarás solo.

-Ya estoy solo, ni el centro ni los padres apoyan al equipo. Yo hago lo que hago voluntariamente y no me quejo. Todo eso ya me lo he planteado.

-¿Y bien?

-Voy a continuar por ellos, no voy a quitarles lo que tienen: ilusión, amistad y ambición de ganar, incluso saben que si tienen malos resultados académicos no podrán jugar.

-Tú mismo – le dijo el director dando por zanjado el asunto.

-Por cierto, ¿cómo lo has sabido? – preguntó mientras abría la puerta del despacho.

-Los padres del chico vinieron a decírmelo. Se disculparon y dijeron que hablarían contigo.

El mister lo planteó en casa y allí tuvo el apoyo incondicional de su esposa: «si tú lo tienes claro yo estoy contigo». Convocó una reunión con el equipo y estaban dispuestos a continuar. Después se reunió con los padres que tenían la última palabra.

-Todos ustedes me conocen, – empezó – no eludo mi responsabilidad pero me gustaría contar con su apoyo. Debe quedarles claro que el colegio sólo pone el nombre, que el ayuntamiento corre con los gastos de transporte y paga la ficha de cada jugador que incluye un seguro que cubre los gastos médicos. Estaría encantado si ustedes quieren acompañar a sus hijos, hay plazas de sobra en el autobús. Como sabrán hemos tenido un lesionado al que ha habido que escayolarle un pie, esto puede suceder de nuevo, ni yo ni nadie puede asegurar que no va a pasar más. Ustedes me firmaron su consentimiento para que su hijo participara; de igual forma pueden retirar ese permiso. Les repito que sus hijos estarían encantados de tenerlos en la grada animándoles y ustedes no menos.

A partir de ahí varios padres acompañaron al equipo. Y no se sabe si fue una mejora porque se mostraron demasiado forofos, sobre todo la madre del delantero centro que decía unas groserías como para taparse los oídos dedicadas al árbitro. El entrenador pensaba que todo eso estaba bien mientras no entraran en el campo. El final de los partidos es lo que los niños llevaban peor, los padres se acercaban a sus hijos y los achuchaban y apretujaban.

Ya no hacía falta que los niños se esforzaran contando a los padres sus hazañas. Los padres eran testigos asombrados del buen juego del equipo. Seguían haciendo la parada de rigor para tomar el refresco y eran los padres los que hacían fondo común para pagar.

Todo era perfecto hasta que perdieron el primer partido y los padres empezaron a buscar culpables, o mejor dicho, culpable. Como ocurre en los grandes equipos, señalaron al entrenador. Éste se lo tomó a risa pero no podía imaginar lo que ocurrió a continuación: los padres convocaron una reunión a la que no fue invitado y en ella decidieron que uno de ellos, antiguo jugador en el equipo local, lo sustituiría. En el colmo de la felonía no se atrevieron a decírselo y utilizaron al director. No esperaban que reaccionara tan mal:

-Señores, si ustedes se apañan solos y prescinden del maestro, el equipo debería cambiar de nombre y no utilizar el del colegio. Por cierto, ¿se lo han dicho a sus hijos?

-No es necesario, – dijeron – nosotros tomamos las decisiones.

El maestro sí pensaba que sus alumnos merecían ser informados y los reunió.

-«Somos uno». – les dijo repitiendo el lema que utilizaban antes de cada partido – Escuchad, habéis llegado muy lejos en el campeonato escolar y preveo que estaréis en la final. Lo que menos importa es con quien. Vosotros sois los protagonistas, los que ponéis el esfuerzo, no lo olvidéis. A partir de ahora se hará cargo del equipo otra persona. Quiero que os comportéis como lo hacíais conmigo. Os doy las gracias por ello.

Se fue de allí antes de que pudieran decir algo.

El equipo perdió todos los partidos que le restaban y fueron eliminados antes de acceder a semifinales.

A pesar de todo, el maestro siguió formando equipos que representaban al colegio. De baloncesto. Siguió invitando a los padres, que se tomaban de otra forma las derrotas y cuando llegaban repetían a sus hijos la frase de Pierre de Coubertin: «Lo importante es participar y lo esencial no es el éxito sino el esfuerzo».

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