Los entrenamientos volvieron a ser como debían, sin privilegios absurdos, sin miedos. En aquel muchacho empezó a operarse un cambio por él mismo deseado, sintió que los demás lo miraban de forma distinta y lo consideraban un compañero. Así que, para sorpresa mayúscula de su padre, decidió quedarse los fines de semana y viajar con el equipo de fútbol.
Con su aportación mejoraron en la clasificación. Inmediatamente su padre quiso mejorar la situación del equipo: equipaciones nuevas, vestuarios nuevos, un nuevo autobús…
El director se frotaba las manos pero el míster se negó:
-Agradezco su generosidad pero lo único que aceptamos de su oferta es lo mejor de ella, a su hijo.
La negativa lo desconcertó pero su hijo le pidió que no insistiera y acabó cediendo.
La navidad se acercaba. Acabaron los exámenes, se entregaron las notas del primer trimestre y empezaron, como era tradición, las jornadas de puertas abiertas en las que podían participar todos los miembros de la comunidad: alumnos padres y profesores. Se convocaban multitud de campeonatos y concursos para participar individualmente o por equipos: pintura, redacción, ajedrez, atletismo, fútbol, baloncesto, voleibol, balonmano…
El último día se organizaba una gincana con pruebas de habilidad, fuerza y rapidez para parejas formadas por un padre o madre con su hijo. Y todo terminaba con una barbacoa, tras la cual empezaban oficialmente las vacaciones. Las despedidas se sucedieron y el colegio quedó desierto antes del anochecer.
Los dos amigos volvieron a reunirse en el mismo vagón del tren. Se invitaron mutuamente a pasar unos días en la casa del otro. Aceptaron aun sabiendo de la dificultad de poderse llevar a efecto y se prometieron escribirse. Horas más tarde se despedía de su amigo y bajaba al andén donde lo esperaba su padre, más serio de lo normal.