Praga y Budapest

Este viaje fue de los llamados «tours». Lo contratamos a través de la agencia de viajes de «El Corte Inglés». Incluía vuelos, estancia, pensión completa y guías. ¿Para qué nos íbamos a privar de algo? Y lo hicimos con antelación más que suficiente. ¿Cabe mayor previsión?

Llegó el 20 de Agosto, domingo. Había que madrugar pues el vuelo salía a las siete. El taxi fue llamado el día de antes, otra vez con la previsión; pedimos un monovolumen por las maletas recargadas, una por barba de las grandes, cuatro en total.

Allí estaba el taxista puntual para recogernos en tres estaciones. Camino del aeropuerto surgió la duda de si íbamos con tiempo suficiente para facturar. Como si aquel vuelo fuera de 200 plazas y no de 70 como así era. Facturamos y nos sobró tiempo para todo: un café y la tertulia.

Íbamos en familia, de esas numerosas que comparten la misma casa para sentirse muy unidas. Aunque más que unidos íbamos apretujados por el poco espacio; pero como el vuelo era corto… El ruido de los motores se disfrutaba en el interior, tanto el rugir como las vibraciones, una ensordecedora melodía que casi impedía oír los consejos que se nos daba por parte del comandante y de la azafata. Pero como el vuelo era corto…¿Qué más queremos para Almería, la provincia mejor comunicada?

Terminal T4, aún no teníamos la puerta de embarque. En la mano un café americano, un zumo y un bocata de jamón, o de tortilla. Mejor desayuno imposible, el peor para ir mentalizándonos con el cambio de comidas que tendríamos a partir de ahora.

La puerta J54 estaba cerca. Este avión era otra cosa; claro, como el vuelo era largo… Hasta dio de tiempo de hacer unos cuantos crucigramas. ¡Qué antiguo!, me lo digo yo mismo. En el asiento contiguo un niño no despegó la vista del móvil que le facilitó la madre tras despegar, no antes. Esa es la modernidad, a ver si me entero, sólo hace falta un dedo; ¡y yo con el bolígrafo!

Como fuera, el vuelo no se hizo tan largo. La recogida de maletas sí, tanto tardó en salir la primera que, mientras tanto, se hacían apuestas sobre cuál sería la primera del grupo o sobre cuál se perdería; al respecto las mujeres se sentían seguras por poder compartir la ropa y me miraban conmiserativas. Aparecieron todas y buscamos el cartelito de «Panavisión». Las maletas fueron a parar a un remolque, lo que me recordó a otro viaje. Nosotros al interior del autobús donde recibimos las primeras instrucciones: el nombre de nuestra guía y su teléfono, las horas de las comidas, la hora de recogida para mañana y otras igual de útiles: el agua del grifo es potable, la ciudad es segura pero había que tener cuidado con los carteristas, la cerveza es «pivo» en checo, el agua «voda» y como los nativos gustan beberla con gas había que pedirla como «stále voda», sin gas.

El hotel «Majestic Plaza» se encuentra en el centro, a un paseo de la Plaza Wenceslao a donde nos dirigimos tras dejar las maletas en las habitaciones. Restaurantes había muchos, barato ninguno. Las terrazas eran apetecibles, comer al aire libre era ideal. La pizza de cuatro quesos nos pareció excelente, la cerveza más, incluso la «sin alcohol».

Decidimos privarnos de la siesta y emprender la búsqueda del «Hard Rock Café». Alguien nos dirigió en dirección contraria y tras la pérdida de tiempo y sentirnos perdidos preguntamos. Dimos media vuelta, recorrimos la plaza Wenceslao en descenso para dirigirnos al casco histórico, directos a la «Plaza de la Ciudad Vieja», sin reparar en monumentos que ya veríamos mañana, ni siquiera en el reloj astronómico en torno al cual se había congregado una muchedumbre. Muy cerca de allí el café apareció bien visible. Tras la compra de una gorra y una sudadera de recuerdo, mejor que un imán digo yo, entramos en el bar, el más bonito de los que hasta ahora he visto con una decoración espectacular.

A la vuelta, más lenta, un gran número de tiendas ofrecían de todo; me llamó la atención una tienda con juguetes de madera muy interesantes.

En los primeros escarceos con la moneda local nos hacíamos un lío en nuestro empeño de saber qué estábamos pagando en euros. Habíamos cambiado en España a razón de 25 coronas por euro pero allí daban más valor al euro, de manera que en muchos casos convenía pagar en euros siempre que los admitieran.

Tras la cena volvimos a la misma plaza de Wenceslao para tomar una copa, ginebra, vino o café descafeinado. Menuda empresa encontrar café descafeinado y qué empresa hacerse entender en el inglés macarrónico, único y escaso del que disponíamos.

Para el primer día era suficiente. Además, el siguiente sería el peor en cuanto al largo recorrido que nos esperaba. Así que a la cama. Por cierto, el hotel era bueno, confortable salvo por la bañera, alta y resbaladiza.

21 de Agosto, lunes,segundo día, el que los guías calificaban abiertamente como el peor queriendo decir el más largo y agotador. Otra vez la plaza Wenceslao fue el centro de reunión de un grupo muy numeroso, diría incluso excesivo. Nuestro guía local, Igor, se presentó como un checo que amaba profundamente su país, había pasado gran parte de su vida viajando y hablaba el español con gran corrección empleando un rico vocabulario.

Empezó hablando de la historia de Chequia, de los vaivenes sufridos al capricho de otros países más poderosos, sobre todo Alemania y Rusia. Y seguimos dando un larguísimo paseo por lo más pintoresco, artístico, histórico y arquitectónico de Praga. El principio fue desconcertante, por eso mencioné lo pintoresco, nos introdujo por galerías como la Lucerna con esculturas tan raras como la estatua ecuestre de San Wenceslao montado sobre el el caballo al revés y colgada del techo; de allí a un precioso y relajante jardín, plagado de setos y bancos, junto a una iglesia.

Yo me hubiera quedado allí si no fuera porque Igor iba que se las pelaba y nos llevó de monumento en monumento; no sabría decir qué orden llevaba ni si iba en línea recta o en círculos. Pero sí donde estuvimos: la Casa Municipal, edificio modernista situado en la Plaza de la República al que Igor atribuyó importancia histórica al proclamarse allí la primera república en 1918.

Al lado, la Torre de la Pólvora, oscura y gótica, antigua puerta de la ciudad. Por ella entramos en la Ciudad Vieja y en su Plaza nos encontramos con un buen número de turistas a los que nos unimos, cerca ya de la hora en punto, para ver el funcionamiento del Reloj Astronómico en la fachada del Ayuntamiento; Igor nos puso al día de su historia y de su complejo funcionamiento así como del significado de las figuras animadas. Después contemplamos otros monumentos de la plaza de enormes dimensiones, empezando por el conjunto escultórico dedicado a Jan Hus; todos los edificios merecían una mirada y sobre todo la Iglesia de Tyn con dos torres de 80 metros y la de San Nicolás, así como el Palacio de Golz Kinsky.

Seguimos por los alrededores de la plaza donde nos paramos en diversos lugares donde Igor nos hablaba más de historia que de arte o estilos. No pudo resistirse a cantar con buena voz «Don Giovanni», opera de Mozart estrenada en el Teatro Estatal de Praga, basada en la obra literaria Don Juan Tenorio. El nombre de Franz Kafka apareció en varias ocasiones: por la casa en que nació, por el palacio Golz Kinsky donde estudio el bachillerato, por la Universidad de Carlos donde estudió Derecho y se volvería a hablar de él en la visita de la tarde.

Pero antes comimos en un restaurante de la plaza de la Ciudad Vieja, situado en un sótano, atendidos por camareros que sólo sabían poner y quitar platos, no les pidieras un salero o una cerveza sin alcohol que no lo traerían nunca, el caso es que el único camarero que nos traía lo que le pedíamos resultó ser el guía de otro grupo que compartía mesa con nosotros; el menú mediocre con ensalada mini y con carne de ternera de dudoso origen. Y si alguien quería cambiar el postre por fruta la respuesta era que no había fruta. Antipáticos rayando la mala educación.

De vuelta a la actividad tomamos la Calle París, la más lujosa de Praga con negocios de las marcas más prestigiosas y que atraviesa el barrio judío conectando la Plaza de la Ciudad Vieja con el puente de Cech, uno de los muchos que cruzan el río Moldava. Al otro lado nos esperaba el autobús para llevarnos hasta el Castillo de Praga, algo más que un castillo porque en su interior alberga todo un conjunto arquitectónico formado por palacios, iglesias y otros edificios. Desde su construcción el siglo IX fue la residencia de los reyes como ahora lo es de los presidentes de la República.

Tras las obligadas fotos con la vista panorámica de Praga de fondo asistimos al cambio de la guardia, entramos en el castillo tras una inspección de seguridad y visitamos la Catedral de San Vito, espectacular entre otras cosas por sus vidrieras. A la salida visitamos el Callejón del Oro llamado así por haber sido la residencia de los orfebres; también se la conoce como calle de los alquimistas por trabajar éstos, en tiempos de Rodolfo II, para transformar el hierro en oro. Más actualmente las casas fueron ocupadas por escritores como Franz Kafka. En la actualidad, estas casitas pintadas de diferentes colores son tiendas de regalos y souvenirs. Todas estas visitas las hicimos en medio de un aluvión de visitantes, muchos de ellos españoles.

El autobús nos esperaba para trasladarnos al hotel pero nosotros decidimos volver al centro andando para visitar el Puente de Carlos, el más antiguo y que comunica la Ciudad Vieja con la Ciudad Pequeña.

En la cena hay una mejora del bufé. Comemos con dos parejas de catalanes y surge el tema de la inmigración . A alguien se le cae el anillo al suelo y no le hace caso pensando que se trata del tenedor. Salimos a tomar una copa, el que podía. Para mí conseguir un descafeinado era misión imposible y con el paso de los días fue convirtiéndose en misión imposible 2, misión imposible 3…

22 de Agosto, martes. Temprano y en autobús partimos hacia Karlovy Vary, situada a 130 Kms. aproximadamente. Durante el viaje disfrutamos de un bonito paisaje: un llano inmenso sembrado de cebada y lúpulo que dieron paso a zonas boscosas con pinos negros que sufrían debido a la sequía.

Nuestro guía no paraba de hablar sobre la historia de Chequia y nos contaba anécdotas e información respecto a lo que íbamos viendo, como que el lúpulo es un relajante y el que da el sabor amargo a la cerveza producida en Chekia, de muy baja graduación y que, durante la EM, era más consumida que el agua temiendo a las enfermedades que ésta causaba, que la ciruela es la fruta más abundante y se utiliza para cocinar y para elaborar el licor llamado slivovitz que puede llegar a los 70 grados de contenido alcohólico. Nos habló de otros licores de gran tradición y producidos en Chequia como la absenta o hada verde, siempre rodeada de misterio, prohibida a veces y utilizada por artistas.

Entramos en la región de los sudetes, antes poblados por mayoría alemana y que Hitler llegó a reclamar para Alemania en 1938. Igor nos hace observar como maduran los servales cuyos frutos rojas utilizan para elaborar la compota, ideal para la carne de caza o para postres. Nos informa de la presencia de escaramujo, también llamado en España «tapaculo» por una de sus muchas propiedades, la astringente.

Algunas vejigas no aguantaban y hubo que parar en una de las pocas gasolineras que se encontraban en aquella carretera. Sabiendo lo que iba a pasar el guía nos aconsejó el campo. Allí fuimos a regar algunos y algunas huyendo de la larga cola; no era el nuestro el único autobús. Por eso algunas se subieron en otro hasta que fueron avisadas a gritos.

Karlovy Vary apareció entre verdes montañas y dividida por el río Teplá, «caliente» en español. Y es que el río llevaba aguas calientes, producto de los numerosos géiseres que aparecen a lo largo. Esas aguas convertían a esta ciudad en balneario. Fundada por Carlos IV en el siglo XIV se convirtió en el siglo XIX en destino turístico para famosos que buscaban tratamientos termales, sobre todo de origen alemán y ruso.

Durante el recorrido admiramos cada uno de los edificios modernistas salidos de un cuento de hadas por sus fachadas coloridas y cargadas de filigranas, sólo interrumpidos por algunos edificios de la época comunista, entre ellos la galería acristalada que cubre el géiser principal cuyas aguas manan a 70º centígrados y que dio origen a la ciudad. Al mismo tiempo íbamos visitando cada una de las trece fuentes principales, advertidos de las propiedades de sus aguas ferruginosas que saben a demonios y que son, al mismo tiempo, laxantes y diuréticas. Según el guía se toman antes del desayuno y de la cena. Muchas de ellas estaban cubiertas por galerías con columnas que se prestaban a las fotos.

Los souvenirs más demandados eran las obleas, formadas por dos finas masas y el relleno entre ellas, de chocolate,vainilla… y las jarras en forma de pipa para tomar el agua.

Llegados a un géiser, centro de una fuente, al acercarme a comprobar la temperatura del agua, la dirección del viento cambió llevando el agua a empaparme. Pero el sol y el aire secaron mi ropa enseguida.

Tras la última fuente tomamos un almuerzo rápido. Al levantarme de la mesa no advertí que la gorra caía al suelo hasta que estuvimos lejos del restaurante. De vuelta hacia él encontramos al guía comprando un raro helado chino enrollado. A él habían dado la gorra y la recuperamos antes de ver el final de la elaboración del helado. Mejor para R que muy cerquita encuentra unos pendientes de coral; los compra para deshacerse de las últimas coronas.

En uno de los puentes algunas parejas habían colocado candados de todos los tamaños. ML aprovecha para tirarles una foto y enseñarla al chino próximo al hotel: necesitaba uno para la maleta y una imagen vale más que mil palabras.

Durante el regreso Igor seguía teniendo anécdotas y sugerencias. La más curiosa fue la de visitar bares de barrios para disfrutar de la excelente cerveza checa: el camarero te servirá la primera y pondrá una raya sobre la mesa; cuando viera la jarra vacía llevará la segunda a la mesa sin esperar a que tú la pidas y añadirá una segunda raya; si visitas el baño, a la vuelta encontrarás una tercera jarra y la tercera raya. Y así hasta departir con los otros parroquianos, con una jarra en la mano, sin importar el número de rayas y sin que el idioma represente un obstáculo.

Y hablando de cerveza, llegados a Praga nos llevaron a cenar a la cervecería más antigua. No dudo que lo fuera pero resultó una decepción, quizás porque esperábamos algo más. Nos metieron en una dependencia atiborrada de gente, sentados ocho a mesas para seis, sirvieron jarras con cerveza negra; mis compañeros dijeron que no les gustaba esa cerveza pero no se podía elegir otra; peor fue mi caso: no había cerveza sin alcohol, pedí un refresco y llegó caliente, procedente de la caja, pedí hielo y me dijeron que no tenían. La cervecería se llama U Fleku y nuestra mejor experiencia fue salir de allí.

23 de Agosto, miércoles. El autobús se dirigía a Bratislava pero teníamos prevista una parada en Brno, la segunda ciudad más grande de Chequia. Visitamos el casco histórico empezando por un mercado de fruta, el ayuntamiento nuevo y el ayuntamiento viejo en cuya entrada se veía un cocodrilo colgado del techo y una rueda de la pared del fondo. Existen dos leyendas que explican la presencia de estos símbolos: del cocodrilo se dice que lo tomaron por un dragón y que un religioso le dio muerte mostrándole su imagen reflejada en un escudo bruñido ante la cual reaccionó abriendo mucho la boca, lo que aprovechó este hombre para poner una estaca y echar cal en el interior. La de la rueda no la cuento porque no tiene ni pies ni cabeza.

Por último visitamos la plaza de la Universidad Masaryk, creada por el presidente de la república Tomás Garrigue Masaryk en 1919 cuando la única universidad era la de Carlos, en Praga. En la misma plaza se encuentra la iglesia roja evangelista a cuyas puertas se puede ver un tanque soviético pintado de rosa, el llamado Número 23 que los soviéticos hicieron colocar sobre un pedestal en 1945 en recuerdo de la liberación de la ciudad por los rusos, (también esto se discute pues se asegura, por otra parte, que fueron los tanques americanos al mando del general Patton los primeros en llegar). Tras la caída del régimen comunista en 1991, el escultor David Cerny y algunos amigos pintaron el tanque de rosa provocando reacciones que llevaron al artista a la cárcel y al tanque a ser pintado del verde original para, a continuación, ir sufriendo numerosas transformaciones de un color a otro.

Y de aquí pusimos, o puso el chófer, rumbo a Bratislava. Llegamos alrededor de las doce, nos esperaba una guía local algo mayor y con repertorio de chistes que iba introduciendo entre las explicaciones. Iniciamos el recorrido por el casco histórico, empezamos por la Catedral de San Martín, lugar de coronación de los reyes de Hungría; por eso luce en lo más alto de la torre una reproducción a escala de esta corona. Después la Plaza Mayor con la iglesia y la casa del alcalde.

Por todo el centro hay varias estatuas de bronce bastante originales. La primera la descubrimos en esta plaza y parece ser Napoleón apoyado en un banco y con el gorro bien calado: los lugareños dicen que se trataba de un soldado francés que, tras la batalla de Austerlitz en 1805, se había quedado en la ciudad y echaba de menos a la novia. Así nos lo contó la guía que nos llevó a otras originales estatuas; la más llamativa estaba a ras de suelo: un trabajador, con su casco, asoma la cabeza apartando la tapa de una alcantarilla. Según nuestra guía está allí para ver a las chicas con minifalda y añadió que trae suerte; por si acaso fuimos a tocarle el casco como hacía el resto de turistas.

La guía pasó a hablarnos de la nueva industria del país, dedicada sobre todo al sector del automóvil  e hizo referencia a la fábrica de automóviles Kia, cuyos trabajadores tienen prohibido el uso del teléfono pero sólo de la marca «Nokia»; esperó a que lo cogiéramos antes de reírse satisfecha. Terminamos el recorrido frente a la Ópera y ella dejó de contar chistes para recomendarnos un restaurante, Gremium, que resultó ser muy lento. Buscamos un café en la avenida principal con poca suerte: no hay café con leche, no hay descafeinado, debías servirte tú mismo llevando el servicio con bandejita hasta la mesa en la terraza. Quedó el tiempo justo para unas fotos antes de subir al autobús y cubrir la última etapa del viaje hasta Budapest.

Por el camino nos enteramos de que la guía que nos acompaña nos deja en Budapest para irse con otro grupo a Viena; nos da su teléfono por si tenemos algún problema. No nos parece bien, se lo hacemos saber preguntando cómo nos va a resolver un problema desde la distancia, pero no insistimos.

Nos alojamos y fuimos a la cena en el hotel. ¡Qué sorpresa! Variedad y calidad en el bufé con excelentes postres. Los camareros eran todos veteranos y altos, como si un equipo de baloncesto se hubiese resistido a disolverse y se hubieran dedicado a la hostelería, formando una cocina de altura.

Salimos a dar una vuelta; el hotel estaba en pleno centro y llegamos hasta la Cafetería New York, recomendada por la guía. Más que un café, su interior parece un palacio por su abigarrada decoración de columnas y techos dorados. No entramos al ver una cola de espera para acceder a una mesa. Nos sentamos en la terraza de otro café muchísimo más humilde. Aquí empezamos a comprobar lo difícil que era la comunicación con nuestro mísero inglés y la dificultad del uso de los florines; aunque el cambio en España había estado en torno a los 275 florines por euro, allí el cambio era más favorable alcanzando los 300 florines/euro. Conseguimos tomar un cubalibre servido con la ginebra por un lado, la cocacola por otro y el hielo en otro vaso, limón no había; pero sí descafeinado, todo un acontecimiento.

24 de Agosto, jueves. Estábamos alojados en el «Radisson Blu Beke». La guía local nos recordó que la ciudad estaba dividida por el río Danubio en dos. Buda y Pest; nosotros estábamos en Pest y empezamos la visita en esta parte, concretamente en la Plaza de los Héroes, situada en un extremo de la Avenida Andrassy que iba a resultar el punto de referencia en todos nuestros desplazamientos, cerrada a causa de algún acontecimiento deportivo, lo que no nos impidió ver la sucesión de estatuas de gran tamaño alrededor de la plaza; las del centro correspondían a los líderes de las siete tribus magiares que fundaron Hungría en el siglo IX y sobre ellos la del arcángel Gabriel. La guía nos habló de que las tribus procedían del norte de Europa y de ahí que el húngaro no sea un idioma fácil por no tener las mismas raíces que los demás idiomas eslavos. Las de la izquierda eran de santos y reyes y las de la derecha de personajes más actuales.

Dimos la vuelta en dirección al río y, tras un recorrido en autobús para darnos una idea de como localizar el Mercado, el Parlamento, la Ópera…, lo cruzamos por el puente de Sisí y nos dirigimos a la parte más alta de Buda para visitar la Iglesia Católica de Matías, iglesia oficial de las coronaciones, cuyas torres estaban cubiertas con tejas vidriadas de diferentes colores y el impresionante Castillo de Buda, residencia de los reyes, además del Bastión de los Pescadores. Digo visitar, debería decir contemplar, porque entrar no entramos en ellos. Sí aprovechamos su situación, en lo más alto, para disfrutar de una maravillosa vista de la ciudad y de sus puentes sobre el Danubio en un día radiante.

Hablando del río, nos esperaba a continuación el «San Andrés», un barco con el que lo navegamos de norte a sur y bajo los cinco puentes más famosos que lo atraviesan: el de las Cadenas, el más antiguo construido con piedra e hierro, el de Isabel o de Sissi se le reconoce por el color blanco, el de la Libertad por el color verde y los dos de Isla Margarita. Desde el barco podían contemplarse los monumentos más importantes, entre ellos los que más destacaban el Castillo de Buda y el Parlamento con su cúpula roja.

Nuestra guía nos ofreció una visita guiada por la ciudad durante el viernes que, de momento, teníamos libre. Teniendo en cuenta la cantidad de lugares aún por ver, aceptamos encantados. Lo mejor, nos dio un teléfono y el nombre de la persona que la sustituiría a ella durante el resto de nuestra estancia en Budapest, lo cual volvía a corresponderse con lo que habíamos contratado.

Almuerzo en el hotel. Nuevamente vuelven a sorprendernos y a demostrar que son maestros en la elaboración de salsa: habría repetido varias veces unas albóndigas en salsa exquisitas si no hubiera sido por la cordura y porque me esperaban unos atractivos postres. Sin lugar a duda, en este hotel fue donde mejor comimos a lo largo del viaje.

Teníamos la tarde libre, otros compañeros irían a disfrutar de una cena en un poblado zíngaro a lo que habíamos renunciado. Así que lo primero era echarse una siesta. Nos encontramos con la cama sin hacer y el baño como lo habíamos dejado, las toallas sin renovar.

Tras el sueñecito, otra vez a patear las calles. Esta vez en busca de la parte moderna y comercial, concretamente del «Hard Rock Café» que encontramos sin dificultad en la plaza que da comienzo a la famosa y concurrida calle Vaci, peatonal y comercial. El café, que en otras ciudades destaca por su cuidada y original decoración, decepcionaba por estar en un sótano y ser de escasas dimensiones. Compramos una gorra sin poder elegir, una camiseta de Kiss y R se probó una y otra camiseta hasta decidirse sin estar del todo convencida.

Nos alejamos hasta llegar a la Plaza de la Catedral donde nos sentamos en una terraza a tomar un vino o algo sin alcohol. R se da cuenta de que le falta un pendiente de los que había comprado en Karlovy Vary y que estrenaba esa tarde. Volvimos a «Hard Rock» sin muchas esperanzas de encontrarlo. Antes de preguntar a la vendedora, un examen minucioso del suelo nos lo descubrió en una esquina esperando. ¡Qué suerte!

ML intenta entrar en la catedral y se topa con el horario y con el encargado que le dice que «tomorrow». Volveremos.

Tocaba cenar y lo hicimos en una trattoria; las pizzas buenísimas. Después la copa. ML pide «nuts» o frutos secos. se queda sin ellos porque no la entienden. Con o sin ellos se estaba a gusto en aquella terraza y el tiempo acompañaba.

25 de Agosto, viernes. La excursión con guía que nos habían propuesto no podía realizarse por falta de número, así que nos tocaba a nosotros programarnos el día.

Buscamos el Mercado Público y tomamos un camino largo hasta dar con él. Es enorme, con una planta baja dedicada a la función que se le supone; en la segunda planta encontramos un puesto tras otro de souvenirs y algunos de restauración tan concurridos que entorpecían el paso.

Lejos, muy lejos de allí, se encontraba la Sinagoga que ojalá no la hubiésemos encontrado. La entrada nos costó 4000 florines, unos 13 €, por persona. En todo momento el trato que nos depararon fue áspero, irrespetuoso, casi de desprecio. Como no permiten entrar a las mujeres con pantalones cortos o camisetas sin mangas nos derivan con muchas prisas y muy malos modos a «información» donde nos venden una bata de un material ligero y transparente por 1 €. Me dan una kipá de cartulina con una horquilla para cogerlo al pelo del que carezco; me pongo mi gorra y lo aceptan.

Por fin dentro nos dedicamos a contemplarla. A pesar de que el exterior nos había cautivado el interior es decepcionante, con una gran profusión de asientos, los de la planta baja para los hombres y los de la superior para las mujeres. Terminamos la visita con un paseo por el cementerio y contemplamos la escultura llamada «Árbol de la Vida», con forma de sauce llorón y llevando cada hoja el nombre de un judío asesinado durante el holocausto.

Regresamos al hotel cansados, con mucho andado. El almuerzo fue rápido, la cerveza nos la cobraron a razón de 1200 florines, 4€. Nos encontramos la habitación sin arreglar y la mujer encargada del servicio nos entrega unas toallas en el mismo pasillo. Eso no nos iba a impedir echar una siesta.

Volvemos a la calle y nos proponemos ir a la Ópera. Esta visita nos cuesta 14 € pero desde principio a fin merece la pena. Si hubiera que utilizar un sólo adjetivo, éste sería «preciosa», un gran edificio que, por acuerdo con el emperador Francisco José I, se construyó con la condición de que no fuese más grande que la de Viena; a su vez el ayuntamiento , que había de financiar la mitad, puso como condición que había de utilizarse mano de obra y materiales húngaros.

La visita está muy bien organizada, con grupos formados según idiomas. Visitamos todas las dependencias, incluido el palco real. El guía nos habla con entusiasmo de su construcción, de su historia, de su acústica y cómo se logra y de las diversos usos que se le dan en la actualidad, así como de multitud de anécdotas; responde incluso a nuestras preguntas con amabilidad. La visita termina con un brevísimo concierto. Pero no, para terminar de verlo todo utilicé los servicios, igual de lujosos que el resto.

Tomamos café en las inmediaciones, en el Café Callas, antiguo y muy bonito, con camareros amables, que ya es raro encontrarlos por aquí. Hace tanto calor fuera que preferimos estar dentro aunque el aire acondicionado brilla por su ausencia. Las mujeres utilizan estos servicios en vez de utilizar los de la Ópera con mejor acústica.

Como lo prometido es deuda la siguiente cita era la Catedral de San Esteban, muy bonita por fuera y oscura por dentro por la escasez de ventanas; se celebraba una boda y no pudimos recorrerla.

De allí a la calle Vaci con tiendas, muchas y muy caras. R aprovecha para comprar unas cositas.

En el hotel la cena es menú: ensalada, minisopa de sobre malísima, pato muy hecho en salsa y postre consistente en pasteles que nos llegan congelados. Como despedida, desmerece de anteriores comidas. Nosotros no salimos, M y ML salen a tomar una copa para acabar con los frutos secos que les quedan. Cuando voy a apagar la tele R me recomienda que lo haga cuando estemos dormidos profundos; pues ella lo estaba ya.

26 de Agosto, sábado. Último desayuno; ML se prepara bien, estuvimos de acuerdo en que, perdidos en la selva, sólo ella sobreviviría. A las 10:00 check out; nos guardan las maletas. Como hay que esperar hasta la una, las mujeres aprovechan para realizar las últimas compras con la excusa de gastar los últimos florines. Yo espero cómodo en el hotel, confortablemente sentado y rodeado por viajeros que esperan a sus respectivos autobuses; los chinos hablan hasta por los codos.

A la una de la tarde, como estaba acordado, nos recoge un señor amabilísimo con una furgoneta y un turismo para llevarnos al aeropuerto junto a una familia de Málaga. Nos ayuda en todo, incluso quita las maletas de las manos a ML; seguro que la vio más cascada. Nos acompaña a facturar y hasta el control de seguridad donde nos quitan el agua. Gracias amigo.

Almorzamos un bocadillo y una cerveza; bueno, ML no porque va sobrada con el desayuno. Embarcamos, el avión va completo. Despega en pista corta. R ha debido tomar algo parecido a vino o sangría porque todo le parece gracioso; pero la sonrisa se le congela cuando el avión hace ruidos o movimientos extraños. El «Quiz» nos quita el aburrimiento.

Tras un aterrizaje perfecto estamos en Madrid donde nos toca esperar dos horas; una buena parte de ese tiempo lo pasamos en la tienda oficial del Real Madrid. Próximo el embarque nosotros tomamos otro bocata, esta vez ML se incluye. Un autobús nos lleva hasta el avioncito.

En el despegue, durante el vuelo y en el aterrizaje el avión parece desencuadernarse. Los pocos pasajeros que viajamos en él nos miramos mosqueados por los extraños ruidos; la única azafata, perdón, auxiliar de vuelo, muy seria ella, hace su trabajo con indiferencia.

Almería, en su último día de feria, nos recibe con aire de fiesta. El mismo taxista nos espera para llevarnos a casa mientras caen unas gotitas de lluvia.

-¡Esto para más calor! – decimos casi al unísono. Sin duda, estamos en casa.

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