Érase una vez (XVI)

fregarLe gustaban las clases, todas le aportaban algo y le obligaban a trabajar, estudiar, investigar. Cuando veía a sus compañeros trabajar a la fuerza o mirar  el reloj durante las clases, pensaba si él era un bicho raro. Cuando los veía aburrirse durante el tiempo de estudio dejando que los segundos transcurrieran desesperadamente lentos, los compadecía. Cuando los oía discutir acaloradamente por naderías sin ceder un ápice en sus posturas, sabía que aún tardarían en mostrarse como adultos responsables.

Durante los fines de semana que no viajaba, tuvo la oportunidad de conocer al cocinero. Se distinguía por ser un orador convincente en el uso de la palabra y saber escuchar con atención al que respondía tras su intervención. Donde mejor se expresaba era en la cocina, entre pucheros y sartenes, entre los ruidos del freír y del hervir que a él le parecían música. Era un maestro en su oficio y prefería esta palabra a la de chef, quizás porque le gustaba enseñar a todos los que mostraban interés, curiosidad o capacidad.

En poco tiempo era capaz de hacerse su propia comida y la de su amigo si el maestro lo permitía y esto sólo ocurría los  fines de semana; así volvió a saborear los platos que preparaba su madre y que casi había olvidado. Al final de la comida, y tras la sobremesa, se afanaba en lavar platos, cubiertos y cacharros. El cocinero no salía de su asombro y cada día estaba más convencido de que aquel chico estaba hecho de otra pasta.

Seguía yendo a los entrenamientos pero se mostraba cada vez más indisciplinado, se alejaba de los esquemas, consignas y tácticas de juego. El míster contaba muy poco con él para los partidos y, salvo en caso de lesión, no jugaba en ninguno.

Ésta era su asignatura pendiente, lamentaba haber sido una decepción para el míster pero no podía evitar que el fútbol fuera para él lo menos importante. Sus compañeros se cansaron de esperar de él una reacción que le comprometiese con el equipo y éste marchaba, sin pena ni gloria, en la mitad de la clasificación.

En uno de los desplazamientos viajaron al norte. Bien sea por el paisaje o por el tiempo cambiantes, por la comida excelente o el clima entre los compañeros, fue para él el mejor viaje. Aunque el mister tenía una sorpresa reservada: sería titular por lesión del capitán. Ganaron un partido difícil y gracias a su trabajo caótico en todas las zonas del campo, robando balones en velocidad y sirviendo a sus compañeros pases acertadísimos.

No recibió ni un sólo comentario por parte del míster pero sus compañeros lo felicitaron, sin excepción. Él era feliz porque sus compañeros lo eran. ¿Qué pasaría cuando perdieran «gracias» a él?

 

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