Querida prima:
Recuerdo los últimos días en los que el whatsapp nos sirvió para comunicarnos cuando elegí este medio en lugar del teléfono, me costaba oír tu voz cansada y temía hablarte para provocar el esfuerzo en tu respuesta.
En ellos hablábamos de echar unas risas como ocurría siempre que nos veíamos. Eso era fácil. Intentábamos darnos ánimos tras saber que no dormías o que soportabas dolores que llegaban a agotarte.
Te decía que al cuerpo hay que darle de todo menos carreras, que a veces sólo apetece descansar, que el ferrari, con ser ferrari, no arranca sin gasolina. Y tú decías que seat o ferrari te daban lo mismo mientras no les faltase las ruedas y el volante.
Me ibas poniendo al día, no había noticia buena, todas rompían esperanzas y quebrantaban el ánimo, de por sí bajo. Te visité en tu casa y me recibiste con alegría, así lo percibí y me emocionó. Hablamos de futuro, más o menos cercano, tú no creías en él, te asomaron las lágrimas para decirme «primo, en la boda de tu hija no estaré», yo me tragué las mías para decirte «¡qué tontería!, no puedes hacerme eso».
Lo presagiabas y nosotros no podíamos, no queríamos, creerte. Que si «radio», que si «quimio», depositamos las esperanzas en las terapias que machacan el cuerpo para acabar con el mal, fuerte y poderoso, llamado de tantas maneras y ninguna pronunciable. Nos quedamos esperándolas y ninguna llegó.
Mayo te llevó consigo. Para sorpresa de todos. Ahora el dolor era nuestro. En torno a ti nos juntamos muchos para hablar de ti, ya oíste lo que decíamos, pensé que te pondrías colorada de pura vergüenza. ¡Tan discreta fuiste siempre!
Recé por ti, esperando que alguien te protegiera, te guardara para los tuyos, los que junto a ti saludaban cada mañana. Ahora rezo por ellos para que tu recuerdo, si acaso fuese suficiente, los guarde.
Te seguiré mandando whatsapps para pedirte consuelo y que no olvides que te sigo queriendo.