Quiso la diosa Fortuna, más caprichosa si cabe que el resto de los dioses, disfrutar de todo su poder y no sólo de forma esporádica y con un reducido número de humanos que ya contaban con su favor.
Así que intervino en todos los juegos de azar haciendo que resultasen ganadores siempre los mismos en cada apuesta y provocando la ira del resto.
Los damnificados acudieron a las autoridades que ya habían iniciado una investigación y, al comprobar que todo era cierto, pensaron que la única forma de parar aquella situación era prohibir todo tipo de apuesta o juego.
Con ello provocaron el descontento y la ira de todos sin excepción.
La diosa Fortuna se vio así imposibilitada de ejercer su poder y maquinó otra fórmula. Eligió a delincuentes a los que hizo ver que el juego ilegal podía ser una nueva fuente de ingresos. Una vez más la prohibición no sólo no había arreglado un problema sino que lo había agravado.
Fortuna seguía moviendo el azar a su antojo. Hizo que sus títeres se volvieran cada vez más ambiciosos y que utilizaran la trampa habitualmente. Volvió el descontento entre los apostantes y, esta vez, no supieron a quien acudir. Como no eran tontos, la mayoría dejó de apostar y los delincuentes, sabiendo que habían perdido la confianza de sus clientes, abandonaron esta actividad para dedicarse a otras más lucrativas e igual de ilegales.
El gobierno aprendió la lección y restableció el juego, esta vez bajo su control, lo que dio más seguridad a los que buscaban en el juego una oportunidad para enderezar una economía torcida o, sencillamente, permitirse una alegría.
Fortuna se hartó de intervenir sin conseguir que nadie reparase en su poder. Aprendió también otra lección dándose cuenta por fin que el azar era su fuerza, que repartir la suerte era su trabajo y que su éxito residía en hacerlo de manera aleatoria. Además así parecía muchó más divertido.
Fue ante su padre, Zeus, y se mostró arrepentida de sus tejemanejes. Él, comprensivo, sonrió y le hizo ver que más adelante su «fortuna» se vería incrementada por los derechos de autor sobre miles de novelas y películas basadas en las miles de historias que había impulsado y en las que seguiría suscitando.
Los humanos la habían considerado siempre poderosa, con ese poder capaz de cambiar la vida de cualquiera en cualquier sentido. Los que llegaban a conocerla se sentían afortunados y celosos de su fortuna. Los que aún no habían podido disfrutarla se afanaban, sin descanso ni desfallecer, por conocerla.
La diosa Fortuna llegó a ser reconocida por sus colegas como la más influyente entre los humanos y más de una vez pidieron su colaboración para lograr sus fines.
Se sintió al fin satisfecha y no olvidó nunca que ser auténtica era la única forma de ser respetada.