Cinco en Bélgica (Viernes 7)

Prepararon entre cuatro un viaje para cinco. El excluido, yo mismo. Por darme la sorpresa, por ser divertido y por estar próximo a cumplir los 60. Días antes de la partida me hablaron del viaje ocultando el destino. ¡Hasta me hicieron la maleta!

Empezó la diversión. Iríamos a Cazorla. ¡Con este calor! Me callé, no me iba a quejar por unos grados de más. Durante dos días tan sólo. ¡Menos mal! Pero no, en realidad iríamos a Ronda. Cinco días. ¿Qué? Previamente haríamos una ruta de senderismo. ¿En serio?

Llegó el día y partimos en coche. Como las pistas falsas se sucedían dejé de preguntar. La primera metedura de pata, no sé si voluntaria, fue confesar el olvido de una revista para leer en el avión. La pista definitiva: «allí los conductores van limpiando su propio vaho». Bélgica, sin duda. Bruselas.

Durante el viaje se contó un chiste de los que se repiten y terminan por ayudar a recordarlo. ¿Qué medicamentos no tiran nunca los chinos? Los nolotiles. ¡Je, je Genial!

Tras dejar el coche en una de las múltiples cocheras, nos recibió el aeropuerto de Málaga, oscuro por luz insuficiente así como de información; la única consistía en informar que no la darían. La terminal de los billetes no coincidía con la real. Pasamos el control de seguridad tras formar parte de una larga cola y llegamos a la puerta de embarque corriendo, tarde y suplicando a unas azafatas compasivas que advirtieron al avión para que nos esperase. Con media hora de retraso se inició el vuelo. Durante las tres horas hubo tiempo para jugar y para otro chiste: ¿Qué pasa en un cole privado si se va la luz? Que no se ve un pijo. Por éste pido disculpas.

Aterrizamos bruscamente en Charleroi y desde allí, en autobús, llegamos a la «Gare du Midi». Tomamos el primero de los muchos tranvías que nos llevarían de aquí para allá en Bruselas y cuyo precio fue el aviso de lo cara que resulta esta ciudad para el turista. En el hotel «Four Points» el recepcionista nos atendió con suma amabilidad y eficacia en francés, en inglés e incluso en español, nos ayudó con sus explicaciones sobre un plano. Junto a la recepción un bar dedicado a Eddy Mercks. Las habitaciones muy cómodas con detalles a mejorar en el cuarto de baño.

Tuvimos dificultades para comer; todo cerrado por la hora tan avanzada, excepto la pizzería Mamma Roma con buena pizza y cerveza Jupiler, la que se repetiría en todos los bares. Cobran por peso, buena idea para comer según apetito y no según estándares.

Para hacer la digestión dimos un largo paseo por la «Rue Neuve» donde se encuentran las tiendas de las multinacionales, incluidas las españolas. Nos topamos con un Saab 900 Turbo. ¡Aparcado, eh!. A continuación el Palacio Real y el Parque Real, enorme y extenso respectivamente. A estas alturas habíamos observado que todas las calles, en Bruselas, estaban rotuladas en francés y neerlandés.

La tarde aún dio de sí  para visitar el inmenso Palacio de Justicia, en restauración. En la plaza donde se encuentra, la Plaza Poelaert, nos llamó la atención un quiosco de helados con hamacas para degustarlos y disfrutar de la vista. Porque la plaza es un auténtico mirador para contemplar gran parte de la capital, mirador con protección para suicidas o caídas de los osados que se sentaban al borde para impresionar a la novia, bastante más prudente.

Hablando de prudencia. Por la plaza circulaban vehículos. A pesar de conocer la agresividad de los belgas al volante, R cruzó la calle mientras se pintaba los labios pensativamente. Ésa , y no la del novio presumido, es la auténtica osadía. ¿Y nosotros? Nosotros la contemplábamos incrédulos y, al verla a salvo en el otro lado, la aplaudimos y reímos. Ella se limitó a preguntar:

– ¿Me ha quedado bien?

La plaza tenía de todo. Había allí uno de los múltiples puntos de alquiler de bicicletas. EJ expresó su deseo, y no sería la última vez, de alquilar unas bicis. No lo hicimos no sé por qué; parece ser que A tuvo la culpa. O la lluvia que ahora caía, ahora no caía.

Por la noche quedamos con Dani y Martino, amigos de MR que trabajan aquí. Nos llevaron a comer lo más típico. Decir que lo más típico de la gastronomía de un lugar son las patatas fritas es decir poco, pero es así y había que probarlas. Doblemente fritas quedan crujientes por fuera y blanditas por dentro. Las compramos en un quiosco y nos las sirvieron en un cucurucho con la salsa que cada uno eligió. Las comimos en la terraza de un bar con cerveza.

Dani y Martino nos contaron cómo era su estancia en Bruselas y en qué consistían sus trabajos. Nos aconsejaron sobre lugares y detalles a tener en cuenta. La conversación derivó a otros temas y mira por donde que Martino dio la enhorabuena a R por su barra de labios. Ahora Martino le caía a R aún mejor de lo que le caía. ¡Enhorabuena, Martino! Entre andaluces y un italiano no podía faltar un chiste: ¿Por qué eres tan infantil? ¿Pir quí iris tin infintil? Velada simpática y muy agradable. Gracias a nuestros anfitriones.

¡Ah! Ya pertenecía al grupo «belgicaneando», el boletín oficial del viaje donde «los otros» lo habían urdido todo.

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