Gente sin prisa

Andar, lo que se dice andar, a mí no me apetece, esa es la verdad, y creo que no puede ser bueno para la salud. Que los médicos bien que lo aconsejan, andar todos los días una horita. ¡Qué aberración! Y luego hablan de desgaste, de reuma, artrosis, artritis y otras cosas peores. ¿Cómo no va a haber desgaste? Y lo peor es lo que se obtiene. Nada. Se tira uno andando una hora y ni te sientes mejor ni peor, sencillamente cansado. Y yo digo que «carrera que da el galgo en el cuerpo la lleva».

No quiero ni pensar en esos que se van a hacer senderismo, algo tan de moda. Dicen que están cinco y seis horas sin parar y que sienten mono si están tiempo sin echar un pie delante de otro. Ya no digo nada de los que hacen el camino de Santiago, todo el día andando sin parar, que llegan a la posada con ampollas, roces y otros padecimientos del castigado pie, casi sin tiempo para dormir; todo para llegar un día a la plaza del Obradoiro, entrar a la catedral y decirle al apóstol «aquí estoy yo, me gané una indulgencia».

Santiago debe andar por allí, nunca mejor dicho, contemplando cada caso, con una lástima de esos pies y unas ganas de ayudar que para qué te cuento, debe preguntarse a qué viene todo aquello, que no es que vengan de aquí cerca, que algunos se meten unos cientos de kilómetros montados en los ferraris que Dios les dio. Y luego se cogen el avión para la vuelta, que no es que no haya medios de comunicación.

«Al andar se hace camino», decía Machado, Antonio. No descubrió nada del otro mundo, era una manera de empezar para luego seguir y dejar bordado el poema. Ésa es otra, el camino. Algunos se las traen, empinados, ascendentes o descendentes, para poner a prueba las rodillas, llanos para aburrir, falsos llanos para pillar desprevenidos a los confiados, estrechos para ponernos a hacer el indio, pedregosos para los esguinces a granel, embarrados para llegar disfrazados… En la variedad está el gusto. Para los iniciados el camino fácil no interesa, ellos buscan los que suben para perder el resuello, los que se trazan a gran altura para producir vértigo, los que tienen cuerdas para agarrarse o pretiles, buscan pasarlo mal para sentirse bien, echar unas fotos para colgar por esas redes y hablar de ello en la tertulia.

Los pueblos de interior o no, ignorados por todos, desconocidos, retirados, nunca mencionados ni en los mapas, de pronto atraen a los locos errantes porque al alcalde se le ocurrió poner unas estacas a lo largo del camino que fue de arrieros en otros tiempos  y que serpentea entre vegetación y agua mostrando paisajes ideales para la foto del día. Y el bar del pueblo se llena hasta los topes para el desayuno y el almuerzo y hace méritos para la próxima excursión. Los mapas se actualizan con el pueblo que ofrece una nueva ruta, se escribe sobre el sendero, su dificultad, distancia… y al final una reseña muy importante sobre lo culinario: platos y postres caseros, jamón, chorizo, vino de la casa, todo lo que merece la pena degustar y su precio; si merece el sello de «recomendado» no faltarán, cada fin de semana, los porteadores de frutos secos en mochilas a las espaldas.

Yo me apunto también a la moda, soy socio de un club que hace locuras por toda la geografía. Me convocan por correo, en él dan toda clase de datos, incluso hablan del tiempo previsto, a mí no me interesan salvo los últimos, los dedicados al almuerzo: si leo «bocadillos en ruta» elimino el correo «ipso facto», si leo restaurante del pueblo a las 14 horas me apunto. Llego media hora antes, me pego a la barra, pido una cañita con su tapa y empiezo a relajarme de la vorágine de la semana; dos cañas después entran los avezados, sudorosos, magullados, quejicosos, bufando por varios motivos que estoy dispuesto a oír comprensivo y alentador. Yo practico las relaciones sociales y el buen yantar, en una mesa con sus platos. No creo que cumpla con el perfil del socio de un club deportivo pero el club me renueva todos los años y no se plantea, todavía, mi expulsión.

El senderismo ha venido a contribuir al resurgir de la economía. Levantarse tarde, quedarse en pijama y ponerse ante la tele para devorar películas y partidos de fútbol, todos, los del banco y la eléctrica, no beneficia a nadie, ni siquiera a la salud propia. Si nos dan el aliciente de ponernos unas botas y ropa adecuada, gorra, mochila y bastones telescópicos, recorrer unos kilómetros con el coche hasta el punto acordado, andar por un camino a estrenar, quemar malhumores y llenar la barriga merecidamente, nos rascamos el bolsillo con gusto para volver a casa como nuevos.

Pero no tan nuevos. Mente sana en cuerpo maltrecho. Como no puede permitirse semejante disonancia, buscamos unas manos que quiten las contracturas y reparen torceduras, todo para estar en forma para la próxima aventura. Y seguimos dando sablazos a la cuenta bancaria para muscularnos en el gimnasio o comprar en la tienda un chubasquero o una camiseta técnica, como suena.

Estos clubes deberían recibir subvenciones de Hacienda o, al menos, menciones especiales, medallas al mérito deportivo, reconocimientos a su colaboración inestimable a la reactivación económica, así como descuentos directos en el IRPF, feas siglas que empiezan por I de impuesto y terminan por F de físicas. Claro que esperar esto de Hacienda es como esperar que la máquina administrativa se pare a pensar o esperar que los políticos que aprueban los I hagan excepciones para prescindir de dinerete aunque éste vaya a ser destinado a producir. No, ellos no ven más allá de sus propias narices.

No puedo acabar hablando de políticos en los tiempos que corren, saturados de elecciones, pactos, corrupción y enfrentamientos dialécticos entre bandos irreconciliables.

Después de meditar a lo largo de estos párrafos en los que he destacado las bondades de la actividad senderil, sigue sin apetecerme andar y sigo sin entender como a otros los vuelve locos. Simpatizo con ellos mas no comparto la afición. Lo mío será pereza mas lo suyo tiene menos lógica. La única concesión que estoy dispuesto a hacer en aras de comprender es considerar como cierto que tras el esfuerzo y el logro puede sentirse satisfacción.

El chiste dice que correr es de cobardes y, siguiendo con la broma, diremos que andar es para gente sin prisa. Lo importante es llegar, en eso estaremos de acuerdo.

 

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