Érase una vez (VIII)

libros     El fin de semana lo dedicó al ejercicio físico: salía a correr al amanecer y al atardecer y ayudaba a su padre en las tareas más pesadas. Comió y bebió en abundancia; cargaba y descargaba las «pilas» con la misma rapidez; caía rendido en la cama y dormía plácidamente.

El lunes volvió al colegio. Con la mente bien despejada, las clases fueron el bálsamo que supuso el final de su larga curación. Todo le parecía interesante y a todo le dedicaba tiempo, de manera que éste pasaba muy rápido.

En casa se programaba de tal forma que no le quedaba tiempo libre, empezaba con las tareas del colegio y el estudio que lo hacía a conciencia, sobre todo cuando tenía algún examen. Poco antes del anochecer salía a correr, pasear o hacía largos recorridos en bici hasta el pueblo y volver. Se dormía ante la tele tras una cena abundante y un gran vaso de limonada que él mismo se procuraba con el zumo de limones recién cosechados, su corteza rallada, agua fresca y azúcar.

Sacaba las mejores notas y no le suponía el menor esfuerzo. Le encantaba el tiempo que pasaba en el colegio aunque no se relacionaba con nadie. Lo consideraban un bicho raro pero lo respetaban, quizás por su gran envergadura y sus señalados músculos, quizás porque él respetaba a todo el mundo y no se consideraba mejor que nadie, o quizás porque no le afectaba lo que pensaran de él y los demás lo sabían.

Pero el curso llegó a su fin. Lo que para todos era la meta, las vacaciones, para él suponía prescindir de tener ocupada la mayor parte del día. Sus padres no sabían cómo premiarlo por sus excelentes notas, pero como parecía que él no desease nada, olvidaron el tema.

No obstante, cuando hubo terminado de leer los libros que la biblioteca del colegio le había prestado, propuso a sus padres una solución. Lo hizo mientras cenaban, enrojeció al pedirles un lote de libros cuyos títulos, con letra cuidadosa, había relacionado en una lista. Su padre sonrió al cogerla de su mano e introducirla en el bolsillo de su chaleco.

Al día siguiente viajó al pueblo para encargarlos. Tardarían dos semanas en llegar pero se había encontrado con uno de los profesores que le mandó un lote tan numeroso que sería suficiente para el resto del verano.

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