Con la impresión de faltarnos mucho que ver todavía, nos dispusimos a volver. Antes, despedida del personal del hotel, siempre amables. En tranvía, ¡cómo no!, hasta la conocida Gare du Midi. En la taquilla, un empleado más que atento nos atendió en perfecto castellano y nos vendió los billetes de tren al aeropuerto Central, a 12 Kms. Cuarenta y dos euros, tanto como un taxi.
El aeropuerto Central contrastaba con el de Charleroi, al que aventajaba en superficie, modernidad y menor distancia con Bruselas. Pasado el control de seguridad y como ahora sí habíamos llegado con tiempo, quisimos esperar cómodamente. Nos quedamos en el primer bar. ¡Error! Un café 3’60 euros, un botellín de agua 3’90, una coca cola 3’20… A esto se le llama sablazo. Más adelante hay unas estanterías con agua (botellas de 50 cl.) a 1 euro. Otro contraste. Y como es lo primero barato que encuentras te dan ganas de dejar propina.
Embarcamos a tiempo después de esperar el paso de dos procesiones, viajeros procedentes de dos aviones. Esto no me pareció tan moderno.
El vuelo fue tranquilo y el aterrizaje aplaudido.
Recogemos el coche más sucio y ponemos rumbo a casa, sin parar a comer, aunque alguno creyese morir de hambre.
Fin del viaje. En estas líneas, que pretenden conservar el recuerdo, quiero incluir algunas sugerencias: que no sea ésta la última sorpresa, que el destino sea lo de menos, que seamos los cinco o más y que la risa nos acompañe.