El árbitro

Siempre se dice, a modo de disculpa, que el arbitro debe decidir en décimas de segundo y que, por tanto, es lógico que cometa errores, alguno de ellos trascendental para decidir el desenlace de un partido.

Pues bien, si el árbitro fuese capaz de dejar su mente en blanco y dedicar el cien por cien de sus neuronas al desarrollo del fútbol exclusivamente no cometería errores o éstos se limitarían a los inducidos por sus ayudantes cuando él no ha podido, por su posición, ver la jugada. Y, por ende, si los ayudantes tuvieran su mente puesta en el campo, sin distracciones, los errores se verían reducidos a cero.

¿En qué ocupa su atención el «juez de la contienda» mientras los protagonistas impulsan la pelota hacia una meta que se les antoja  muy pequeña? Oigamos sus pensamientos:

«Bueno, aquí estamos; este campo no me lo conozco. Dicen que los aficionados, aquí, son muy ruidosos. No será para tanto, yo a lo mío. Para empezar, minuto de silencio, quien dice minuto…, soy yo quien decide lo que dura un minuto. Hasta en el tiempo mando yo; esto es poder y no la suma de otros, de primero a quinto, que se lo reparten. Si estuvieran así de modositos todo el rato, pero tienen que desfogar. Vamos allá. Pito y arranca el partido.

Toque por aquí, por allí, me van a marear, aunque así no corro, pero me aburriré, necesito hacer sonar el silbato, correr hacia el jugador con cara de enfado y el dedo diciendo que no. Ahí va el pase, a correr, rápido o me lo pierdo, ya estoy aquí. ¿Otra vez a dormir la pelota? Saque de esquina, antes córner, no ofrece dudas por mucho que éste me señale saque de puerta; ¡qué cara tiene el tío! La coge el portero, lo empujan, ahí voy yo. ¡Piii! Otra vez el mismo me dice que me equivoqué, me lo apunto, a la próxima se entera.

Fuera de banda, ¿hacia dónde pongo el brazo?, a ver el compi qué dice, ¡me mira a mí!, un jugador la coge, el otro no protesta, arreglado, el brazo en alto para allá, la banderola también, somos buenos. ¡Menuda entrada!, meto el turbo y echo mano de la tarjeta, amarilla, no vaya a sacar la roja y la pifie, la pongo bien alta, de puntillas, la miro de reojo, color correcto. El público callado, esto promete.

Ahora se me cae éste. Lesión, no lesión. Que pasen los sanitarios. Como vayan a beber agua les meto un puro. Voy a ver qué tiene. Cuento, más bien; agua milagrosa y andando. Vuelvo atrás, ya me han movido el balón de su sitio, ¡tramposos! Me mostraré magnánimo, el diálogo es propio de los de primera y yo lo soy. Los de casa juegan mejor, pero un árbitro de mi categoría no puede ser casero, que no digan que me ha influido el ambiente. Éste se ha caído, no fue falta. ¡Piii!, que los visitantes se sientan protegidos. ¡Cómo gritan! Ya sé, ya sé, error mío pero debo cuidar mi reputación. Ya viene a protestar, lo pararé en seco, sacaré pecho y le diré que se dedique a jugar; como se ponga pesado le sacaré tarjeta y que la recurra el club. ¡Lo que trae consigo un error! Sólo faltaba que fuera gol. Y lo ha sido, por toda la escuadra, no puedo anularlo. ¡La que se va a liar! ¿Cómo lo arreglo?, ¿con otra pifia? Ya veré.

El juego se endurece, tengo que pararlo, con tarjetas, ¿cómo si no? Falta/tarjeta, así va a ser. El público me lo protesta todo, no me perdona, es que se me ocurre cada cosa; pero de casero nada de nada. Se acabó el tiempo, no pienso añadir ni un segundo, me duelen los tímpanos. Aquí vienen éstos a protestarme, bueno que me escolten hasta la caseta.

Segunda parte, aquí estoy otra vez, lo sé porque pitan en cuanto asomo. La verdad, me siento importante. De pequeño quería llamar la atención y no me hacían ni puñetero caso. Mírame ahora. En fin, voy a concentrarme.

Falta al borde del área, dudosa pero la pito, a ver si la aprovechan y se amansan las fieras. Nada, a las nubes, no va a haber manera. ¡Cómo corren! No hay quien los siga. Empiezan a perder tiempo, el público se indigna. Saca ya, portero, te la estás ganando.

¡Hala, qué jugada y qué gol! Cero a dos. Esto se pone feo, pero ¿qué le hago?

¡Gol! Menos mal. Pero no, el idiota éste va y levanta la bandera, iba para allá y se la tragaba. Va y señala fuera de juego, con lo necesitados que estamos. ¡La que se está liando! Todos van a comérselo, no pienso quitárselos de encima al memo.

Otra vez a perder tiempo como está el patio. Toma, tarjeta, que ya te había avisado; claro que ahora soy yo quien lo pierde. Corre, corre, tírate, eso es, penalti. También éstos protestan, lo que me faltaba; pues toma, tarjeta por aquí, por allí, al portero también que ya tenía una y roja de regalo. Mientras cambian al portero se nos van a ir unos minutos de oro. Paciencia

¡Gol! Uno a dos. Con un empate estaría bien. ¡Je, je!, el resultado puede estar en mis manos.

¡Vaya con los cambios! Más tiempo perdido. Venga, venga. No tocan pelota, así no hay manera. Otro piscinazo, es un buen sitio, pito falta y tarjeta. Si hacen gol queda compensado. A la grada, hay que ser inútil. Añadiré cinco minutos, mejor seis.

Nada, ni acercarse. Pitido final y pitada final. Un mal día lo tiene cualquiera.»

 

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