Érase una vez. (XXII)

En el camino de vuelta el padre le dio la peor noticia. Lo hizo conteniendo las lágrimas, con una voz que salía junto con la angustia que desbordaba. Su madre estaba muy enferma, su aspecto deteriorado era alarmante y el médico no sabía dar una explicación ni de la enfermedad ni de su causa.

Quedó perplejo, como herido por la noticia. No podía articular palabra y temió parecer insensible ante los ojos de su padre. No dejaba de recordar los incontables momentos en los que su madre le demostró su amor de la forma más desinteresada posible. Y mientras recordaba, pensó que algo le debía.

Decidió, para sí, estar a su lado para animarla y entretenerla, para atenderla en sus necesidades e incluso en sus caprichos si los tuviese. No cesaría en su empeño de verla recuperada.

Tal era su propósito, pero al verla postrada en la cama, muy pálida y demacrada, con el rictus de una sonrisa forzada e interrumpida por el dolor, a punto estuvo de dar media vuelta. Mas se contuvo, caminó hacia ella, se inclinó para besarla y sólo le rozó la cara. El olor de la enfermedad lo alejó haciéndole recuperar la verticalidad. Su madre lo miró comprensiva y él se sintió culpable.

Se preguntó qué hacer, qué habría hecho ella. Y encontró la respuesta en sus recuerdos, cuando él estaba enfermo. Como el día era magnífico, abrió las ventanas en toda su amplitud, dejando paso al aire y a la luz. La atmósfera viciada de la habitación fue renovándose.

Preparó un baño calentando barreños de agua en la chimenea. Levantó a su madre como una pluma y la depositó en la bañera de mármol blanco. Había perfumado el agua con sales y abundante espuma. El agua caliente y aromática relajó a la enferma hasta el punto de cerrar los ojos buscando el sueño tan necesario. Éste fue el primer acierto y habría de repetirlo cada día. Mientras, cocinó una sopa con verduras y jamón y se la dio a tomar, cucharada a cucharada. La peinó cepillándole el cabello y la perfumó con colonia. Por último, la devolvió a la cama que su padre había hecho con sábanas limpias.

Pasaron la noche junto a la enferma, esperanzados, hablando en susurros que parecían arrullarla.

Durante el día, el padre se ocupaba de la granja y él de su madre. Al atardecer se turnaban en su cuidado y él aprovechaba para hacer ejercicio.

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