El escritor. Capítulo 1

Andaba siempre el escritor en busca de la palabra inspiradora, de aquella que, incluida en su próxima historia, resultara ser la clave.

A veces se presentaba sola y tocaba a la puerta de su mente siempre abierta. Otras la buscaba en charadas, especie de juegos de adivinar palabras a los que gustaba enfrentarse.

Esta fue su primera charada, su primera palabra y su primera historia:

 

Nunca 2ª nada parecido en toda mi 2ª3ª. No se me 1ª2ª3ª aquel momento, no se me 3ª bien el 1ª2ª4ª sino el recuerdo. 3ª4ª que mi memoria no me traiciona, ese hecho tan relevante no se me ha 1ª2ª3ª4ª.

 

El cazador se adentró en lo profundo del bosque. Lo hizo sin pensar, siguiendo a una fuerza poderosa, la de la costumbre.

Una tormenta, habitual por aquellos parajes, se presentó sin avisar, haciendo que fuese imposible volver atrás.

En ese momento empezó a ser consciente de su apurada situación: había olvidado su mochila con todo lo necesario para sobrevivir en aquellas condiciones.

Buscó un refugio. Sabía que por allí había uno de cazadores. Para cuando lo encontró estaba empapado y aterido. Necesitaba hacer fuego, calentarse y secar sus ropas. Había leña suficiente pero no con qué prenderla.

Conforme pasaba el tiempo se iba haciendo más evidente que se encontraba en un aprieto. Ya no sabía donde mirar ni qué hacer, por ninguna parte de aquella desolada habitación aparecía una mísera cerilla, ni en el cajón de la única mesa ni en el vasar de la chimenea.

Se despojó de la ropa, que de nada le servía, buscó con qué abrigarse sin éxito. Buscó una zona donde la tierra parecía estar seca, junto a la pila de leña. La cubrió con una capa de troncos. Tumbado en ella echó mano de los troncos más ligeros y se cubrió con ellos empezando por los pies.

Mas no era suficiente, no dejaba de sentir el frío que se había quedado a vivir en su cuerpo a pesar de haberse secado.

Luchaba por no dormirse pero los párpados se cerraban contrarios a obedecer su voluntad. A punto de rendirse, escuchó un ladrido familiar anunciando a su perro también olvidado. Empujaba la puerta con sus poderosas patas mas no era suficiente para abrirla, recordó que había echado la falleba. Se quitó de encima los troncos y fue a abrir; el perro lo derribó y fue a lamerle la cara. ¿Quién se alegró más?

Sin duda su familia lo había enviado para buscarlo. Atadas al lomo llevaba las alforjas conteniendo lo esencial para salir del apuro: utensilios para hacer fuego, agua, ropa y alimentos. Empezó por vestirse y a continuación, con manos temblorosas, encendió fuego, la leña seca prendió con facilidad.

Colocó sus ropas a secar mientras se calentaban casi pegados a la chimenea. La tormenta seguía rugiendo ahí fuera, tardaría en calmarse y permitirle volver del paseo. Decidió aprender la lección: nunca olvidarse de lo más básico pues no siempre tendría cerca a quien pensara por él.

El olvido es dar la espalda, lo olvidado queda atrás y cuando se quiere recuperar puede que esté demasiado lejos.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba