17 en Polonia

Se había formado un grupo de 17. ¡Que casualidad! El mismo número que fuimos a Rumanía el año anterior aunque con algunas bajas y nuevas incorporaciones.

Del 16 al 23 de Julio, también las fechas coinciden.

Novedad: a los de El Ejido el autobús nos recoge en el IES Murgi.

Tras los saludos de rigor vamos a por los de Adra y, por último, en Motril recogemos a la última compañera en incorporarse.

El aeropuerto, también el de Málaga. Ya se sabe: descargar maletas, una grande y otra de cabina por barba, facturar, control de seguridad y espera. Salida a las 16 horas aproximadamente. Llegada a Varsovia a las 20 horas aproximadamente.

La guía, Ana, nos recoge con minibús y las maletas viajarán en remolque. Demuestra poco dominio del español, con mucho balbuceo, pero hay que esperar.

Hotel algo alejado del centro y la Ciudad Vieja. Cena y desayuno buffet con pan recién hecho.

Estábamos en una ciudad que fue asolada, totalmente arrasada por los bombardeos durante la 2ª guerra mundial. Vimos fotos tomadas desde el aire y la conclusión fue que estábamos en una ciudad reconstruida en tiempo record y que intentaba, si no olvidar, sí dejar atrás la invasión y el horror por parte de los alemanes y el posterior sometimiento a Rusia y al comunismo que le supuso quedar anquilosada y aislada del resto de Europa.

Quizás por ello la guía quiso empezar la visita a Varsovia por un trocito del muro construido para aislar a los judíos en un ghetto de donde únicamente salían para ser llevados a campos de concentración cercanos.

Después admiramos el enorme Parque Łazienki, extenso, con numerosa arboleda, muy cuidado y donde destaca el monumento a Frédéric Chopin que preside el lago: se trata de una estatua que representa al músico en un momento de inspiración bajo un sauce llorón. En el mismo parque visitamos el Palacio en la Isla o Palacio sobre el Agua y divisamos otros palacios, la mayoría museos en la actualidad.

A continuación la Ciudad Vieja con su plaza del mercado reconstruida fielmente y con la estatua de la sirena con espada y escudo sirviendo como símbolo de la ciudad . Almorzamos en un restaurante de la plaza.

Después visitaríamos la barbacana y dispondríamos de tiempo libre para pasear por la orilla del río Vístula.

Y terminamos en el monumento a los Héroes del Levantamiento, soldados mal pertrechados que intentaban oponerse a los alemanes en 1944.

En el tercer día, tras desayunar, marchamos de Varsovia hasta Kazimierz Dolny, situada junto al río Vístula en la región de Lublin; ésta sería la primera vez que Ana, la guía, nos recalcó que ella nació en la ciudad de Lublin. Precisamente ahí, junto al río, nos dejó el bus y dimos un corto paseo hasta llegar a la plaza Vieja o del Mercado presidida por un pozo cubierto con un tejado y con remate en forma de lanza. La guía nos habló del castillo mandado construir por el rey Casimiro el Grande pero viendo la empinada cuesta que habríamos de subir desistimos, más aún sabiendo que estaba casi derruido y que lo único que nos ofrecería sería una extraordinaria vista.

Nos dispersamos para visitar aquello que nos atraía, todo en torno a la plaza donde se acumulaban una serie de pequeños tenderetes cargados de souvenirs y tiendas donde lo más atractivo resultó ser el chocolate o, para algunos, el tabaco americano. Almorzamos en un restaurante cercano a la plaza; el menú se componía de sopa y carne de cerdo, menú que sería recurrente a lo largo del viaje aunque cambiaría el tipo de sopa y la forma de preparar la carne.

Bajo un sol insoportable fuimos en busca del autobús, que no al revés. Nos dirigimos a Zamosc y nos hospedamos en un pequeño hotel algo lejos del centro. Sólo tenía una planta a la que se accedía sólo por escalera. Sólo dispusimos de unos minutos tras los cuales, aunque algunos arrojados querían ir a pie, fuimos en bus hasta el centro, o lo que es lo mismo la plaza principal, rodeada por casas de fachadas de diferentes colores y con arcadas en su parte inferior. Destacaba entre ellas el ayuntamiento al que elegimos como lugar ideal para las fotos al disponer de escaleras dobles de acceso con atractivo diseño. Cercana a la plaza encontramos la catedral y, separada de ella, la torre del campanario. Dimos un paseo para ver otras iglesias y otras plazas. Nos atrajo especialmente esta ciudad por su belleza, limpieza y cuidados jardines.

Poco pudimos disfrutarla, enseguida regresamos al hotel para la cena. La guía nos habló que allí se madrugaba, se almorzaba y se cenaba temprano, tres cosas que también serían recurrentes a lo largo del viaje. Esta vez la sopa estaba consistente y sabrosa, a base de pimentón y el postre, una panacota, muy celebrado. Tras una corta tertulia, a la cama.

A estas alturas ya habíamos comprobado lo pronto que amanece por estos lares; la abundante luz de las cinco de la mañana te hacía creer que te habías quedado dormido y llegabas tarde al desayuno. Pero no, el desayuno bufet se hizo realidad y, con las maletas en el remolque marchamos hacia Lipie, una pequeña ciudad que nos resultaría sorprendente y atractiva.

Todas las fachadas de sus casas estaban decoradas, pintadas con flores y sólo con flores . La guía comentó que la costumbre empezó cuando una vecina decidió hacerlo para tapar una mancha de hollín. Almorzamos en una de estas casas, adornada en su exterior e interior; en el exterior la ornamentación alcanzaba a un cenador y a un pozo así como otros enseres.

Exactamente igual que en el interior donde el recargamiento se hacía evidente y lo alcanzaba todo, hasta el techo y las lámparas formadas por flores de papel. Al entrar al comedor nos invitaron a un chupito de vodka y luego pasamos a la sopa y a unas pastas de dos tipos: unas rusas y otras polacas que nos parecieron sosas.

Estábamos en la Casa de las Pintoras y las pudimos ver en acción pintando con trazo firme sobre cerámica y madera que servían para vender como souvenir. Nos empeñamos en detectar dos objetos igualmente decorados sin conseguirlo, lo que hablaba favorablemente de la originalidad de estas pintoras enamoradas de su pueblo y de esta tradición relativamente reciente: 80 años. Vimos su iglesia que había sido alcanzada por la tradición.

Después viajamos a Cracovia donde lo peor sería el hotel. Estaba situado junto a las vías del tren y carecía de cocina. Por eso la cena parecía provenir de un catering y la “piwo”, (cerveza), misión imposible.

Así que fuimos a buscarla a la Plaza del Mercado para lo que tuvimos que cruzar un parque y numerosas calles, todas ellas con algo que ver, todas ellas limpias y muy concurridas. Íbamos sin guía así que sentarse en una terraza y disfrutar de la piwo así como comprar algunos regalos parecía lo más adecuado.

Tras una noche movidita y ruidosa a causa de los trenes volvimos, esta vez con guía local, a la Plaza del Mercado, con la Lonja de los Paños, el Ayuntamiento y la iglesia de Santa María; justo en una de sus torres desiguales, la más elevada, se abren cada hora las ventanas que dan a cada uno de los puntos cardinales para hacer sonar una melodía, (Hejnał Mariacki), que se interrumpe llegada un punto; este toque daba la alarma para el cierre de las murallas en caso de ataque; en cierta ocasión el vigía hizo sonar la trompeta consiguiendo avisar del ataque pero no pudo terminar la melodía al ser alcanzado por una flecha.

Visitamos la Universidad fundada por Casimiro el Grande y llamada Jaguelónica por la dinastía de los Jaguellon que la hizo destacar. Allí estudiaron, entre otros, Copérnico y el papa Juan Pablo II.

De allí, por una empinada cuesta, subimos a la Colina de Wawel donde se asientan el castillo, sede de los reyes polacos, y la catedral. Durante la subida divisamos la escultura de un dragón junto al Vístula, un símbolo de la ciudad, sacado de otra leyenda: “el dragón se escondía en una cueva bajo la colina y diezmaba a los pastores y sus ovejas, así como a cuantos caballeros intentaron darle muerte. El príncipe Krakus o Krak , (origen del nombre de la ciudad), prometió conceder la mano de su hija y la mitad del reino a quien pudiera darle muerte. Un zapatero pidió un carnero con la barriga llena de azufre y alquitrán que colocó en la entrada de la cueva; el dragón devoró el cebo y fue al Vístula para beber agua y tanta  bebió que su estómago explotó. El zapatero se casó con la guapa princesa.”

De ahí marchamos a Wieliczka para visitar las minas de sal, aún activas por cierto. Antes tomamos un almuerzo compuesto por sopa de tomate y algo nuevo: goulash, un plato de carne cocida servida sobre unas tortas; también original el postre: una especie de bizcocho relleno de mermelada de frambuesa.

Hicimos una visita guiada a las minas que resultó sorprendente e inesperada por contar con galerías, lagos subterráneos, diversas capillas y amplias estancias adornadas con estatuas y lámparas de sal.

Cenamos en Cracovia, en un restaurante subterráneo frente al teatro Juliusz Slowacki con piano para amenizar. Bien el piano, no tanto el menú ni el servicio.

Y en lugar de terminar la noche en el centro de Cracovia fuimos a dormir con permiso de trenes y tranvías pues a las seis de la mañana debíamos estar en el minibús y las maletas en el remolque.

Además del madrugón a pleno sol nos dieron un “desayuno seco” con bocadillos y fruta. Seguía siendo temprano cuando llegamos a Auschwitz y ya había gente esperando para entrar. Fuimos de los primeros en iniciar la visita con una guía del lugar; desde el principio supimos que aquella visita iba a ser especial: por la solemnidad de los comentarios, el silencio respetuoso, por el aspecto del lugar, la conservación a ultranza del estado original de los barracones, las calles o la doble alambrada electrificada.

En el interior de los barracones del primer campo original (Auschwitz I), lo que más atrajo nuestra atención fueron, aparte de las cifras espeluznantes, las fotos a gran tamaño que recreaban la llegada de los deportados, muchos de ellos niños, en primer plano, imágenes de las que quedan grabadas para siempre. Más espeluznantes y, quizás sobraban, fueron algunos depósitos con paredes de cristal conteniendo montones de pelo que cortaban a los que iban a entrar en las cámaras de gas, otros con maletas, zapatos u objetos personales, además de latas abiertas de gas Zyclon B, el empleado en las cámaras.

Ocho mil soldados de las SS alemanas estaban encargados de este trabajo de exterminio de la raza judía, los intelectuales polacos o los prisioneros de guerra. Dejaron la cámara de gas para el final de la visita.

Bajo un sol abrasador nos trasladamos a otro campo construido después, Auschwitz II-Birkenau, inmenso, con mayor número de barracones, cámaras de gas y crematorios. Nos llevaron a ver dos barracones, uno de ellos dedicado a letrinas.

Sé que nunca seremos capaces de imaginar la realidad allí vivida desde mayo de 1940 a enero de 1945, pero sí tener una ligera idea.

Camino a Wroclaw paramos a comer en el Castillo de Ksiaz donde las fotos se sucedían en grupo, parejas, individuales; cualquier lugar del interior o exterior se prestaban a ellas.

En el autobús, entre otras formas, matábamos el aburrimiento tomando clases de polaco, haciendo hincapié en: dzień dobry (buenos dias), dziękuję (gracias).

Llegamos a Wroclaw con tiempo de visitar el Centro Histórico. Sorpresa, se trataba de una ciudad hermosa donde se mezclaba lo viejo y lo nuevo en un entorno de grandes espacios, limpieza y mucho ambiente. La parte comercial, las terrazas de restaurantes y bares así como una plaza con artistas que aglomeraban en derredor a curiosos y admiradores nos sorprendió gratamente porque no lo esperábamos.

Al día siguiente la visitamos con guía local, una profesora de la universidad que hablaba español con una corrección increíble. En primer lugar visitamos el Centro del Centenario, edificio construido en hormigón armado, un material poco frecuente allá por 1913 y que ha acogido numerosos acontecimientos del baloncesto europeo; en 1948 se instaló frente al edificio una aguja de metal de 100 metros de alto llamada Iglica (aguja).

Seguimos pateando las calles y la guía nos hizo observar la presencia en las aceras de pequeñas estatuas de bronce, (enanos o gnomos), que el ayuntamiento empezó a instalar por toda la ciudad tras el éxito obtenido en 1981 una iniciativa social para protestar por el régimen comunista, (Alternativa Naranja) y que utilizaba como símbolo un gnomo con un sombrero naranja y una flor. Tras encontrar el primero se convierte en un incentivo encontrar otros; no hay dos iguales y cada uno representa un oficio y tiene una historia.

Cruzando uno de los 100 puentes sobre el río Oder con miles de candados llegamos a la Catedral Gótica, reconstruida tras los bombardeos de la 2ª guerra mundial y la Universidad, igualmente reconstruida, donde entramos en dos salas: el Aula Leopoldina y una Sala de Música para conciertos, ambas de estilo barroco.

Terminó la visita frente al Ayuntamiento en la plaza ya conocida; allí almorzamos y tomamos unas “piwo” refrescantes tamaño XXL.

De ahí a Varsovia, directos a un restaurante precioso para degustar un menú típico y espectacular que nos gustó mucho y que fue regado con más “piwo”.

En nuestro último día no madrugamos, fuimos tranquilos, sin horarios ni prisas, para hacer las últimas compras y almorzar.

A las cinco estábamos en el aeropuerto para seguir el rito consabido: facturación, control de seguridad y espera. El avión nos llevaba de vuelta a casa; puntuales llegamos a Málaga y el autobús nos dejó en Motril, Adra y El Ejido. Nos despedimos con abrazos y promesas de vernos pronto.

¿Alguien habló de barbacoa en Cádiar? ¿Más carne?

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