Los Claveles. Jibia a la plancha.

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EL BAR ERA DE LO MÁS PEQUEÑO, LO ÚNICO DE GRANDES PROPORCIONES ERA EL TECHO,TAN ALTO QUE SE DIRÍA UNA BÓVEDA.

En la barra había que ponerse de lado y recoger la caña o el platito para dar el paso atrás; sólo así  era posible que todos los que se agolpaban en espacio tan reducido pudieran alcanzar el objetivo, la jibia.

Detrás de la barra se afanaban dos personas para dar avío a poner cañas para tanto parroquiano y pedir a voces la tapa al de la plancha. Ahí, en la plancha estaba el secreto, la jibia abierta y entera que, una vez hecha, era cortada en trozos para ser pinchada en palillos y depositada en el plato tapero. Al de la plancha no se le veía la cara, a la izquierda tenía una ventana que dejaba ver a la gente pasar… o volverse y a la derecha un poyete de mármol blanco para depositar los platos.

Se especulaba si era la plancha, el cocinero o los dos. El caso es que en Almería había muchos bares que tenían en su carta  jibia a la plancha pero ninguno conseguía ese punto, ese olor, ese sabor.

jibia los claveles

En Los Claveles había tapas muy variadas; cuando el camarero las relacionaba como un papagayo lo miraban diciendo «la duda ofende». Se le interrumpía para pedir «una de jibia«. De vez en cuando se veía en la plancha almejas cubiertas por una tapadera para hacerse al vapor o unas gambitas rojas con su sal gruesa o una aguja que adquiere su color, unos  chopitos…, pero no dejaba de ser algo anecdótico. La reina ocupaba casi toda la plancha.

Cuando había poco tiro el cocinero acumulaba la jibia en una esquina, cuando la servía, aunque pudieras pensar que no sería la misma que recién hecha, salías del engaño con deleite.

ERA UN SITIO DE QUEDAR, «NOS VEMOS EN LOS CLAVELES«.

Era uno de los múltiples sitios para tapear que había entonces en Almería, ciudad con muchos bares donde se comía pescado y marisco fresco y de extraordinaria calidad. Ah, se me olvidaba, hablo de los sesenta y setenta.

Era un sitio abierto. Justo cuando dejó de serlo, cuando el cliente llegaba allí con la duda de encontrar la persiana arriba, firmó la sentencia de cierre definitivo. Los Claveles vivió un tiempo de cierre temporal forzado por la remodelación del edificio para volver por sus fueros, para alegría de los almerienses y visitantes.Pero por poco tiempo, la puntilla se la dio una entidad bancaria con el dinero que todo lo compra, que todo lo puede.

Era un sitio con tradición. Fue a morir cuando el ayuntamiento, creo que acertadamente, decidió conservar a cualquier precio las fachadas de los edificios con tradición. Los Claveles debería haber sido declarado patrimonio de la humanidad. Aquí sí exagero y expreso lo que fue un deseo  de muchos que fuimos conscientes de que ni el decreto del ayuntamiento ni los deseos de la gente pueden conservar un bar por muy emblemático que sea, porque un bar es distinto a una fachada, un bar es su gente, la  situada a un lado y a otro de la barra; y la gente viene y va, en el espacio y en el tiempo.

Ésta fue una crónica nostálgica. Si a lo largo de ella me he lamentado por no poder volver a otros tiempos, al final lamento que los que ahora valoran una buena tapa no puedan disfrutar de aquella tan humilde pero tan rica: la jibia de Los Claveles.

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