El tranvía seguía siendo caro pero ideal para moverse por Bruselas. Cerca de la estación Central una visita obligada, la Catedral de estilo gótico, sobria y preciosa. Si en algo es distinta a otras es por la luz de su interior que penetra a través de numerosas vidrieras. Se distingue al entrar las estatuas de gran tamaño de los doce apóstoles; a continuación el coro y numerosas capillas. Lo más interesante de Bruselas, bajo mi punto de vista.
A continuación la Grand Place, patrimonio de la humanidad, rodeada por la Casa de los Gremios, el Ayuntamiento y la Casa del Rey. Bellísima. En el centro de la plaza estaba siendo desmontada una exposición floral. Miramos las fotos de otras ediciones en la guía de A, un recurso muy válido
En la plaza también lo actual conviviendo, el Hard Rock café, pintiparado para refrescarnos con una cerveza y comprar un recuerdo, una gorra por ejemplo.
Muy cerca, el Manneken Pis, el meón masculino de Bruselas, una estatua pequeñísima que sirve de grifo a una fuente en recuerdo del niño perdido y encontrado por sus padres meando tranquilamente en la calle.
Había profusión de tiendas de azúcar: gofres, magdalenas, chocolate, galletas… Compramos un megamerengue de limón de textura parecida a los soplillos.
De nuevo comida rápida. Estábamos en una calle peatonal pensada para el ocio, con mesas de ping-pong, futbolines, rayuelas, petanca… También comercial; subimos a HM por unas escaleras sin mecánica ¡Uf! Y sin calcetines de los que buscaba EJ. A seguir estirando los de la talla 40.
Aún había tiempo y decidimos visitar el Jardín Botánico. Muy bonito pero algo abandonado, sobre todo el edificio. Nos sentamos en un banco a la sombra, junto a una fuente de agua sucia. Con el palo selfie y el edificio de fondo lucimos todos con caras de derrota. A continuación se produjo el único acontecimiento desagradable en todo el viaje. Al acceder al tranvía una pareja de carteristas intentó robar de la mochila que portaba a mi espalda; R, atenta siempre, me advirtió. Un buen grito huracanado bastó para disuadirlos aunque hubieran merecido más por su buena obra.
Al regresar, en la parada del tranvía y cuando consultábamos el plano, una señora se acercó y ofreció su ayuda. Así de serviciales y generosos son los belgas. Ésta compensó la acción anterior. Tiene que haber de todo en este mundo y lo hay.
Cenamos al lado del hotel, en el «Victoria», el bar que regentaba nuestro amigo portugués y su gato «preto e branco», tras varias cervezas LP que A no tenía «repes». Buenos espaguetis y mediocres croque-monsieur y croque-madame. Hablamos de fútbol, del inicio de la liga y A propuso cánticos para mostrar el desacuerdo con el árbitro y los «jugadores pata de palo». La música bien, la letra mejorable.
Para seguir componiendo inspirado, A remata la cata de cerveza con una Stella Artois en la chambre hotelera. Como despedida no está mal.