El agua fría

No me refiero a la que preferimos en verano para saciar nuestra sed y paliar el calor, sino a la que empleamos para ducharnos o bañarnos.

De pequeño me decían que ducharse con agua fría, aunque fuese invierno, me haría más fuerte. Lo intenté, incluso varias veces, para llegar a habituarme, mas cada vez que me ponía bajo la ducha suponía un sufrimiento y después comprobaba que no era más fuerte, que mis debilidades eran las mismas. Alguna ventaja habré obtenido, me dije. Pensé y no se me ocurrió otra cosa que cuando me bañase en el mar me parecería agua caliente. Esperé al verano y el primer día de playa tuve que coger carrerilla y meterme a las bravas. ¡Qué fría! En los días siguientes permitía a los graciosos que me empujaran o que me echaran agua; la seguía encontrando gélida. Los graciosos decían que estaba buenísima, yo estaba seguro de que era mentira porque tenían la carne de gallina y los labios morados. Yo también mentía un rato y me salía a tomar el sol, sin crema ni nada; existía nivea, pero para mujeres, los hombres jugábamos con el balón azul y blanco hasta que se pinchaba y alguno se lo llevaba a casa para arreglarlo con un parche de bicicleta.

Volvíamos a casa colorados como tomates maduros, nuestra madre nos regañaba señalando la sombrilla que nos habíamos dejado allí,muerta de risa, apoyada en el pasillo. Una sombrilla era un estorbo; además, al tercer día ya estaba uno moreno por todas partes menos por una zona media que otra vez los graciosos intentaban dejar al aire.

Cuando nos acompañaban las chicas llevábamos las sombrillas como deferencia hacia ellas, queríamos demostrar que éramos unos caballeros de los pies a la cabeza. Las clavábamos bien por si se levantaba viento y se las llevaba y allí, bajo su protección, se pasaban las horas tumbadas, con los ojos cerrados, haciéndose las interesantes, consiguiendo, eso sí, que no les diésemos la tabarra. Llegado el momento, nadie sabía cuando, se levantaban y, decididas, se acercaban al rompeolas, ponían los brazos en jarras, avanzaban sin hacer gestos y, cuando el agua les llegaba al cuello, nadaban a braza unos metros hacia dentro para luego salir contoneándose al estilo de Úrsula Andress o Halle Berry en 007. Abríamos la boca y las seguíamos con la vista hasta las toallas donde se derrumbaban para desafiar al sol una vez más. En este preciso momento el agua fría desempeñaba una de sus funciones.

Quedaba demostrado, aparte de simulaciones, que la sensación que experimentaba cada cuerpo sumergido en agua fría era diferente, que los termostatos no estaban regulados de igual manera y que otras circunstancias podían influir a la hora de soportarla. De hecho, lo del agua fría es relativo: ¿a qué temperatura se considera que el agua está fría en el Caribe?, ¿puede decirse que en el Ártico el agua está menos fría en verano?

Recuerdo un verano atípico. Casi todos los días el viento nos acompañó  y el mar estuvo revuelto. Por una vez estuvimos de acuerdo en que el agua estaba verdaderamente fría. Allí nos veías expuestos al sol acumulando calorías y la osadía necesarias para siquiera meter los pies, dejábamos que las olas rompieran y que nos alcanzaran, dábamos vueltas para que el agua nos cazara en nuestros avances y retrocesos. Bien mojados, echábamos a correr para secarnos lo más rápido posible y volvíamos para protegernos del viento tras la sombrilla inclinada contra la dirección del mismo. Si aquel verano ventoso se hubiese repetido, el hábito de ir a la playa se hubiese perdido, así como el de sentarse en las terrazas de los bares o el de pasear por las tardes luciendo moreno.

Y el turismo, ¿dónde habría ido el turismo? Pues a tomar viento. Hagan la prueba, cojan un grupo de turistas con sus cámaras y otros arreos, llévenlos aquí y allá de monumentos y calles con historia, de tapas, cerveza y vinos hasta ponerse morados, que no de frío; terminen la jornada sin darles la oportunidad de pisar la playa para vestirse de salmonetes almerienses y se quedarán mustios, con la expresión en la cara de «si lo sé no vengo».

Volviendo al tema, ¿saben ustedes quién es valiente? Valiente es el que se baña en agua fría. Eso dicen los que lo dicen. Ahora bien, yo hago otras preguntas, ¿quién quiere ser valiente? Y ¿para qué? Si los valientes casi siempre acaban mal. En las películas, por ejemplo, el que se va de voluntario a pegar tiros, ¿cómo vuelve?, ¿quién le pone las medallas encima de la caja?. En esto igual, ¿cómo acaban los bañistas extemporáneos?, ¿quién los visita en su lecho de dolor mientras se cura de un resfriado de aquí te espero? Nadie. Se le reconoce el valor, pero en las tertulias del bar lo que más se oye sobre él son frases como éstas: «es que es tonto», «no da más de sí», «con lo fría que estaba el agua», «mira que se lo dijimos»… A la hora de la verdad el valiente se queda solo y maltrecho. Y aquí es donde vienen las madres a demostrar que como una madre no hay nada, lo cuidan, lo miman, le dan friegas con vaporub, le traen calditos a la cama, lo arropan. Tampoco se crean que es para tanto, lo que pasa es que ellas tienen al hijo controlado, pegaito a la falda como de chiquitillo y el ahora grandullón tendrá que hacer esfuerzos sobrehumanos para despegarse sin herir suspicacias. ¡Anda! Y todo por valiente.

Lamento «echar un jarro de agua fría» sobre los que creen en las propiedades, que son muchas, de este agua. Pero tenía que advertir sobre las consecuencias nefastas que puede reportar al que se arrima más de la cuenta y sin necesidad, a todo esto sin cobrar y para hacerse el chulito delante de las niñas que piensan de él que es un retrasado.

El agua fría tiene dos polos, el positivo al presentar un reto apelando a la capacidad de sobreponerse a la adversidad y el negativo por suponer una contrariedad ante la que se puede desfallecer.

Existe el agua templada, suma de la caliente y la fría. Me quedo con ella.

 

 

 

 

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