En el diario regional IDEAL del lunes 22 de Junio 2015 puedo leer: «dos almerienses renuncian cada día a la herencia por no poder pagar el impuesto de sucesiones».
Es de risa. ¿En qué estarían pensando nuestros padres cuando decidieron ahorrar de sus escasos recursos para comprarse una vivienda? ¿Estarían pensando los hijos que algún día sería suya?
Quien pensó sin miedo a perder fue la administración autonómica que dio a elegir al heredero entre pagar un impuesto o ceder la titularidad. También calculó bien cuando le dio a elegir entre heredar o renunciar pues en este último caso debería decir no a la totalidad, incluidas las deudas. ¿Asumiría éstas la administración en caso de renuncia? Ya sé, sobra la pregunta. Sí, es de risa.
Pagamos impuestos por trabajar (IRPF), por tener ladrillos (IBI), por comprar cualquier cosa (IVA), por circular con un vehículo, por revisarlo en la ITV, por llenar el depósito. Vas y piensas que con estos pagos van a prestarte servicios y compruebas que van y te los cobran con exigencias (recargos): agua, basura, alcantarillado…
Pero terminas acostumbrándote. Pagas cada mes, cada trimestre o cada año. Todo para y por ser propietarios. Más le hubiera valido a nuestros padres vivir en alquiler y haber disfrutado en vez de ahorrar.
Después de renunciar a lo que los padres quisieron tener y obtener honradamente por no ceder a un impuesto que tiene mucho de chantaje, esta segunda generación querrá evitar el mismo trago a sus hijos y venderán sus propiedades antes de irse al otro barrio o, si estuvo atento a los ardides de las voraces administraciones, no habrá adquirido más que lo imprescindible y que no exceda del mínimo exento que, en el caso de nuestra comunidad autónoma, es inferior al valor de una vivienda media. Por cierto, este valor está supeditado a lo que el Catastro decida y lo hará al alza en cada revisión. Por cierto, recientemente decidió que el valor de la construcción es una cosa y el del suelo es otra y ambos suman para calcular el impuesto.
En cada periodo de elecciones oímos que van a bajar los impuestos. Por cierto, acaba de hacerlo nuestro Presidente del Gobierno ante las generales de Noviembre. Sin embargo, no oímos que van a desaparecer algunos de ellos. Por cierto, el de sucesiones debería ser el primero. Porque no tiene pies ni cabeza, porque a ningún ciudadano le está permitido apropiarse de bienes ajenos y sí puede hacerlo nuestra administración, porque la herencia es un derecho, porque cuando se adquirió el bien tal impuesto era impensable, porque ese bien ya pagó en impuestos hasta hoy más de lo que costó, porque ya está bien de impuestos…
Como consuelo, hay una herencia que no pueden quitarnos y es la biológica. De momento.
El nombre del impuesto, «de sucesiones», marca un paisaje completo inalcanzable a la vista en toda su inmensidad. Un padre precede a sus hijos y durante su vida marca un rumbo, sigue un camino y, a lo largo de él, va estableciendo campamentos para ejercer actividades y crear obras hermosas y útiles. Los hijos le suceden obligados a seguir abriendo camino y consolidar y mantener las obras de su padre. Eso es heredar realmente, suceder a quien te precedió en lo bueno y en lo malo, en el esfuerzo y en la recompensa, en lo agradable y lo rechazable, en las obligaciones y en los derechos.
Pero llega la administración, «ese monstruo grande que pisa fuerte», y te dice, te informa por correo certificado, la suma que debes satisfacer por tus derechos, sin hacer referencia a la graciosa donación sin impuestos de tus obligaciones.
El impuesto de sucesiones es de risa, insisto. Parece una broma, pero habrá que tomarlo en serio y no meterse con él (con su creador), no meterse con una administración que tiene la sartén por el mango, no depender de unos juzgados que sentencian hoy a tu favor, mañana en tu contra, pasado a tu favor y por último en tu contra, aprovechando la administración, en un ejercicio de crueldad medieval, para aumentar tu deuda por los años que llevas sin satisfacerla.
Tómatelo a risa, paga con humor o renuncia y pide perdón a quien te precedió por no poder sucederlo, salvo en lo biológico. ¡Menos mal!
En muchas ocasiones hemos oído y repetido que «nos van a cobrar hasta por respirar». Pues bien, en este caso nos cobran por dejar de respirar. ¡Encima!