Érase una vez (XI)

corredor      La residencia era vieja, fría y poco acogedora pero el personal que atendía a los estudiantes eran profesionales bien preparados que realizaban su trabajo con entusiasmo.

Recibieron a los nuevos en el salón de actos, les dieron la bienvenida y los repartieron por sus habitaciones dejándolos citados en el comedor para la cena. Ésta fue abundante y de calidad pero no pudo disfrutarla como acostumbraba por la falta de tiempo.

Se volvieron a ver en el patio. Algunos se les acercaron   con ánimos de gastarles una novatada pero desistieron: uno se defendía con una lengua bien afilada y el otro con su sola presencia.

Coincidieron, por el apellido, en la misma clase. Todos eran de primer curso y pasaron el primer tramo, hasta el recreo, con el profesor tutor quien se dedicó a informarles sobre las normas del centro, aunque también empleó varios minutos en «reclutar» algunos jugadores para el equipo de fútbol.

El resto de la mañana desfilaron por la clase los demás profesores para pedir materiales y dar las primeras instrucciones. Después de almorzar disfrutaron de tiempo libre en el patio, tras el cual volvieron a la habitación para estudiar con la puerta abierta. Y por último a cenar, nuevo tiempo libre y a dormir.

Y a lo largo de los días la rutina se repetía. Aquello era insufrible para la mayoría que veían pasar el tiempo muy despacio. Para él cada clase era un descubrimiento y cada estudio una comprobación de que estaba preparado para la siguiente clase.

En cuanto al tiempo libre, lo pasaba en la pista de atletismo donde corría sin  parar ante la boca abierta de sus compañeros. Intentaron emularlo pero todos acababan jugando al fútbol, al baloncesto o al frontón.

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