Una madre

La madre ha recibido, a lo largo de la historia, diversas imágenes acertadas todas ellas, ligeramente cambiantes dependiendo de las culturas y civilizaciones de las que se hable. Mas si la situamos en la casa, en el hogar, la imagen que se le dé será casi idéntica sin importar el punto cardinal donde se la sitúe.

Ella es, según la imagen, la persona más paciente y capaz de esa pequeña comunidad llamada familia, la que mantiene la calma cuando todos están nerviosos, la más asustadiza con el animalito inofensivo pero la más valiente cuando la situación lo requiere, la más sensible y la más dura, la más inteligente como es necesario cuando se es la más débil en lo físico. La madre es la imagen de la placidez, la calma, el sosiego, la dulzura…, todos sinónimos. Es la imagen que se le atribuye, muy cercana de la real pero sin detenerse en el detalle, en el día a día.

En el quehacer diario la madre es la revolución, la que mantiene la actividad sin tregua, la maniática del orden, la que escribe, aplica, cumple y hace cumplir las normas. Y todas las madres, todas, sin necesidad de reuniones ni cumbres, escriben las mismas; y todas las defienden con uñas y dientes porque piensan que son las únicas posibles y disponibles para conseguir el objetivo que se persigue, una familia como Dios manda.

¿Qué familia es ésa, la que está en la cabeza de todas las madres?

En primer lugar es «su familia». El padre puede que la defienda pero no llegará nunca a apropiársela. La madre sí, con todo lo que eso conlleva de trabajo y obligaciones, asumiendo la incomprensión y la ingratitud. ¿Por qué esto último? Porque ellas imponen las normas, sin consensos ni ganas de buscarlos.

Y, ¿qué sucede si se las discuten? El que se atreve a hacerlo no sabe a quién se enfrenta. Éste es un duelo en el que son las más rápidas: utilizarán la palabra en profusión, las acumularán una tras otra sin dejar resquicio a las que les suenen contrarias, utilizarán la indignación o el cabreo del contendiente para hacérselo ver y confundirlo aún más. Cuando acabe el intercambio, sabiéndose ganadoras, lo pondrán de manifiesto para que no se olvide.

En segundo lugar, su familia se atendrá a un horario difícil por su exigencia. La palabra «temprano» significa «mucho antes de lo necesario para llegar con puntualidad» y ésa es la hora de la mañana para levantarse, noche cerrada aún. Levantarse al amanecer es cosa de las novelas y las películas que gustan de esos planos y descripciones llenas de luz.

Hay que darse prisa, el autobús escolar no espera, se duchan por orden de rapidez, de más a menos, la ropa estará preparada y es la que hay; el desayuno también y hay que engullirlo sin remilgos; el bocadillo viste de plata en la mochila, que nadie pregunte de qué está hecho, lo sabrá en el recreo.

Los consejos de rigor apenas llegarán a los oídos adormecidos pero saldrán de la boca de la madre incansable, despierta, muy despierta. Marcharán a la parada de la mano hasta saberse fuera de su alcance, se soltarán entonces como si eso los liberara de ella, encontrarán allí al de siempre; cuando le preguntan cómo lo hace les responde con el consabido «vosotros no conocéis a mi madre». Irán llegando antes del amanecer y el autobús llegará a su hora, ni más ni menos.

Dentro del autobús empiezan a ser libres, dueños de sí mismos. En el colegio disfrutan dentro de lo posible, en el recreo comprueban que el bocadillo está muy bueno y blandito, con el toque especial y secreto de la madre, que consigue hacerse presente con cualquier excusa. El maestro les pide las agendas donde las madres solicitan información y las obtendrán y cuando lleguen a casa se hallarán en otro régimen, más opresivo e intolerante: les aplicarán varios interrogatorios que abarcarán el plano académico, el de comportamiento, el culinario (aquí nada de reconocer que gustó el bocadillo aunque ella ya lo sepa), les revisarán la ropa buscando manchas o desgarrones. Pasada la revista, a la mesa con las manos lavadas; los platos han de quedar limpios y de postre hay fruta, la fruta que haya.

A todo esto, ¿qué ha sido del padre? Pues espera que le cedan la palabra y sólo hará uso de ella cuando oiga el «dile algo a tus hijos», cosa que ocurrirá pocas veces. Tampoco hará falta que utilice mucha saliva, bastará un sencillo y sabio consejo, el «haz caso a tu madre», para que todo vuelva a la normalidad.

La tele un ratito, la consola otro y el ratazo para la tarea y el estudio bajo la estrecha vigilancia de la madre que todo lo sabe y adivina; sus pesquisas y el mirar a los ojos la llevarán a saber si la tarea está hecha, si su vástago va preparado para el examen y si la mochila carga todo lo necesario. Ahora ropa deportiva, está preparada en el cuarto, y al deporte. Otro momento de liberación, mas siempre bajo la mirada lejana, ella se las apaña para tener espías en todas partes, llegan a preguntarse si habrá sobornado a los monitores cuando éstos les sueltan «me ha dicho vuestra madre…» sintiéndose abochornados con las risitas de los compañeros a los que ya les tocará otro día.

Vuelta a casa, otra revista. Esta vez en búsqueda de moratones y arañazos. La cena, la que hay. Actividad libre bajo vigilancia y a la cama antes del anochecer, a la hora señalada. Y vuelta a empezar

Éste es el día a día de la madre con niños pequeños. A la madre con adolescentes no quiero ni imaginarla, me gusta admirar a quien lo merece pero no compadecer a nadie. La madre con hijos mayores, lejos de su dominio por la razón que sea, tiene la imagen de haber pasado por una etapa de dificultades que asumieron y supieron enfrentar con éxito, la imagen, ahora sí, de la placidez y la dulzura. Ahora que puede permitirse relajarse y vivir para ella.

Una madre es autoritaria, implacable, metomentodo. Es decir educadora, vigilante, preocupada, orgullosa, entusiasta, valiente, protectora, generosa, artista… Todo AMOR.

 

 

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