Erase una vez… (II)

     Aquel día no olvidó coger una linterna con pilas nuevas. Echó a andar, no se entretuvo con nadie a riesgo de parecer maleducado y llegó al punto que nunca había traspasado, encendió la linterna y apuntó al frente, luego a los lados y , por fin, al suelo. Andaba de puntillas, no queriendo romper el profundo silencio que lo envolvía todo.

Miró su reloj, había pasado media hora y todo seguía igual, el mismo silencio, la misma oscuridad y su empeño de avanzar y avanzar. Algo en su interior le aconsejaba volver pero una fuerza superior lo empujaba y sus pies se movían a buen ritmo, cada vez más y más rápido hasta no tocar el suelo.

Nada existía a su alrededor, parecía estar dentro de una gran bola de aire que lo sostenía y protegía. La sensación de no ser dueño de sus propios actos se hizo angustiosa, la necesidad de reaccionar le atenazaba la garganta impidiéndole gritar. Sólo podía caminar avanzando en la sombra.

La linterna se apagó. Se detuvieron sus pasos, el globo de aire desapareció. Volvía a tener el dominio de sí mismo. Decidió volver; sin embargo esta vez no pudo hacerlo con la inmediatez de otras veces.Se dio la vuelta sin encontrarse sentado en el porche.

Vio una luz fija a lo lejos y caminó hacia ella. Ni la luz se le acercaba ni él conseguía acercarse a la luz que seguía teniendo el mismo tamaño. La hizo su meta y dirigió sus esfuerzos para llegar. Demasiado tiempo, demasiado esfuerzo, demasiada tensión, demasiada angustia. Se derrumbó aunque no sintió que su cuerpo golpeara el suelo.

Despertó como siempre, con la luz que penetraba por los agujeritos de la persiana. Lo recordaba todo y se prometió que nunca volvería al bosque

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