Érase una vez (X)

vias     Para cursar el bachillerato tendría que estar interno en un colegio de la ciudad. Por desconocido y por nuevo llegó a sentir miedo y a preferir interrumpir sus estudios. Sus padres no discutieron con él aunque le mostraron su descontento. Fue suficiente para que se replanteara su decisión y pensara que debía vencer sus miedos y empezar a sentirlos cuando hubiese razones, aunque no quedó muy convencido.

En el momento de la partida procuraron que la despedida no fuese muy larga. Llegaron con el tiempo justo para coger el tren y se dieron un cariñoso y precipitado abrazo.

Durante el viaje no se pudo concentrar en nada, no llamó su atención lo variopinto de sus compañeros de vagón, ni los ruidos del tren, ni el paisaje que se ofrecía fugaz, ni el revisor que pidió su billete cogiéndolo de su mano extendida desde el asiento de la ventana hacia el pasillo, ni su compañero de viaje que iba a ser su mejor amigo en la que sería su nueva residencia.

Aunque quería mirar y no perderse nada de esta, para él, nueva experiencia, y al no lograrlo, se encontró en medio del bosque. Cerró los ojos, sacudió la cabeza, volvió a abrirlos y miró, abstraido, los colores que la luz creaba al entrar por mil rendijas . Una vez más experimentó el sentimiento de culpabilidad que tanto le costaba arrancarse, pero esta vez un codazo le sacó del ensimismamiento.

– ¿Qué? – exclamó dolorido. Y vio la mano extendida de su compañero de viaje. La estrechó.

– Perdona, te llamé varias veces. Y como no parecías dormido pensé que te pasaba algo.

– No importa, hiciste bien. – Y aunque aún le dolía, estaba agradecido.

Se presentaron y descubrieron que iban a estudiar al mismo colegio, en la misma residencia y por idénticos motivos. Se cayeron bien.

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