¿Puede alguien suponer o prever las múltiples facetas que puede ofrecer una clase de cualquier materia un día no importa cuál a una hora de primera a última?
Lo que puede suceder es tan variado y puede ofrecer tantas posibilidades que es imposible de prever, de programar. Lo que implica que el protagonista del acto, el que está más solo que la una, debe improvisar para salir airoso o ser empitonado por una manada de toros sedientos de la sangre del «opresor» que los tiene anclados a una silla durante seis larguísimas horas, ansiosos por producir o que se produzca alguna situación violenta para el artista, el que trabaja sin red, que lo lleve al suelo y pase de estrella a estrellado.
A estas alturas todo el mundo sabe que no hablo de toreros ni de trapecistas pues ellos se someten al parecer de un público que ha pagado por ver un espectáculo que nadie le asegura que pueda resultar de su agrado. El artista al que me refiero torea muchas fieras a la vez, presentes o no y se sube a trapecios situados a la altura que le marcan otros.
El mejor de los días, si las fieras duermen o están sedadas, puede permitirse el lujo de hacer una pirueta que incluya hasta un triple salto mortal con una airosa y triunfal salida con rebote sobre la barra del otro lado. Nadie le va a aplaudir porque no se ha caído, lo miran por el rabillo del ojo como saca pecho y estira el cuello triunfante. Se crece y se atreve a pedirles más de lo que están dispuestos a dar de sí. Ha cometido un error de enormes proporciones, ha despertado a la bestia que se prepara para lanzar un zarpazo demoledor, ha osado retar a un enemigo más poderoso y con armas incontestables.
Ante un ataque masivo y demoledor el artista pide refuerzos y los espera. Que los espere sentado porque no llegarán. Los refuerzos se sumarán al enemigo superior, no porque crean que se trata de un bando con valores y cualidades dignas de defenderse o que, a la larga, vaya a beneficiarlos con su apoyo. No, saben que para lograr tal resultado deberían sumarse a la parte débil y necesitada, además de cargada de razón. Pero no lo hacen por proximidad, comodidad y falta de perspectiva.
El grupo está compuesto por una diversidad tal que el trato debe ser individual. Los más malintencionados y perezosos son minoría. Los más responsables y trabajadores son una inmensa mayoría pero forman parte del ganado lanar borreguil al que tan poca personalidad se le supone y al que el miedo atenaza y anula. La minoría se siente poderosa y, esgrimiendo el miedo y el encanto del pícaro que no es más que un rufián indecente y de moda, consigue arrastrar al resto para construir el clima de una claque silbadora.
El terreno se vuelve cenagoso y lleno de trampas, un campo minado que no se desactiva así como así. Ni el soldado universal, ese que se las sabe todas, armado hasta los dientes y técnico en todas las artes marciales habidas y por haber, es capaz de desliar semejante embrollo. Tendría tiempo para lanzar unas cuantas granadas en parábola que sabe dios si donde cayeran habrían causado algún efecto. No le darían la oportunidad de sacar el cuchillo multiusos ni de lanzar en el aire la patada poderosa acompañada del gritito aterrador, en masa se lanzarían sobre él aplastándolo de mala manera.Y fin del capítulo. Cada día se rueda uno no exento de acción conformando una serie de éxito.
El protagonista lo es por las palizas que recibe y lo resistente que se muestra, fajador de golpes de todas las facturas que el guionista no le permite devolver a pesar de describirlo lleno de autoridad y de recursos. La serie también tiene sus detractores, opinan éstos que el mundo que se plantea en ella está lleno de contrariedades y resulta poco menos que de ciencia ficción, no comprenden que batallas tan cruentas puedan tener lugar todos los días, no entienden cómo los contendientes no se dan una tregua y, sobre todo, no se tragan que el protagonista pueda tener tal aguante. Pero la ven, atónitos e impertérritos, con los ojos muy abiertos y gesto de desaprobación. Y esperan la nueva temporada para comprobar si los perfiles de los personajes han cambiado aunque sólo sea un ápice.
Los críticos de postín opinan que la serie es un fracaso, claramente mejorable, necesitada de nuevos personajes y que, en esto son más insistentes, el protagonista es el responsable máximo del fracaso. Para ellos lo mejor es el guion y ponen por las nubes a los guionistas. Si alguna vez permiten al protagonista decir unas palabras, éste reclama, en voz bajita y con mucha educación, un cambio de escenario, un aumento de recursos, una subida de sueldo y un guion que le permita defenderse para dejar de hacer el ridículo, que le dé alguna posibilidad en la lucha, que lo convierta en un personaje creíble. Como habla sin el convencimiento de que va a ser escuchado, los críticos se ceban con él y lo exponen ante la opinión pública como un actor mediocre que necesita de vacaciones, lo que interrumpe la serie y la priva de algunos capítulos.
Como los fans piden a gritos personajes nuevos, los genios del guion que, por cierto, lo escriben todo en los despachos y no pisan el plató para así no contaminarse ni arriesgarse a recibir alguna colleja, crean unos personajes misteriosos muy bien vestidos que pasean por los pasillos y entran en las salas de operaciones para pedir papeles, muchos papeles, de todos los tamaños y colores, garabateados y coloreados, llenos de barras y de líneas que suben y bajan pero sobre todo que bajan. Tienen aire paternalista mas los espectadores han querido ver en ellos la figura del espía que, en principio, están en apoyo del «prota» y terminan arreándole por no haber hecho bien los dibujitos de los papeles y porque las líneas no van en la dirección que se les pide, sin importar si se ajustan a la realidad.
La serie seguirá adelante, es obligatorio grabar a diario. Los guionistas, de vez en cuando, reciben instrucciones para hacer algunos cambios. En la última temporada han matado a muchos de los protagonistas para que sea más emocionante contemplar como las dificultades se multiplican y la lucha desigual se desequilibra aún más.
Bendita serie que unos escriben y otros sufren al grabarla y contemplarla. Algunos actores, tras algunos años, han salido de ella en busca de otra más real o de ayuda psicológica.