22 en Francia

Día 1 El Ejido Adra Málaga París

En este tercer viaje el grupo aumentó de 17 a 22 aunque su principal característica, la de ser un grupo de amigos, seguía intacta. Nuestro destino estaba en Francia, más concretamente en las regiones de Bretaña y Normandía, si bien el punto de llegada fue el aeropuerto de Orly en París.

Pero antes de llegar ahí recordemos los prolegómenos: autobús desde El Ejido, IES Murgi, hasta Málaga pasando antes por Adra. Hora desacostumbrada, las 02:30 h. del 18 de Julio de 2019, el motivo que nuestro avión despegaba a las 07:00h. Durante el trayecto quien más quien menos todos dimos una cabezada. En facturación de equipajes algunos exhibían unas maletas que rozaban el peso máximo y, tras el control de seguridad, nos tomamos un tiempo para desayunar.

En París nos esperaba nuestro guía Manuel, empeñado en que lo llamásemos «Manu» y que, en cuanto nos pusimos en marcha, nos avisó de que aunque parecía más joven él ya tenía ¡28 años!. Delgado y con cara de niño se mostró como un estudioso de la historia y del canto, un viajero empedernido, un guía muy bien preparado y alguien que se hizo querer. Lo malo para nosotros es que se tomaba muy en serio su trabajo y estaba dispuesto a cumplir con el programa de visitas sin saltarse ni una.

Lo primero fue una vista panorámica con paradas para echar unas fotos: Torre Eiffel desde un mirador, Arco del Triunfo situado en el centro de una rotonda caótica, hasta el punto de que las aseguradoras no cubren los accidentes que se produzcan en ella, la catedral de Notre Dame tras el incendio del 15 de Abril, Campos Elíseos, Jardines de Luxemburgo, la Universidad de La Sorbona en el Barrio Latino, la Ópera Garnier… Así hasta la hora de comer cuando empezamos a comprobar lo caro que resulta tomar un vino o una cerveza en Francia, es como si los hosteleros confiaran en la sed para hacer negocio; menos mal que el agua corre por cuenta de la casa.

De ahí al hotel y de allí al Boulevard Montmartre para visitar el «Hard Rock Café», un viaje en metro de 15 paradas, un transbordo y cuatro paradas más. Tras deshacer el camino en un vagón caluroso y quedar convencidos de lo anticuado del metro, llegamos justo a tiempo de salir a cenar al restaurante; a la hora francesa, la misma que perduraría a lo largo del viaje. El menú iba a ser premonitorio: ensalada, salmón y tartaleta. Y el vino y la cerveza a precio de oro, pero eso ya lo sabíamos. Por cierto, la cerveza sin alcohol no existe o eso me decían.

Algunos/as empezaron a convencerse de lo difícil y frustrante que resulta deshacer y hacer la maleta para una sola noche. Otra vez al bus donde nos esperaba el conductor, Luis, que también empezaba a fichar determinadas maletas cuando las subía o bajaba del maletero. Dirección a Nantes con retenciones en la salida de París.

 

Día 2 Paris Blois Nantes

Antes paramos en el Castillo Palacio de Blois, uno de los castillos del Loira, residencia de varios reyes, entre ellos Francisco I. El símbolo, la flor de lis, se repetía tanto en el interior como en el exterior. Por la ribera del río recorrimos algunos kilómetros paramos en el restaurante «La Cave aux Fouées» que había aprovechado para instalarse una mina de donde se extraía piedra para la construcción. Fuimos atendidos con eficacia y nos sirvieron un menú consistente en ensalada, pollo y tartaleta; antes nos habían obsequiado con un paté y un pan ideal para untar; a algunos el paté les recordaba la masa para croquetas.

Llegamos a Nantes donde un guía local nos hizo recorrer la ciudad para hablarnos previamente de la fábrica de galletas LU, creada por el matrimonio Lefèvre y Utile y que se ha dado en llamar Lugar Único. Destaca del edificio su torre. A continuación nos condujo ante el Castillo de los Duques de Bretaña del que nos refirió su historia y nos habló de otro símbolo heráldico: el armiño. Terminamos con un recorrido por el centro antiguo y ver la Catedral Gótica de San Pedro y San Pablo. Por fin nos dirigimos al hotel. Allí, a las ocho, cena consistente en ensalada, merluza y tartaleta.

 

Día 3 Nantes Golfo de Morbihan Vannes Pont Aven Carnac Vannes

Desayuno bien temprano y al bus con las pesadas maletas que Luis ya conocía y temía. Dirección Vannes, aunque antes visitamos el Golfo de Morbihan donde llovían las fotos, entre ellas un primer intento fallido de foto en grupo saltando. Ya en Vannes y con guía local recorrimos la bonita ciudad por sus murallas medievales hasta la plaza del mercado, admiramos algunas casas con estructura de madera cuyas fachadas se conservan aunque el interior haya sido restaurado y también la Catedral de San Pedro , mezcla del románico y el gótico en la que se hizo referencia a San Vicente Ferrer que vivió y murió en Vannes; se conserva su casa y a la plaza donde se encuentra se le ha dado el nombre de «Plaza Valencia».

Haciendo uso de uno de los escasos tiempos libres recorrimos el mercado y buscamos una conservería para comprar el paté de «Mousse au confit de Saint Jacques» recomendado por Manu. El almuerzo se componía esta vez de ensalada, pollo y macedonia de frutas, además de quesos y cerezas comprados en el mercadillo.

El bus puso rumbo hacia  Pont Aven, «ciudad de los pintores» a raiz de la llegada a ella de pintores como Paul Gauguin. Tiempo hubo para recorrer el pueblo, visitar el puerto, la iglesia de Saint-Joseph y comprobar la existencia de numerosas galerías de arte. Carnac fue la siguiente visita para ver los alineamientos neolíticos compuestos por casi 3000 menhires. Después volvimos a Vannes y recorrimos la ciudad para encontrarnos con nuevas casas de madera.

Y tras la cena, con ensalada y salmón, disfrutamos de tiempo libre por el centro de la ciudad. Hubo un nuevo intento de salto en grupo también fallido y un baile memorable de dos de nosotros en un café donde se bailaba el swing.

 

Día 4 Vannes Concarneau Quimper Rennes

Como siempre muy temprano partimos hacia Concarneau para visitar su puerto donde quedó aparcado el autobús; desde ahí nos dirigimos a la «Ville Close», ciudadela medieval en forma de concha totalmente amurallada con una sóla entrada y salida. Lo más interesante estaba en las murallas desde donde se contemplaba todo el puerto y la ciudad, ideal para muchas fotos.

Desde allí fuimos a Quimper, localidad capital del departamento de Finisterre. Surcada por el río Odet,sus numerosos puentes están adornados con flores. Dedicamos la mayor parte del tiempo a visitar la Catedral de Saint Corentin, de estilo gótico construida sobre una iglesia románica, una de las más bonitas por su estructura uniforme de dos torres iguales terminadas en dos agujas y rodeadas éstas de otras mas pequeñas, así como por las vidrieras totalmente nuevas y el detalle curioso de su nave central torcida.

Comimos en un pequeño restaurante que fue la casa de Max Jacob, poeta y pintor. Y otra vez al autobús rumbo a Rennes, capital de Bretaña.

Allí, después de alojarnos, visitamos el centro interesándonos por las casas con entramado de madera. Otra vez la obsesión de conservar esas fachadas aun a riesgo de incendios y a pesar de permitirse la reforma en el interior. Después la Catedral de San Pedro, sobria en el exterior y un interior sorprendente por las numerosas y recias columnas de mármol.

Volvimos al hotel  con la advertencia por parte de Manu de que el día siguiente iba a ser duro. «No tanto para vosotros que sois senderistas», solía repetir.

 

Día 5 Rennes, Mont Saint Michel, Saint Malo, Dinan, Rennes

Salimos más tarde y más relajados que de costumbre, sin preocuparnos por las maletas y tras el desayuno. Nos esperaba un largo viaje hasta Mont Saint Michel. A Manu se le escapó que una de sus aficiones era el canto y que estaba estudiando para mejorar la técnica. Quizás no imaginaba lo insistentes que podían ser algunas y tampoco esperaba que Luis lo echara a los leones comentando que en otro viaje había cantado con gran éxito. Se atrevió con la copla y lo bordó, aceptó algún bis y pasó a hablarnos del monumento que nos aguardaba.

Al contemplarlo a lo lejos desde el mismo autobús nos impresionó. En el aparcamiento para autobuses nos hicimos una idea de lo concurrido que iba a estar. Cuando nos pusimos en cola para subir a las navetas supimos que la espera sería larga y aprovechamos para ir al servicio. Las navetas son pequeños autobuses que llevan y traen turistas sin descanso. Al pie del monumento nos esperaba la guía local, muy simpática y enamorada de la abadía a la que llamaba «La Merveille» y lo hacía repetir a uno de nosotros, un peregrino de nombre Emile.

Pues la verdad es que no exageraba y, a pesar de la aglomeración de turistas, de lo empinado de las escaleras, (400 peldaños) y del calor, la visita mereció la pena y fue una de las más bonitas, si no la más. En lo más alto disfrutamos de aire fresco y de excelentes vistas. Empezamos a comprender el porqué bretones y normandos se lo disputan. La guía nos hablaba de historia y leyendas mientras entrábamos en la iglesia abacial, la cripta, el refectorio, el claustro con doble columnata, la sala de huéspedes con grandes chimeneas y la sala de los caballeros que fue la antigua biblioteca o lugar de estudio de los monjes.

Comimos en el mismo recinto y deshicimos el camino hacia el autobús con mucho calor, lo que más nos agotaba.

Ahora rumbo a Saint Malo, ciudad portuaria de pasado pirata, mejor digamos corsario porque el rey los hacía buenos. La ciudad antigua está fortificada y recorrimos las murallas contemplando las playas llenas de bañistas aprovechando la marea baja. Tiempo escaso para tomar un café y otra vez al autobús tras ver la Catedral de Saint Vicent.

Poco después llegamos a Dinan donde se podía decir que estábamos en la Edad Media. Para bajar al puerto había una cuesta «de no te menees» pero como somos senderistas no nos privamos y la bajamos agradecidos y la subimos como si se tratara de un «falso llano». Sé que Manu habló de un castillo, el de Juan IV y de una iglesia. ¿Los visitamos o fue sólo teoría? El cansancio empezaba a hacer mella.

Y de vuelta a Rennes tras una jornada larga y dura.

 

Día 6 Rennes, Playas del Desembarco, Caen, Rouen

Con calor llegamos a las Playas del Desembarco, aquellas que los aliados conquistaron con gran esfuerzo el 6 de Junio de 1944, el llamado «Día D», hace ahora 75 años.

La primera de estas playas fue la de Arromanches, una de las dos que los británicos tenían como misión tomar. Aún pueden divisarse diseminados por la costa numerosos pontones que los ingenieros dispusieron para desembarcar armamento y maquinaria pesada.

De ahí, con hora francesa, fuimos a comer en Saint Laurent sur Mer; nos pusieron en una terraza cubierta con toldos donde pasamos calor, nada comparado con lo que nos esperaba.

Cerca estaba el Cementerio Americano de la Playa de Omaha en Colle Ville sur Mer. Vimos la playa desde el cementerio y recorrimos una parte del mismo, una sucesión de 9387 tumbas señaladas con cruces o estrellas, bien alineadas y orientadas al oeste. Un lugar muy cuidado, de propiedad americana.  Si bien muchos éramos turistas también se veían familiares de las víctimas.

Nos pusimos en marcha con destino a Caen. Llegados allí Manu tuvo la infeliz idea de hacer una ligera parada para contemplar dando un paseito las Abadías de los Hombres y de las Damas y sus correspondientes iglesias mandadas construir por Guillermo el Conquistador y Matilde de Flandes, así como el Ayuntamiento. No todos nos atrevimos en la contemplación a ir más allá de la sombra pues un aire caliente y un sol amenazante, culpables de la temperatura de 40ºC, nos aconsejaba ser prudentes y volver rápido al aire fresco del autobús.

La ciudad de los cien campanarios, Rouen, estaba sitiada por el mismo aire e igual temperatura. Nos recibió un hotel viejo y mal cuidado, incluso descuidado y que nos causó una pésima sensación. Coincidió nuestra llegada con la avería del único ascensor. Cenamos en un comedor caluroso y salimos a tomar el aire con destino a la catedral. Había numeroso público esperando la proyección sobre la fachada que hablaba de los orígenes y la evolución en el tiempo de la ciudad.

Tras la cena el ascensor seguía «en panne» y por la mañana también, por lo que hubo que bajar las maletas por las escaleras. Con ellas en el autobús volvimos a la catedral para empezar la visita con guía local por la ciudad.

La Catedral de Nuestra Señora sirvió de inspiración a varios pintores, entre ellos Claude Monet que hizo una serie de pinturas en la década de 1890 representando el edificio en diferentes momentos del día con luz cambiante. Se la conoce como la «catedral más humana» por su falta de simetría y fue, en su momento (1880), el edificio más alto del mundo con los 151 metros que alcanza la torre central rematada con una aguja de hierro fundido, antes de madera.

Visitamos el interior temprano, recién abiertas las puertas, en exclusiva. Igual de impresionante que el exterior por su altura y lleno de detalles mil, algunos curiosos, otros chocantes como el altar moderno que parecía haber sido dejado por error. La guía se explayaba en cada rincón pero había más cosas que ver:

El Palacio de Justicia fue el siguiente edificio, la sede del parlamento de Normandía hasta la revolución francesa. Tuvimos que verlo desde fuera a través de una reja por no ser posible la visita. La fachada es una mezcla de estilos que abarca el gótico, renacentista y neogótico.

El Gran Reloj, visto la noche anterior iluminado, resultaba atractivo por la terminación en dorado, destacando en el conjunto que formaba junto con el Campanario que alberga las primeras campanas de la ciudad y otros elementos. Dicho conjunto esta situado en la calle que comunica la Plaza de la Catedral y el Mercado Viejo. Justo ahí intentamos un nuevo salto en grupo conseguido a medias; pero todos son válidos por hacernos sonreír. En la calle desentonaba el gran flujo de coches y el correspondiente ruido, quizás por ser hora de reparto.

Junto al mercado vimos el lugar donde Juana de Arco fue quemada y, al lado, la moderna Iglesia de Santa Juana de Arco con formas de barco invertido y en el interior las vidrieras cubriendo ventanales en forma de pez y una escultura moderna y original de la santa.

Después viajamos a París para realizar una nueva visita panorámica hasta parar junto al Museo del Louvre. A pleno sol, en la Plaza del Museo del Louvre con la fachada del museo en un lateral, la Pirámide de Cristal y una gran fuente llena de pies buscando frescor, se sacaron muchas fotos para el recuerdo. A la hora francesa comimos en un restaurante cercano donde nos sirvieron con la rapidez que requiere un grupo de turistas necesitados de cumplir un programa de visitas.

Como así fue; inmediatamente nos dirigimos al barrio de Montmartre, el autobús nos dejó en el Moulin Rouge y desde allí caminamos hasta el funicular que nos subiría a la Basílica del Sagrado Corazón (Sacré-Coeur). Allí y durante media hora la visita se hizo a discreción y hubo quien prefirió no salir del templo, tan ricamente sentado en un banco, olvidado del calor mientras rezaba, reflexionaba o descansaba, viendo como el responsable de mantener el silencio regañaba sin éxito a los que utilizaban el móvil para hacer fotos a la bóveda o hablar con la familia.

Volviendo a la realidad de 40 grados centígrados Manu se dedicó a subir y bajar cuestas hasta llevarnos a la Plaza de los Pintores (Place du Tertre) para tomar algo fresco, ver en acción a los dibujantes de caricaturas o retratos, comprar algún souvenir o refugiarse nuevamente en una iglesia, la de Saint Pierre de Montmartre a pocos metros de la plaza.

Bajamos a pie hasta el autobús y tras otra visita panorámica llegamos al hotel, el mismo de la primera noche. Nos esperaba una sorpresa para rematar un día pletórico de piedras antiguas y sudor: los tres ascensores estaban averiados y la mayoría de nuestras habitaciones estaban en la cuarta planta. Nada que no pudiera reparar una cena a la francesa en el restaurante de la primera noche donde la misma dama irritable daba órdenes para conseguir desorden y desconcierto.

De vuelta en el hotel los ascensores seguían «en panne». Nada que no pudiese arreglar unas horas de sueño. Por la mañana los ascensores no defraudaron y siguieron en su línea. Nada que no pudiese arreglar un desayuno a primerísima hora. Un nuevo chófer había sustituido a Luis que se iba de vacaciones; no así Manu que recibía a continuación otro grupo de 52. Se despidió de nosotros con la promesa de visitarnos en Almería para ir de tapas. Manu fue un excelente guía que ojalá tuviéramos en los siguientes viajes.

En el aeropuerto de Orly, esperando saber la puerta de embarque, tuvimos más tiempo libre que en todos los pretendidos «tiempos libres» a lo largo del viaje que duraban poco más que los que se piden en los partidos de baloncesto. Hubo compras de gorras en oferta, perfumes, chocolates…

En poco más de dos horas estábamos en Málaga para trasladarnos en autobús a Nerja, al restaurante Al Andalus donde comimos a hora española: sobre la mesa botellas de vino y de gaseosa para mezclar en jarras con hielo; el menú: ensalada, bacalao y fruta fresca: cerezas, ciruelas, albaricoques… ¡Ah, había cerveza sin alcohol!

Adra, despedida. El Ejido, despedida. Y a pensar en el próximo viaje. Mientras, compartiremos los cientos de fotos que tomamos en tantos lugares, incluidas las del grupo en sus intentos de saltar todos a la vez. Esa es una tarea pendiente.

 

 

 

 

 

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