Así es como hacemos las cosas por aquí, a la buena de dios, de cualquier manera, sin pensarlo dos veces,sin planificar, sin importar el resultado, confiando en la buena suerte.
Para todo, ¡eh!. De medias tintas nada, puestos a ser chapuceros lo somos para todo, sin discriminación ni favoritismos, que todo el mundo tenga una experiencia para contar y de la que lamentarse. Porque esa es otra, cuando somos la víctima nos quejamos amargamente y ponemos de vuelta y media al artista, al autor de la obra hecha confiando en que un ser supremo guíe sus torpes manos. Y cuando uno mismo es el autor deja un margen al «tampoco es para tanto» o al «no está tan mal».
A la buena de dios trabajan los albañiles, los advenedizos sólo porque los expertos son inalcanzables. Se dice de ellos que se les recibe con los brazos abiertos y se les despide a empujones. Cobran por horas y se toman su tiempo, que el estrés no es bueno. Van por parejas, uno de maestro y el otro de peón. Tienen una máxima, hacer la obra como manda el dueño, aunque sepan que es imposible, para tener la coartada del «lo hemos hecho como usted quería».
Los fontaneros se llevan la palma. Son caros pero tiene explicación. Llegan con lo puesto y poco más. De pronto se dan cuenta que necesitan algo que no habían previsto, es decir un imprevisto, van a comprarlo y vuelven después de terminar en otra casa que les venía de camino. Como se les ha hecho de noche se despiden hasta mañana sin hora fija, eso sí, advirtiendo antes de irse que no abran la llave de paso. Total, por un día que no se duchen… Al día siguiente terminan pero no terminan, no comprueban el resultado, lo que menos importa, y la buena señora debe llamarlos porque sale agua y no por el grifo. Recibe el sabio consejo de cerrar la llave de paso y esperar. La pobre señora intenta recordar, mientras cierra la llave, una obra de fontanería hecha en un solo acto.
A los que trabajan en las calles no les queda otra que hacerlo a la buena de dios. Al abrir una zanja se encomiendan a todos los santos y por aquella ley de un tal Murphy, ingeniero él, acaban pinchando alguna tubería que no estaba en el plano o que estaba en el plano que no habían mirado. Lo que da el cante es asfaltar una larga calle y contemplar unos tubos que llevaban allí una semana pidiendo ser enterrados. Si los tubos hablasen no pasarían estas cosas. Pero no pasa nada, la obra se prolongará un pelín y los vecinos ya se han hecho a la calle cortada.
En lo doméstico, y más concretamente en los fogones, hay quien cocina a la buena de dios. Pone la olla y confía en su memoria, nada de relojes o de rezar credos y padrenuestros como pedían las recetas antiguas, todo de memoria, o mejor pide a otro que le recuerde que la olla está puesta. Y éste se olvida y el cocinicas , ocupado en otras cosas, se dice que algo se le olvida. Y ya se sabe, el uno por el otro… Un tufillo a quemado acaba recordando al que cocina de memoria que no se puede jugar con fuego.
Sin salir de casa, los dueños de la misma se empeñan en graduarse en albañilería, fontanería, pintura o carpintería, lo que es una legítima y loable pretensión. Pero a la buena de dios, a ver qué sale. Porque, se dicen, «esto no puede ser tan difícil, si al último que vino le tuve yo que decir cómo se hacía». Y allá que agarran el martillo, la llave inglesa, el palustre o la brocha gorda y se ponen manos a la obra, siempre con testigos inoperantes que puedan dar testimonio, testigos de primera de desaguisados que no por esperados dejan de ser lamentables, convirtiéndose en paños de lágrimas del que suspende pero confía en aprobar con un poco más de práctica.
Esto de la improvisación escribe sus mejores hazañas en la política, la ciencia del gobierno y la organización. Claro que una cosa es definir la política y otra ejercerla. Habrá algunos que se queden patitiesos al enterarse de que es una ciencia y estarán más de acuerdo con los que la definen como arte, el arte de mentir sin pestañear. Hay que reconocerles que son la mar de organizados en un principio; redactan su programa en el que no falta de nada y lo difunden impreso o lo graban en las mentes de los que acuden a los mítines. Los que quedan en la oposición son coherentes con su programa porque no pueden ponerlo en práctica. Los que quedan en evidencia son los encargados de gobernar, que lo hacen a la buena de dios, enfrentándose a una realidad que se opone machaconamente a sus buenos deseos impresos en su programa. Nada les sirve de disculpa y, lejos de aprender, vuelven a prometer lo inalcanzable para las próximas elecciones. La política es un arte.
Vivimos a la buena de dios porque nadie puede planificar su vida al cien por cien. De niño quieres ser bombero y acabas siendo maestro, otra profesión de riesgo. De mayor te casas con la pareja que eliges, mas ninguna compañía de seguros te ofrece una póliza de durabilidad, a tus hijos los educas buscando lo mejor para ellos y ellos se muestran imprevisibles. La vida no se ofrece con manual y cada uno la vive a su manera, a la buena de dios.