A pocos días de que suceda, me dispongo a hablar sobre el tema adelantándome a los telediarios que lo convierten en recurrente, precedido del coste del material escolar y seguido del síndrome que se sufre al volver al trabajo tras las vacaciones. Dicho sea de paso, el síndrome no existe, no es más que un invento de los psicólogos para llenar las consultas y de los vagos para tomarse una baja que prolongue la inactividad.
En realidad, el niño está deseando volver. Está harto de playa, de hacer castillos de arena, de someterse al trance de embadurnarse de crema, de poner y quitar la sombrilla, de cuidar del hermanito/s mientras mami parlotea con las vecinas de arena sobre temas trascendentes, de recibir tantos consejos y prevenciones que se baña acojonado esperando que le suceda algo, lo que sea pero malo. Dice él que si tan peligroso es el baño, ¿por qué bañarse?
Además ha perdido el contacto con muchos amigos con los que compartía trastadas, juegos, confidencias y salidas.
La vuelta al cole pone en el estómago el gusanillo de la curiosidad: que si en el grupo habré caido con fulanito o menganito, que si ese profesor/ogro no le dará clases con un poco de suerte, que si le tocará un aula con pizarra digital; bueno esto le da lo mismo, tiene una profe de mates que escribe con tanto cuidado que deja la pizarra como una obra de arte. Da lástima borrarla.
Los bocatas de la cantina, después de tres horas, saben a gloria; de postre unas chuches de esas que te ponen la lengua de colores. Y con fuerzas renovadas a finiquitar la jornada. No, no se está tan mal en el cole. Se pasa bien con la peña, los profes se portan bien, quieren que estudien y se cabrean por razones obvias. Hay tantas anécdotas que entre risa y risa las explicaciones prometen nuevas risas. Los profes terminan sonriendo y dejándolos por imposible.
Las vacaciones habían paralizado muchos alicientes que podrían reiniciarse justo ahora. Por estudiar y sacar buenas notas se logran muchas cosas: la bici nueva, el móvil, el videojuego, las zapatillas que llevan todos sus amigos… El colegio es un chollo, las vacaciones un rollo.
Los primeros días le dan los nuevos libros que ocuparán toda la mochila haciéndola pesada en todos los sentidos. Están hechos polvo, esa es la verdad, pero son gratis y útiles todavía. Le piden cuadernos amén de otros materiales de escritura y ése es todo el gasto. Deberían los telediarios hablar de los libreros que se han quedado sin negocio al quedar éste en manos de las editoriales que se entienden directamente con la administración educativa.
Algunos tienen suerte, no hay libros suficientes para todos y tienen la excusa perfecta para no hacer la tarea mientras no llegan los libros que encima serán nuevos. Algunos profesores sin piedad les hacen fotocopias del primer tema y se les acaba hacerse la víctima. Tampoco los libros de lectura, obligada o no, suponen un desembolso; la biblioteca se equipa de ellos para ser leídos allí o pedirlos prestados. Conque la noticia deja de ser de portada. A menos que hablen de la subida que han experimentado los bic y las milán que además se pierden con mucha facilidad.
La vuelta al cole deja de tener interés económico y se queda con el morbo de la pereza que supone volver a madrugar, a cargarse como una mula, a someterse a normas, a las tareas…
Será bonito que las noticias lo sean por sí mismas y que se produzcan sin esperar a la época del año o al inicio y final de los cursos o pruebas selectivas. Por repetidas dejan de tener interés y pierden su propio significado. La noticia ha muerto. ¡Viva la noticia!