La reunión

Los perros se reunieron en el corral con los otros animales. Eran ellos quienes llevaban la voz ladrante, erigiéndose en protagonistas de los que se esperaba una propuesta salvadora. No llevaban nada preparado pero confiaban en que a lo largo de la reunión surgiera alguna idea que pudieran desarrollar y convertirla en la solución necesaria.

La reunión empezó con el planteamiento del problema a cargo del burro más anciano, conocido y respetado por todos. Salvo por algunos rebuznos disonantes la exposición fue impecable, llena de detalles esclarecedores que hicieron que la comprensión del problema fuera general.

No obstante surgieron algunas preguntas que contestó el burro sin ambages, haciendo ver que no se ocultaba nada. Las siguientes intervenciones corrieron a cargo del gallo y el conejo que añadieron algunos aspectos que les afectaban especialmente. En concreto, el gallo habló de la necesidad de gomina para su cresta y el conejo de unas tijeras para que el pelo no le cubriera los ojos. Otros intentaron llevar a su terreno y a sus necesidades específicas las medidas que debían tomarse para atenderlas.

Pero el perro guía cortó estas intervenciones para centrar de nuevo la conversación en lo importante. Se sucedieron quejas y más quejas expuestas de forma egoísta como las primeras. El mastín emitió un ladrido que atrajo las miradas sobre él, hizo un gesto con la pata y cedió la palabra al pastor. Éste no tenía qué decir, se preparó para soltar una perorata sin sentido como había oído por la tele a los políticos en los debates. Empezó con el saludo que los englobaba a todos, «queridos animales aquí presentes», siguió con un preámbulo que era un resumen de todo lo oído hasta entonces y, cuando empezó a ver bocas abiertas, se le vino a la mente la idea que necesitaba, no estaba seguro de ella más sabría si era acertada a lo largo de la exposición. Se agolpaban las palabras mas él las soltaba tras ordenarlas, iba analizando sus caras y comprobando que su idea no era descabellada. He aquí lo que les decía:

«No se trata de hacer llegar nuestras reivindicaciones mediante ruidosas manifestaciones o huelgas que harían que el dueño anticipara nuestra venta en los mercados vivos o muertos, sino más bien de hacerle ver que le seremos más útiles si prolonga nuestra estancia junto a él. Claro que para convencerlo de este extremo cada uno de nosotros utilizará argumentos específicos. Para encontrarlos formaremos grupos de trabajo que buscarán formas de actuación. Propongo que se haga por afinidades.»

Aquí paró intencionadamente, esperó la reacción de todos  y fue general, hablaban todos a la vez proponiendo una batería de ideas que ninguna era escuchada salvo por su impulsor. Los dejó que discutieran sin venir a cuento y que establecieran una comunicación en la que nadie escuchaba a nadie. Miró al mastín para que pusiera orden y cuando se estableció el silencio siguió desarrollando su plan:

«Todo lo que el dueño quiere lograr con cada uno de nosotros hemos de dárselo sin que nos lo pida, hemos de prestarnos a sus exigencias sin que él tenga que insistirnos, debe encontrar en nosotros a sus colaboradores más fieles, en lo lúdico y en lo laboral. Las aves cuidarán de su plumaje para que sus colores resplandezcan y agraden a su vista y trinarán en los momentos oportunos. Los animales de carga y de tiro aceptarán sus demandas mostrando esfuerzo en atenderlas. Los perros aportaremos empeño en la caza y en la guarda para que no pongan objeciones a nuestro trabajo. Las vacas, las cabras y las ovejas os dejaréis ordeñar sin estorbar la labor y os alimentaréis a conciencia para dar el máximo. El cerdo comerá en abundancia para engordar por segundos, acumulando grasa sin escatimar, las gallinas pondrán sin falta sus huevos en los ponederos, sin picotear y de dos yemas, los conejos no se esconderán miedosos sino que se mostrarán confiados y graciosos. Nuestra salvación estará basada en demostrar utilidad, belleza o simpatía. O somos los mejores o nos sustituirán.»

No hubo gestos de aprobación ni amagos de aplausos, fueron abandonando la reunión quedando sólo los perros que la presidían. Rodearon al pastor para felicitarlo mas éste no estaba seguro de merecerlo, el resto de animales se habían ido no muy convencidos. Mañana verían la reacción del amo y sabrían si el plan urdido era bueno o malo.

De madrugada, a punto de presentarse la luz, el gallo la anunció con una filigrana sostenida. Los animales se aprestaron para la faena cada cual en su puesto.  El dueño traía un par de cubos con la ración abundante para el cerdo; éste se apartó dejando la pileta expedita y sólo cuando el contenido de los cubos estaban en ella se acercó, miró al amo esperando su permiso y comenzó a comer con delectación. El dueño, sin dar crédito a lo presenciado, cogió el salvado para las gallinas y lo fue depositando en los comederos; las gallinas esperaron comedidas, sin mostrar el ansia de otras veces y contemplaron al amo recoger los huevos de los ponederos; la cesta rebosaba, el amo las miró, se rascó la cabeza en un gesto que le ayudaba a pensar, se encogió de hombros y colgó la cesta en un gancho fuera del corral, se volvió para ver a las gallinas comer el salvado sin picotearse y sin disputas, levantando las patas en señal de ceder la vez elegantemente. Llenó los depósitos para el agua y marchó al siguiente corral. Echó de menos que los perros lo siguiesen, pedigüeños, a todas partes.

El corral de las aves era un hervidero de conversaciones que cesaron en cuanto el dueño se hizo visible , estaban colocados en dos palos paralelos a diferentes alturas, quedando los pequeños a los lados y los más altos en el centro, de modo que compusieron un ala multicolor; allí se unieron palomas y canarios, loros y jilgueros, apreciados por su plumaje o su canto. Se acercó con curiosidad primero y extrañeza cuando persistió el silencio. Silbó y el loro mayor fue a posarse en su hombro muy quieto; siguió andando y el loro mantuvo el equilibrio desplazándose por el hombro y dando vueltas sobre sí mismo, abrió una jaula, chasqueó dos dedos y un canario blanco se introdujo en ella, abrió otra más grande que puso a la altura de la cabeza y el loro se desplazó desde el hombro yendo a parar al interior. Dejó ambas jaulas en el suelo y fue reponiendo agua y granos en varios bebederos y comederos. Llevó las jaulas a la casa, las depositó en sus ganchos y volvió a salir para dirigirse al corral de los conejos que, normalmente, se escondían ante su presencia; ahora los encontró erguidos sobre las patas traseras, agarrados a las mallas, las orejas tiesas y paletas al aire. Así permanecieron mientras llenaba con agua los abrevaderos y les reponía el heno. Aprovechó su inmovilidad para agarrar al primero por las orejas mientras pensaba «hoy arroz con conejo, ea». Ni se movieron, se mearon y se cagaron sin perder la postura.

Hicieron su aparición los perros, en formación. Se plantaron ante él y esperaron órdenes. Echó a andar con el conejo en la izquierda sujetado por las piernas y los perros detrás. A distancia prudencial de la conejera, dio un par de sopapos tras las orejas y el conejo quedó relajado del todo. Después, con los perros de testigos, le quitó el pellejo en un santiamén, lo troceó y entró en la cocina. Como sabían que estaría ocupado cocinando, los perros convocaron una nueva reunión, abrieron la conejera, agarraron a los conejos, incapaces de moverse, y fueron a las cuadras.

El primer conejo que recuperó el habla miró al pastor y le dijo de todo en tono respetuoso. Los perros miraban al suelo conscientes de que su plan no había dado resultado.

-Cambio de estrategia. Huelga de brazos caídos. Se lo pondremos difícil. A partir de ahora ni puñetero caso.

-Tampoco dará resultado. Seguirá moliéndonos a palos o utilizándonos en su menú. – Así se lamentaba el burro, todo un filósofo pesimista.

-Hay que escaparse de aquí, – intervino el gallo – por mi parte se va a quedar sin despertador.

-¿A dónde iremos? No conocemos sino este lugar. – Ahora hablaba el cerdo que nunca salió del corral.

-Sólo aquí nuestra vida tiene sentido. No sabemos vivir en libertad, estamos educados para depender del hombre. Sigamos como hasta ahora, resignados a cumplir con nuestro destino.

Miraron hacia atrás, al recién llegado que avanzaba hacia el centro del semicírculo. Era el perro del vecino que se escapaba cada vez que le daba la gana.

-Eso es lo que pensáis todos. Al menos vosotros lo habéis intentado. Pero el hombre os tiene para servirse de vosotros. Sólo cambiando su naturaleza podrá ponerse en vuestro lugar.

Esperó a que terminasen los rumores para proponerles algo que resultaba increíble. Fuera había animales en libertad que colaboraban con hombres que se sentían más cerca de ellos que de sus semejantes. Tenían poderes y conocimientos por los que eran considerados brujos por los hombres y magos por los animales. Ellos podían hacer que cualquier ser cambiase de naturaleza.

Así lo expuso y esperó las reticencias lógicas. Sin embargo desfilaron incrédulos sin querer saber más. Quedaron los perros que no tenían la mejor opinión del vecino, un perro callejero mal alimentado, sucio e indisciplinado. Pensaron que no tenían nada qué perder y decidieron seguir escuchando.

-He estado presente en todas vuestras reuniones. Sois una comunidad poco corriente que merece un dueño más cercano a los animales que cuida para cuidarse. Debe ser dueño y señor en todo menos en su forma de alimentarse, su dieta debe cambiar para que no necesite de vosotros.

Los perros se miraron y decidieron intentarlo. El pastor acompañaría al vecino para visitar a ese mago.

Los recibió en una choza en mitad del bosque. De los palos que formaban su estructura colgaban todo tipo de plantas secas o frescas, en la mesa alargada de la única estancia se amontonaban cacharros para diversos usos y varios infiernillos. Los animales entraban y salían, se movían por allí libremente haciendo que la intimidad fuese imposible. Eso no parecía importarle, los miró a ellos como si fueran los únicos allí presentes, los escuchó, consideró que sus pretensiones eran justas y que nadie se vería perjudicado, se levantó y cogió de la mesa un trozo de caña abierto por una de sus puntas, introdujo tres piedras calientes y lo cerró con una hoja que pegó con resina a las paredes de la caña. Lo entregó al pastor y le dio las instrucciones: sólo podía utilizarlo con su dueño y cuando la vida de uno de ellos estuviese en peligro; si se incumplía esta última condición no funcionaría.Cuando el pastor se preguntaba qué les pediría por la caña, estaba fuera empujado por el hombre que aseguraba que tenía muchas tareas pendientes.

Volvieron a casa. El amo se alegró de la vuelta del pastor al que daba por perdido; en cuanto al callejero lo empujo a su casa sin contemplaciones. Aquella noche el pastor se las apañó para pasarla en el interior. Así pudo enterarse de que una de las gallinas estaría en peligro por la mañana.

Allí estaba con la caña en el gallinero, a la espera y nervioso, escondido. Cuando el dueño entró se hizo evidente su intención, arrinconó a la gallina más vieja, la cogió por las patas y salió cerrando la puerta. El pastor hizo sonar la caña tres veces y el hombre perdió su aspecto y verticalidad, se puso a cuatro patas y sus ropas desaparecieron convertidas en el pelaje propio de un perro; era un pastor, desconcertado y nervioso. La gallina volvió cloqueando con sus compañeras y los dos pastores fueron a desayunar una buena ración de pienso acompañada de agua fresca. La caña volvió a sonar tres veces y el hombre volvió cuan largo era, despistado y satisfecho.

Siguió con sus tareas, recibió la inestimable ayuda de sus animales y la constante presencia de su perro pastor que lo seguía a todas partes.

 

 

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