Érase una vez (XIX)

Su padre tomó el tren de vuelta a la ciudad, enfundado en su mejor-único traje. Llegó al colegio cuando todos despertaban. Se presentó como el padre de… y casi inmediatamente vino a recibirle el míster, que le ofreció un buen desayuno en la cocina. Tomó café y unos bollos que pedían, machaconamente, ser comidos.

El míster le habló de su hijo largo y tendido. Y después de la justicia en estos términos:

– La justicia, a veces, no llega a puerto o llega maltrecha cuando encuentra en su camino algún escollo.

En este caso el escollo era el dinero que el padre había donado al colegio para una nueva biblioteca pero, en realidad, para que nadie accidentalmente arrojase al suelo el bocadillo de su hijo.

Se interrumpió para limpiarse con una servilleta y observó al padre que sonreía. Lo interrogó con la mirada.

-Mi hijo habla maravillas de todos ustedes, en especial de usted y del maestro cocinero. Él es feliz, así me lo ha confesado. En cuanto al accidente, él sólo lo ve como un accidente, no se siente responsable ni cree que se haya cometido con él una injusticia. He venido para darles las gracias y pedir a quien corresponda que su castigo, por inmerecido, sea lo más corto posible.

-Para el colegio, la aportación de este padre es importante, muy importante incluso. Lo que su hijo aporta es, en otro aspecto, más importante. Quiero que esté aquí el fin del trimestre, así podrá hacer los exámenes y estar presente en muchas celebraciones navideñas. Estaré en contacto con usted, le comunicaré la fecha de vuelta en cuanto la sepa. ¡Ah!, y le pido disculpas en nombre del colegio.

Se estrecharon la mano y se desearon suerte.

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