Historia inacabada

Recorría las calles por la noche, sin rumbo ni planificación. Le gustaba eso precisamente, la absoluta libertad para no seguir un plan previo, la posibilidad de andar sin saber por dónde, sin importar si la calle está o no iluminada, transitada o se considera peligrosa.

Sólo por el placer de andar sintiendo el frío de la noche en la cara primero y en el resto del cuerpo después, cuando la humedad va calando poco a poco los abrigos hasta llegar a los mismos huesos. Someterse a este ejercicio no impuesto espera algún tipo de recompensa y ésta llega en forma de bar abierto a pesar de la hora intempestiva; justo éste es su atractivo.

A veces lo encontraba concurrido por una fauna dedicada a beber y conversar ruidosamente, otras en silencio o absolutamente solitario. Cuando dudaba si estaba a punto de cerrar, el barman le hacía indicación de adelante o ponía las manos en forma de barrera cerrada. Le gustaba estar solo, distraído por el liquido que jugaba con las paredes del vaso, yendo y viniendo a y de la barra con el vaso vacío o lleno.

De vuelta a la calle apostaba consigo mismo si habría otro bar abierto. Si perdía sabía donde acabaría por fin. Para él, ganar era encontrar otro con la persiana subida y poder prolongar su estancia hasta el alba, mas esto era muy difícil, para ello era necesario encontrar un barman con menos sueño que él. Los más iluminados aumentaban el riesgo de recibir un disparo desde lejos, lo que daba un aliciente añadido a su estancia.

Noche tras noche tentaba a la suerte con resultado dispar. Memorizaba las calles donde encontraba bares vespertinos y empezaba a frecuentarlas con mayor asiduidad, empezó a procurar terminar el recorrido en las calles con bares que cerraban más tarde, a pesar de perder esa libertad del inicio de su errar callejero.

Cambió de barrio, se trasladaba con el coche que dejaba en un garaje. Las primeras noches eran las que más disfrutaba y cuando llegaba a conocer la situación y los horarios de todos los establecimientos nocturnos empezaba a plantearse explorar otra zona.

Un barrio era intocable, no se atrevía a visitarlo. Sus calles eran más frecuentadas durante la noche; los bares abrían hasta el alba o continuaban abiertos ofreciendo desayunos a los que se dirigían al trabajo como autómatas soñolientos. Allí era conocido, más de lo que hubiera deseado, allí había transcurrido su infancia, había aprendido que la lucha por la supervivencia no debía quedar sin resultados; o te hundías en la miseria y la depresión o salías de aquello con posibilidades intactas para triunfar fuera de aquella jungla inhóspita y peligrosa.

Aburrido de largas noches sin sorpresas, buscó estímulos en ir al encuentro de otros viandantes que, como él, gustaban de la noche. Retrocedían o echaban a correr sin esperar a oírle. Se acercaba con la palma de la mano extendida y pidiendo un segundo de su tiempo. Consiguió que uno se parase a oír. Afirmaba con la cabeza con los ojos semicerrados, dando muestras evidentes de estar ebrio; lo dejó marchar. El siguiente paró y dijo tener prisa, lo invitó a una copa y aceptó, hablaron de temas intrascendentes hasta que preguntó el nombre, sabía que no le diría el verdadero y él correspondería con la misma moneda.

Insistió en el mismo proceder hasta encontrar una chica de la noche dispuesta a hablar por algo más que una copa.

Puso el dinero debajo del vaso y ella se apresuró a cogerlo para hacerlo desaparecer en su bolso. Se echó hacia atrás en la silla y se mostró dispuesta a hablar de los temas que se plantearan, incluso de ella misma.

Contó una historia, real o inventada, que no dejó de ser curiosa en ningún momento, utilizaba un vocabulario vulgar y limitado mas vocalizaba como los buenos actores y se hacía entender a la primera. Había nacido en la misma ciudad en la que terminó haciendo la calle, hacía tiempo que desechó esperar una oportunidad para dedicarse a otra cosa; no conoció a su padre y su madre la abandonó yendo a parar a un orfanato, allí se repetía su historia casi en los mismos términos, de modo que no se sentía desgraciada en medio de tanta desgracia. Las personas que las atendían volcaban en ellas todo el cariño que parecía sobrarles pero no era suficiente para evitar que por las noches se escuchase el llanto sordo o el suspiro hondo, la llamada en sueños a una madre o la queja preñada de miedo ante una pesadilla.

Contó que cuando tuvo la edad debió abandonar la institución y quedó sola sin un lugar o una persona a los que acudir, pasó la primera noche escondida en un portal que utilizó en noches sucesivas hasta que fue detectada su presencia y obligada a buscar otro lugar. Su existencia tampoco pasó desapercibida para las que habrían de ser sus compañeras más tarde, le ofrecieron dormir con ellas en las pensiones donde tenían alquiladas habitaciones y, de ahí, poco a poco, llegó a graduarse en la profesión que ahora ejercía.

Aquí interrumpió el relato y volvió a la calle dejándolo sorprendido y curioso.

Hizo todo lo posible para reencontrarse con ella, preguntaba en el bar del primer encuentro pero le decían que no había vuelto, preguntó en las pensiones del barrio y en ninguna se había alojado. Se cansó de buscarla y se olvidó de ella. Mas siguió frecuentando aquel bar; una noche el barman le señaló una mesa en la que ella estaba sentada de espaldas, con un pañuelo sobre la cabeza y echando al aire volutas de humo azul. Se acercó, se puso ante ella y tomó asiento.

-He estado buscándote. Habías desaparecido del barrio.

No respondió, esperó al dinero bajo su copa, lo guardó en el bolso y reanudó la historia.

-La calle me enseñó a no quejarme y a guardar silencio por prudencia. Llevo las dos normas a rajatabla y sólo he hecho una excepción contigo.

-Debes ser aburrida para tus clientes.

Guardó silencio, su mirada se perdió hasta el fondo del local. Esperó unos segundos y continuó narrando.

-Nunca pude adaptarme a esta vida y siempre que puedo desaparezco de las calles, no dependo de nadie y mis relaciones transcurren fuera de los barrios donde trabajo. Por eso no me encontrabas. Conozco a mis clientes, sus hábitos y sus gustos, soy yo quien los localiza y se ofrece, ellos no me preguntan precio, pagan lo que les parece hasta que yo lo creo justo. He conocido todo tipo de hombres pero nadie tan raro como tú al que sólo le interesa mi historia. O eso creo.

De nuevo volvió al silencio, encendió otro cigarrillo y llamó al barman. Le trajo lo mismo. Tomó un trago que dejó el liquido a la mitad.

-No necesito que un hombre me proteja; si es eso lo que pretendes quítalo de tu cabeza.

-Nunca se me ocurrió y tampoco necesito obtener recursos de manera tan infame. Me gano la vida por mí mismo. – Se mostró enfadado.

-El dinero que se obtiene de esta manera es rápido y, a veces, fácil. Pero también es peligroso y denigrante. Muchas veces, en la soledad de mi cuarto, siento vergüenza, deseo olvidar algunas escenas que, a pesar del intento, siguen grabadas y se repiten. Me propongo buscar un trabajo distinto pero vuelvo a las andadas en cuanto pienso en un horario o un jefe; prefiero ser mi propio jefe y no tener horario, si quedo con alguien le digo lugar pero no una hora exacta. A veces me siento libre y, por momentos, reducida a la sumisión. Me digo que tiene sus ventajas y sus desventajas.

-Piensas demasiado, – intervino – tu trabajo pide personas que tengan capacidad de olvidar y una conciencia laxa.

-Soy así por la educación que recibí. Es paradójico que no conociera a mis padres.

Volvió al silencio. Quedó pensativa un buen rato. Él la observaba, le producía multitud de sensaciones: ternura por ser tan frágil, instinto de protección porque era una mujer desamparada por mucho que se hiciera la fuerte, admiración por su carácter decidido y gran personalidad, atracción física por su extraordinaria belleza y, por último, rechazo.

-Te ofrezco un trabajo. Sólo tienes que acompañarme a donde yo vaya. Me muevo durante la noche, por lo que no te será difícil ese horario. Al mismo tiempo tomarás nota de los lugares que visitemos.

-¿Eso es todo? ¿Y qué me pagarás por no hacer nada?

-Lo mismo que ganabas hasta ahora.

-Podría engañarte.

-Podrías. Pon una cantidad en la servilleta.

Escribió en ella una cantidad, demasiado alta. Se la acercó. La levantó por un lado y quedó inexpresivo.

-De acuerdo, – saco del bolsillo su tarjeta y la depositó en la mesa – mañana a las diez de la noche en esa dirección.

No le quedó más que asentir.

Se presentó y llamó a la puerta. La que se abrió fue la del garaje dejando a la vista un deportivo de dos plazas azul eléctrico.

-Ven a sacarlo. Tú conduces.

Se había equivocado eligiendo la ropa. El coche era muy bajo, había que contorsionarse para colocarse al volante, lo que no era fácil con un vestido vaporoso y por encima de las rodillas. Él la contemplaba con descaro y una sonrisa viendo los esfuerzos de ella para no mostrar nada de su anatomía. Cuando oyó el rugido del motor subió en el lado del copiloto y quedó pegado al espaldar con el acelerón brutal por pisar a fondo en la salida.Ella conducía rápido y seguro, también esto era imprevisible, estaba llena de sorpresas, ¿quién era realmente?,¿era propio de ella, una mujer que hacía la calle? Ella interrumpió sus preguntas.

-¿Por qué no puedes prescindir de los bares?

-No hay una causa. A otros les gusta la calle, andar o correr por ella, sentarse en un banco a contemplar un paisaje. El paisaje que yo necesito es el de una barra y un barman. Si preguntas a los que prefieren la calle hablarán de las bondades del aire libre pero en realidad sienten la necesidad de la calle como yo siento la del bar con su aire viciado. ¿Y qué? Al final ambos volvemos a casa para aislarnos.

-Te he hecho una pregunta nada más.

-Para aquí.

-Está prohibido

-Yo pagaré la multa.

Ocupó dos plazas para proteger el coche. Era cuidadosa con lo que apreciaba y aquel coche lo merecía. Valía la pena andar con este loco aunque sólo fuera por conducirlo.

El bar era rancio, estaba sucio y olía a comida que un ambientador intentaba ocultar. No había mesas. Se acercaron a la barra, el barman los miró mientras, en el otro extremo, atendía a dos tipos malencarados. Ella dio dos golpes en la madera.

-¿Tienen prisa? – preguntó el barman sin moverse.

Él sacó del bolsillo un billete que sostuvo entre el índice y el corazón. Consiguió que se acercara para arrebatarlo y meterlo en el bolsillo del pantalón.

-¿Qué desean?

Bebieron rápido, el olor era insoportable, hubieran necesitado varias horas para acostumbrarse.

Volvieron al coche. Esta vez condujo despacio para detenerse en el bar más próximo. Igualmente sucio de papeles al menos olía neutro. Era enorme. Las sillas eran antiguas, de brazos acogedores; las mesas de forma hexagonal, con tapete verde y ceniceros, diseñadas para jugar. Les agradó a ambos. Él pidió una baraja y el dueño les trajo una nueva, así como la bebida.

-Juguemos al póquer.

-No me gustan los juegos de azar, puedo perder lo que consigo con mi esfuerzo y mi tiempo.

-Hay otra posibilidad.

-Me sentiría mal haciendo perder a otro.

-Cada vez lo entiendo menos. Tienes una moral con dos caras.

-Tengo moral y una forma de ganarme la vida.

-Es una manera de verlo. A partir de ahora la forma de ganarte la vida no va a interferir con tu moral.

-Esta noche será la última que trabaje para ti.

-Vamos, no dije nada que pudiera ofenderte.

Ella se levantó con brusquedad y abandonó el local antes de que él pudiera reaccionar. Dejó un billete sobre la mesa y corrió tras ella, oyó el rugido del motor a lo lejos y se hizo a la idea de volver a casa andando. De camino entró en varios locales sin poder quitársela de la cabeza. Al llegar vio el coche enfrente de la puerta del garaje, abierto y con las llaves puestas. Lo dejó así, entró en la casa pensando en si volvería a verla, se encogió de hombros y se dejó caer en el sofá.

El timbre lo despertó, miró el reloj de pared y supo que había dormido más de lo que solía. Abrió la puerta, un chorro de luz lo deslumbró. Pusieron una placa de policía ante sus ojos, se apartó para invitarlos a entrar y la cerró

-¿Conoce a esta mujer? – El policía le mostraba ahora la foto de ella algo más joven.

-Sí – respondió sin dudarlo.

-¿Cuándo la vio por última vez?

-Anoche.

-¿Volvieron juntos?

Hablaba con uno mientras el otro daba vueltas por el salón fijándose en todo.

-No, ella volvió en coche, en el que está aparcado fuera.

-¿Dónde?

-Frente al garaje.

-No hay ningún coche frente al garaje. Pero ¿dónde está ella?

-Se fue del bar enfadada, cogió el coche y me dejó allí. Cuando volví el coche estaba donde le dije, abierto y con las llaves puestas, lo comprobé.

-¿Lo dejó así?, ¿un coche de tanto valor?

-Sí, venía cansado, no quise entretenerme.

-Mire señor, creemos que le han robado el coche. Esa mujer es una ladrona, está fichada desde hace años. ¿Cómo es que andaba con usted?

-La contraté.

-¿Cómo? – El policía no salía de su asombro.

-Para que me hiciera de chófer y me sirviera de compañía.

-Ya veo. Es usted un excéntrico al que le sobra el dinero.

-Lo que haga con mi dinero es cosa mía.

-Por supuesto. Pero su vehículo atropelló a una persona y hay dos testigos que aseguran que usted iba al volante.

-¿Cómo saben que era yo?

-Estaban en el bar que usted visitó con ella.

Recordó a aquellos tipos y empezó a ponerse nervioso. Era muy probable que lo hubiesen seguido y robado el coche. Tras producirse el atropello lo acusaron. Planteó la teoría a los policías que se miraron interrogantes.

-Si así fuese, ¿por qué no huyeron?. No, su teoría no va a sacarle del atolladero.

-Pero habrá huellas, de ellos o de la mujer.

-Ninguna. Tiene que venir con nosotros a comisaría.

El policía fisgón se acercó y arrojó una llave sobre la mesa de cristal. El estruendo que causó se debió al llavero metálico de la marca del vehículo.

-¿Es suya?

-Sí, es la llave…- se interrumpió – ¿cómo es posible? Estaba puesta en el coche cuando llegué.

-¿Está seguro? El coche apareció intacto, sin ningún puente.

-No puede arrancarse con un puente, ni la llave es suficiente, necesita de un código.

-¿Quién lo conoce, aparte de usted?

-Ella.

De repente cayó en lo más importante: el atropello.

-¿Cómo está la persona atropellada?

-Grave. – fue la respuesta lacónica – Dígame, ¿sabe cómo encontrar a la mujer?

-Ni idea.

-¿Quiere hacerme creer que contrata a alguien de quien lo desconoce todo?

-Usted lo ha dicho, soy un estúpido. Creía conocer a las personas con un  rato de charla. Estaba seguro de que lo que me contaba era cierto aunque empezó a ser extraño, cayó en algunas contradicciones y fue entonces cuando salió del bar y subió al vehículo. Cuando salí ya se había marchado con el coche. Por cierto, – cayó en la cuenta – el dueño de este bar puede confirmarlo.

-¿Otro bar?

-Sí, esos hombres estaban en un bar en el que estuvimos antes.

-¿Los reconocería?

-No, nos daban la espalda.

Salieron de la casa, lo introdujeron en la parte de atrás del coche policial. Fueron al bar siguiendo sus indicaciones. Entraron, estaba lleno de gente desayunando. El dueño se enfadó cuando tuvo que abandonar su trabajo.

-¿Conoce a este hombre?

-Sí, anoche estuvo aquí.

El policía sacó la foto de ella y se la mostró

-¿Vino acompañado de esta mujer?

-Sí. Debieron discutir porque ella abandonó el local antes de que pudiera seguirla.

Respiró aliviado.

-¿Sabe si ella se marchó en coche?

-Lo único que sé es que él se fue andando tras dejar una buena propina.

Otra vez pudo respirar hondo. Lo miró agradecido, no era muy normal que en ese barrio dijeran la verdad, sobre todo a la policía.

En la comisaría le tomaron declaración y lo ficharon. Después lo dejaron libre. Visitó el hospital para preguntar sobre el atropello. Se trataba de una joven que se recuperaba; había sufrido una fractura. No le permitieron verla por lo que salió y dio un paseo. Reflexionó sobre lo ocurrido repasando desde que la conoció; ese aire misterioso que le atraía de ella se lo daba la mentira que había planeado sin duda con antelación; no tener un hombre que la protegiera y actuar con libertad en una profesión como la que dijo ejercer, su pericia ante el volante de un deportivo con muchos caballos, los dos golpes sobre la barra, la fingida ofensa cuando puso en duda su moralidad… Le surgieron preguntas: ¿por qué devolver el coche?, ¿por qué implicarlo en el atropello?

Esa misma noche visitó el bar donde empezó todo. Entró con la pistola en la mano, ya armada. Allí estaban los dos, apoyados en la barra, hablando con el barman. Éste retrocedió ofreciéndole un blanco mejor; el disparo sonó amortiguado por el silenciador; no dio tiempo a que se volvieran, les disparó en la cabeza y cayeron como bultos al suelo. Saltó la barra y abrió una puerta. Daba a la calle de atrás, abrió el contenedor de basura,estaba lleno y pasarían a recogerlo a medianoche, depositó la pistola hundiéndola bajo varias bolsas. Miró en todas direcciones y echó a andar sin prisas.

Siguió visitando la comisaría para interesarse por el caso de atropello. Le informaron del asesinato intentando averiguar si estaba implicado pero el hecho de ser él mismo quien se presentara allí casi que lo descartaba. Uno de esos días lo pasaron a un despacho.

-La chica se ha presentado, – le informo el agente – confirmó su versión. Está detenida hasta que sepamos algo más de aquella noche.

-¿Puedo verla?

-No, por supuesto que no. – El agente fue tajante.

Esperó. Vigilaba desde un coche que había alquilado. La espera fue corta, por la tarde la vio salir sola. Bajó del coche y la siguió. Ella se paró ante un edificio de dos plantas, abrió una puerta de hierro forjado y entró. Él esperó hasta que otro vecino entró y aprovechó la ocasión. En el ascensor preguntó a la mujer que le acompañaba.

-¿A qué piso va?

-Al primero. ¿Vive aquí?

-Sí, en el segundo. Bueno, estoy de visita por unos días.

-¡Ah! – no pareció convencerse pero la puerta del ascensor se abría.

-Buenas noches, señora.

-Buenas noches – respondió saliendo por fin para dirigirse a la puerta que había enfrente.

En la segunda planta había tres puertas . Decidió empezar por orden. Pulsó el timbre de la A, luego el de la B y por último el de la C. En las tres dijo haberse equivocado y se disculpó. Bajó a la primera y descartó la de la vecina desconfiada. Quedaban la A y la C. Volvió al orden, en la A debió disculparse. Empuñó el arma que llevaba en el bolsillo de la cazadora e hizo sonar el timbre de la C. Nadie respondió, apoyó la espalda en la pared fuera del alcance de la mirilla. La puerta se abrió lentamente, empujó con fuerza y la tuvo frente a frente. Ella puso los brazos extendidos pidiendo una tregua, la salvó la curiosidad, la necesidad que él sentía de saber. Anduvieron un largo pasillo que desembocó en un salón con sofá y una mesa baja.

La hizo sentar en la mesa y él permaneció de pie con la pistola apuntando a la cabeza.

-No voy a hacer preguntas. Procura ser coherente y te advierto que ya no soy tan crédulo.

A pesar de verse amenazada conservaba la calma. Esto le hizo sospechar de que tuviese una carta bajo la manga, dio la vuelta a la mesa para colocarse tras ella y en disposición de ver la única puerta.

-No te vuelvas. Empieza a hablar.

Habló con aplomo, no demostró miedo alguno. Su voz era firme y las palabras fluían.

-En cuanto vi el coche decidí robarlo. Ya te ha dicho la policía a qué me dedico. Pero también quería quedar exculpada, así que devolví el coche para que lo vieras; pensaba volver contigo, aprovechar la oportunidad que me ofrecías. Lo dejaste abierto, lo que facilitó a mis dos compinches el robo. Las prisas para llegar al garaje provocaron el accidente. Luego aparecieron muertos. Eso es todo.

-El cerebro eras tú. Tú decidiste implicarme y ordenaste a los dos cómplices que declararan contra mí.

-Así fue. Lo que no sabes es que también me pringaron, dijeron que íbamos juntos.

-Eso explica que los polis vinieran con tu foto. Lo que no se explica es que las llaves del coche que yo vi puestas estuvieran dentro de la casa.

-Lo pusiste muy fácil al dejar el coche fuera y con las llaves, o eso creyeron ellos. No sabían el código de arranque pero yo sí. Al tener el accidente, les pedí que dejaran la llave en la casa y así lo hicieron.

-¿Cómo…?

-Abrir la puerta fue fácil, son profesionales. Y tu sueño, esa noche, era profundo. – Sonrió

Captó enseguida que le había puesto un somnífero en la bebida; por eso había dormido hasta tan tarde.

-Con lo cual la policía pensaría que había huido sin prestar auxilio a la víctima. Pero si allí quedaba el coche, ¿para qué llevarme la llave?

-Es lo de menos. Fue un acto reflejo, por ejemplo.

-Tras las muertes de tus camaradas corriste a comisaría. ¿Por qué corroborar mi declaración?

-Era la verdad. Y los dos quedábamos fuera de sospecha. Ya ves, podemos empezar de nuevo.

-Tienes pendiente el robo del coche. En cierto modo, propiciaste el atropello.

-Pueden inculparme en el robo pero no en el atropello. Y de momento nadie ha denunciado el robo.

-El misterio que te envolvía era tu único atractivo. Ahora te conozco y una ladrona será siempre una ladrona.

-Pero…

No terminó la frase, la bala entró por la base del cráneo fracturándolo.

En comisaria, mientras tanto, hacían un resumen del caso:

-Ella se larga del bar con el coche, lo aparca ante la casa con la llave puesta. Él lo comprueba mas lo deja así. Los cómplices lo roban con el código que ella les facilita. Camino del garaje atropellan a una chica. No huyen, se convierten en testigos para incriminar al propietario. Siguiendo instrucciones, van a la casa para dejar la llave en el salón. Piden su parte y ella se la niega. En venganza la involucran declarando que era la acompañante. Alguien da buena cuenta de ellos; quizás sea ella quien tenga más motivos.

-Queda descartada. Apareció muerta en su casa. – El comisario había escuchado el resumen desde la puerta. – Todo empezó con el robo de un coche y se fue complicando, primero con un atropello y después con el asesinato de los tres ladrones. ¿A qué esperáis para detenerlo?

Al llegar a la casa encontraron la puerta abierta. Entraron adoptando precauciones, con las armas empuñadas y en tensión. Distinguieron la cabeza sobresaliendo del sofá frente a la televisión encendida. Lo rodearon cada uno por un lado.

Miraba sin ver nada en concreto, pensaba que nunca había sabido tolerar la mentira, había permanecido impasible ante el insulto o la agresión pero no perdonaba el engaño. Ante ello había reaccionado con violencia en exceso. Sería llevado a la cárcel sin duda, no podía esperar la comprensión de un jurado y él diría la verdad a pesar de que su abogado le aconsejase lo contrario.

-Suelta el arma – oyó que le ordenaban.

Levantó la mano armada, echó hacia atrás el percutor y lo mantuvo.Sonó un disparó, sintió un aguijón de fuego taladrando su cuerpo, las fuerzas le abandonaron, abrió la mano incapaz de sostener la pistola que cayó al suelo. Se empeñó en captar la última imagen mas un velo rojo cubría los ojos cegándole.

 

 

 

 

 

 

 

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