Érase una vez (XXV)

Juntos llegaron al colegio. Aún no se había reanudado el curso y sólo andaban por allí los internos que se aposentaban en sus habitaciones y echaban un vistazo al resto de dependencias.

Visitaron la cocina en primerísimo lugar. Allí estaba su amigo el maestro que los recibió con abrazos y algunos dulces navideños.

-Una copita de anís no hace daño a nadie.

Nunca había bebido. Aunque había visto a su padre  tomar alcohol en casa, éste no había llegado a ofrecerle que lo probara. La rechazó y su amigo retrajo su mano dispuesta a coger la copa. El maestro apartó la bandeja entre sorprendido y satisfecho. Mas no pudieron negarse a meter en la boca un mantecado mientras les contaba un chiste.

Le ayudaron a preparar la cena al tiempo que se contaban sus vacaciones. Cuando él habló hubo mucho silencio, a sus amigos se les hizo difícil hacer comentario alguno. Suspiraron aliviados al oír el timbre que llamaba a los internos al comedor. Comprendió que contar su tristeza podía resultar  molesto a los demás.

Decidió escribir una carta a su madre todas las noches. Le contaría historias de su estancia a sabiendas de que supondría un aliciente diario para ella.

Entró en el comedor. Allí estaban todos. Se saludaron con afecto y las conversaciones afluyeron atropelladamente. Esta vez tuvo poco que contar pero no envidió a nadie.

Volvieron a sus habitaciones. Empezó la carta. Tachaba continuamente pues todo le parecía inapropiado. Decidió contar el viaje tal cual y se obligó a escribir del tirón y sin echar la vista atrás para releer. La pasó a limpio y la metió en el sobre. Conservó el borrador con el número 1.

Al día siguiente hubo novedades. En el patio interior que separaba los dormitorios de las aulas aparecieron a lo ancho cuatro canastas de minibasket. Así llamaron los más enterados al nuevo deporte. Durante los recreos de las clases y los descansos de los estudios, sacaban balones especiales para practicar, a lo que nadie pudo resistirse. El entrenador especial sería el profesor de francés, bajito pero muy hábil, así como conocedor de las reglas y la técnica más imprescindible. Todos tuvieron que aprenderlo en la clase de gimnasia.

Poco después empezaron los partidos entre clases. El «francés», que no lo era pero que así era llamado, tomó buena nota para hacer un equipo que representara al colegio. Lo dio a conocer publicándolo en la entrada a los vestuarios, junto al gimnasio.

El primer torneo de minibasket se anunció a bombo y platillo. Se colocaron carteles por toda la ciudad; participaría un equipo de cada colegio y se enfrentarían por el sistema de eliminatoria hasta llegar a la final.

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