Paseando con perros

Yo tengo perro, a decir verdad tengo dos porque el de mi hijo, a los efectos, también es mío. Los perros son pequeños, tamaño XS, de esos que los viejos decían que «para eso, mejor un gato»  Mi hijo saca al perro, no pasea con él, emplea el tiempo de lavarse los dientes, dos minutos y a casa para que no se resfríe. Cuando va a salir conmigo, el perro da vueltas sobre sí mismo en movimiento continuo y salta más que Ronaldo en un córner. Yo le doy un buen paseo, bueno nos damos. Lo llevo amarrado por respeto a la normativa municipal, voy provisto de bolsitas en abundancia y atento a lo que va soltando por la vía pública peatonal, la acera. No la suelta en cualquier lado, espera a estar cerca de una papelera o un contenedor de basura, es muy considerado con su dueño. Cuando la suelta formo un cordón alrededor para evitar que la aplasten y la repartan a lo largo y a lo ancho. Levanta la patita atentando contra señales de prohibido, es muy selectivo, farolas, árboles y postes de zona azul. Lo repite tanto que termina deshidratado aunque sigue con el ritual de marcar territorio.

Aprovecha el paseo para establecer relaciones sociales y en esto no es selectivo, se para a saludar a todos, grandes o pequeños, y me veo involucrado, obligado a oír atentamente el historial del otro perro y a decir cumplidos. Es un perro simpático y no sé cómo tiene ese buen humor a las siete de la mañana; se lleva bien con todos, excepto con esos que antes de llegar a su altura ladran advirtiendo de su mala leche canina; a esos ni los mira, pasa a su lado con la cabeza bien alta, muy digno.

Le gusta salir, eso ya lo he dicho, pero también le gusta volver y, cuando se ve cerca de casa, tira de mí como si fuera perro de trineo y acelera el paso. Llegados al hogar la primera visita es al recipiente del agua para reponer líquidos y, una vez recargada la pistolita, va en busca de su manta para recostarse tras encontrar la postura, que le cuesta unas vueltas sobre sí mismo.

En casa es cariñoso, un «pelotas» con todo el mundo, mueve el rabo, «lametea» y echa las patas hasta donde llega que no es muy arriba pero sí peligroso para la integridad de los atributos masculinos. Valora más que nada callejear, estar al aire libre, y es por eso que cuando se le deja en casa sin darle una explicación que pueda entender se dedica a hacer sus cosas formando un campo de minas resbaladizo y maloliente. Por pura venganza, para dejar claro que no merece el abandono ni el encierro, aun a sabiendas de que a nuestro regreso va a ser castigado. Aquí actúa en busca del oscar, mira interrogante: «¿he sido yo?, ¿me creéis capaz?».No hace falta indicárselo, se va a su manta y espera lo que haga falta hasta que llega el indulto.

Y con él un nuevo paseo o «lo que toque». Si es esto último, aprovecha los dos minutos corriendo de un lado a otro, vigilante para evitar  que su dueño lo deje allí olvidado; si lo pierde de vista, detiene su carrera, atiesa las orejas y pone el radar haciendo un barrido hasta encontrarlo, corre hacia él y, resignado, va a la puerta del ascensor y levanta una de las patas como señalando la presa en batida de caza.

Si se presenta un nuevo paseo busca innovar y encuentra nuevos pasatiempos, como las palomas, pájaros bromistas que le hacen creer que están a su alcance para ponerse a salvo de sus intentos de atraparlas o, si se levanta viento, ir tras las hojas de los árboles o de papel para colocarles la pata encima y, sin piedad, ponerlas húmedas y amarillentas.

Otras veces lo llevamos a una terraza para tomar café, allí se sienta y observa: al camarero, a los clientes, a los viandantes y a los niños, especialmente a los niños que suelen acercarse para acariciarlo después de preguntar si muerde; entonces retrocede para esconderse bajo la silla. Y es que sólo teme dos cosas: los cohetes y los niños, lo más ruidoso y pesado que conoce.

Reconoce el coche de su dueño entre todos los del garaje, sale corriendo y, al llegar ante él, levanta la pata y espera a que le abran la puerta, sube de un salto y se acurruca en el suelo tal como le han indicado otras veces. Le encantan los viajes porque suelen terminar en mi casa donde está mi perra que es su hermana. Desde que se encuentran hasta que se despiden , juguetean y compiten mediante veloces carreras a un lado y al otro del jardín, no se separan y lo comparten todo, el pienso y el agua, la manta y hasta el paseo en el que todo lo duplican con pequeñas diferencias.

Son perros fieles, simpáticos, graciosos, atléticos, juguetones y de compañía, no comprenden lo de quedarse solos y encerrados, son agradecidos y cariñosos. No entiendo la frase negativa «llevar una vida de perros». Es una frase del pasado, cuando casi nadie tenía un perro en su casa salvo que le fuese útil y vivían en la calle sin importarles a nadie, expuestos a enfermedades y a ser atrapados para su sacrificio. Hoy la frase, por fortuna, carece de sentido, la gente está sensibilizada y tener en casa una mascota es algo normal y buscado para paliar la soledad. Entiendo la otra frase, más acorde con estos tiempos, la que dice que «el perro es el mejor amigo del hombre».

Pero me quedo con la frase «para hacer ejercicio, pasee con alguien que le acompañe de buen grado, preferentemente un perro». Y eso hago.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba