Érase una vez (XIII)

Cambió la carrera por el fútbol. Eso fue todo. Al fin y al cabo seguía corriendo y era más agradable hacerlo en compañía,

En el juego era caótico e indisciplinado, se negaba a ocupar una demarcación, sobre todo si eso implicaba quedarse quieto, pero al mismo tiempo era muy difícil marcarlo y más aún pararlo por la velocidad que daba a sus acciones.

Pasó a formar parte del equipo titular y esto no le gustó nada pues sus nuevos compañeros no compartieron con él la pelota. Puesto a aburrirse quiso cambiar su posición con la de portero pero el mister, que estaba enfadadísimo, lo mandó a la ducha.

Le recriminó que no se tomaba nada en serio. Él no llegaba a entenderlo, se trataba de un juego y sólo de eso. Por decisión propia dejó de ir a los entrenamientos. No iba a permitir que su tiempo libre se convirtiese en una fuente de preocupaciones si no de aburrimiento. Así que volvió a correr en solitario.

Su amigo de viaje lo era en todo momento menos en lo deportivo. Prefería la biblioteca y la soledad en su tiempo de ocio, lo que contrastaba con lo extrovertido de su carácter que le facilitaba las relaciones con todo el mundo.

No le pasó desapercibido el desencuentro entre su amigo y el mister y como los dos le caían bien decidió intermediar para intentar el acercamiento entre ambos. Empezó con su amigo y chocó contra las rocas, le llamó testarudo y cabezota, intentó seguirlo en la carrera pero fue inútil, aquello era más deporte que el que podía asumir. Dirigió sus esfuerzos hacia el mister, esta vez sentados en el banquillo; éste se mostró interesado en la vuelta del chaval, pero…

– No pienso arrastrarme, tengo equipo de sobra. Si quiere formar parte del equipo tendrá un sitio. Voy a federar a todos para participar en una liga provincial. Viajaremos casi todos los fines de semana. Él puede salir de aquí y cambiar de aires. Pero él decide.

Le gustaban los retos difíciles y aquél lo era. Sacaría el tema durante la cena. Lo de los viajes llegó a interesarle pero, en igual medida, le desagradaba la competición, así que volvió a decir no. Y su amigo mintió como último recurso.

– Yo tengo que salir de aquí, mejor oportunidad no voy a tener. Así que estaré en el equipo aunque sea de utillero.

Aquello suponía quedarse solo todos los fines de semana. Y también le apetecía viajar. Pero ¿cómo dar su brazo a torcer? Si el mister le insinuara algo…

No hizo falta porque su amigo volvió a meter baza y otra vez mintiendo:

– Me han dicho que te diga…

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