Erase una vez… (III)

     Aquella misma tarde su imaginación voló hacia allí. Esta vez no fue bien recibido. Intentó disculparse: los árboles retiraron sus ramas, los hombres le dieron la espalda y los animales se alejaron, el agua se hizo turbulenta y sucia.

La oscuridad lo llamó. Nuevamente penetró en aquel torbellino donde su voluntad quedaba anulada y la impotencia se sentía con toda nitidez.

Volvió cuando el agotamiento marcó las fronteras del retorno, y prometió por la mañana lo que incumpliría por la tarde.

Las ensoñaciones se hicieron más frecuentes. En el colegio no atendía en las clases y durante el recreo no compartía juegos con sus compañeros. Sus profesores se preocuparon por él y comunicaron a sus padres aquel cambio. Los padres no acertaban a explicar las causas por lo que decidieron hablar con él.

El niño les prometió que todo aquello no volvería a repetirse. Era sincero pero sabía que podía ocurrir lo que no deseaba.

Dejó de sentarse en el porche y procuraba estar situado donde no pudiera ver el bosque. Leía mucho, conversaba con todo el mundo en casa y en el colegio, hasta que al quedar solo buscaba la oscuridad, que era la nada, y pertenecía a ella y él mismo era nada.

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