Fumar en terrazas ya está prohibido. Tampoco en ellas se podrá eludir el rechazo enfermizo al tabaco, ese llamado vicio que pasó de aceptado a prohibido, de esnob a retrógrado.
Que conste que dejé de ser un fumador moderado para lo que se solía en aquella época por decisión propia en 1998, mucho antes de la entrada en vigor de la ley antitabaco del insigne presidente Zapatero, incluso antes de que éste soñara con llegar a ser insigne o presidente o ambas cosas.
La ley antitabaco fue aprobada en 2006 y aplicada para lugares de trabajo; en 2010 se amplió la prohibición a lugares de uso colectivo.
Fue desde el principio una ley impopular como tantas otras del ínclito ZP y también difícil de llevarla a la práctica y de ser aceptada y reconocida. Mediante ella los españoles pasamos de bárbaros que compartían humos y espacio en lugares públicos para entablar animadas tertulias a gente civilizada que comparte espacios libres de humo para mandarse mensajes sin palabras ni gestos.
Se previó con pesimismo que los restaurantes y bares irían primero a la bancarrota y después echarían el cierre, lo que en Almería preocupaba a restauradores y clientes asiduos o domingueros; así ZP pasó de ser la principal referencia de chistes y gracietas a la causa de pataletas, insomnios y pesadillas.
Pero ZP aguantó el tipo y dejó que el tiempo hiciera su trabajo de desgaste y los clientes pasaron por el aro a regañadientes y a pasos cortos: al principio fumaban en el interior con descaro; tras unas multas a los bares más recalcitrantes se fumaba a hurtadillas, como niños que lo tienen prohibido, escondiendo el cigarrillo y despejando con las manos el pertinaz y delator humo; a continuación se les veía en la puerta fumando con avidez entre caña y caña y sembrando el suelo de colillas y cenizas arrastradas por el viento hacia las esquinas junto con hojas otoñales y servilletas de papel arrugadas.
Este lamentable, bochornoso y conmovedor espectáculo movió los tiernos corazones de los propietarios que idearon una raquítica solución y colocaron un par de ceniceros a ambos lados de la puerta de entrada que luego mejoraron añadiéndoles arena a los recipientes. En el colmo de la generosidad colocaron a ambos lados un par de mesas altas con un taburete para el fumador que lograra encaramarse a él. Aquello tuvo éxito y los bebedores fumadores volvían a contemplar la posibilidad de hacer ambas cosas sin trasladarse entre dos puntos.
Y de pronto la idea de bares con terraza llegó a cuajar para alborozo de ambas partes y de una tercera que vio en ellas un filón: el ayuntamiento, una institución dispuesta a ceder su espacio de aceras y plazas a cambio de un precio equis por metro cuadrado sin consenso, palabra muy utilizada en la política de la época.
Y la ciudad se llenó de nuevas terrazas que tuvieron un éxito inmediato y al aire libre volvieron a reunirse apestados y gente bien oxigenada.
Debió ser ésta una mezcla inaceptable porque empezaron a ser incompatibles: los apestados empezaron a ser molestos para los delicados de olfato que se quejaron y mostraron su descontento con una ley aún insuficiente.
Pero no hay ley que no pueda ser abolida, mejorada o ampliada y los fumadores iban a recibir una nueva derrota en una guerra que tenían perdida de antemano.
Si bien es verdad que Almería tiene un clima estable y de temperaturas medias bonancibles para hacer de una terraza un lugar ideal donde pasar un rato divertido o de ocio, no lo es menos que el viento pone en entredicho un clima cálido y soleado; para evitar a este elemento tan perturbador las terrazas se vieron provistas de numerosos ingenios: estufas, toldos, sombrillas y cristales o paneles para cubrir los fondos y laterales.
Con ellos llegó el último golpe para los sufridos, denostados y ya escasos fumadores porque la ley del olvidado ZP se aplicó a las terrazas con paneles laterales que ya son mayoría.
Menos mal que los que antiguamente eran legión se habían visto reducidos hasta convertirse en una minoría desahuciada porque muchos se rindieron antes y acudieron a los que ofrecían remedios caseros o seudo científicos para dejar de fumar o se cambiaron a otros tipos de nicotina menos molestos para el prójimo como los chicles o el vapeo que poco a poco gana adeptos.
Así que bares y restaurantes de Almería con sus correspondientes terrazas ya no tendrán miedo al cierre o la ruina, los fumadores ya son historia, las terrazas una modernidad.
Todavía hay quien se pregunta cómo en Almería, con su envidiable clima, no existía ese amor a la terraza que sí lo había en otras ciudades con climas impredecibles o duros: París con sus bistrós podría servir como ejemplo.
La respuesta es el molesto viento que transforma los días y confunde las horas o que, puestos a elegir, mejor dentro protegidos que fuera expuestos al caprichoso y cambiante aire. Pero también cambian las costumbres y las modas: las terrazas están de moda y los bancos, los atornillados en las calles, a disposición de los nostálgicos tabaqueros expulsados de los bares que otrora fueron su segunda casa.
Otra moda que se extiende por los bares de tapas es la de añadir un sobreprecio a alguna de ellas y que pone en peligro a la tapa tradicional. Pero este tema queda para otra ocasión.