La oscuridad lo llamó. Nuevamente penetró en aquel torbellino donde su voluntad quedaba anulada y la impotencia se sentía con toda nitidez.
Volvió cuando el agotamiento marcó las fronteras del retorno, y prometió por la mañana lo que incumpliría por la tarde.
Las ensoñaciones se hicieron más frecuentes. En el colegio no atendía en las clases y durante el recreo no compartía juegos con sus compañeros. Sus profesores se preocuparon por él y comunicaron a sus padres aquel cambio. Los padres no acertaban a explicar las causas por lo que decidieron hablar con él.
El niño les prometió que todo aquello no volvería a repetirse. Era sincero pero sabía que podía ocurrir lo que no deseaba.
Dejó de sentarse en el porche y procuraba estar situado donde no pudiera ver el bosque. Leía mucho, conversaba con todo el mundo en casa y en el colegio, hasta que al quedar solo buscaba la oscuridad, que era la nada, y pertenecía a ella y él mismo era nada.