Que el bar tiene éxito salta a la vista. Las mesas de dentro y de fuera, las mesas altas y bajas, incluso la barra, están todas ocupadas. Y unos cuantos, entre ellos nosotros, dábamos la brasa al camarero y esperábamos que alguna se desocupase. Quisimos esperar porque en otras ocasiones nos fuimos dejándolo para otro día más despejado sin que éste llegara.

Alguien recordó «El Andaluz» de carretera de Ronda y su polémico cierre, lo que provocó una discusión sobre si se trataba del mismo.

La actual se encuentra en la calle Felipe II, 80. La decoración del interior es un continuo anuncio de la cerveza Cruzcampo; el local es enorme, la cocina está a la vista, el número de camareros considerable y la organización aceptable.

Tras una espera prudencial nos acomodaron en una mesa alta con taburetes. La mesa estaba sucia y, si no avisamos, el camarero iba a depositar la bebida sin percatarse. Lo comprendemos por el mucho trabajo y el deseo de atender con presteza.

Las bebidas están bien servidas y destaca la caña de un tamaño mayor que el habitual. La vajilla utilizada para el servicio de las tapas es variada por las formas y los materiales, empleándose la pizarra para las carnes a la brasa.

Sobre la mesa la carta con un extenso listado de tapas, muchas de ellas «a la brasa», otras tradicionales, unas pocas frías y un buen número de las «de moda» con profusión de crujientes. También muchas tienen un sobreprecio que se advierte en la misma carta y en las diversas pizarras con las tapas del día o las sugerencias. Y digo yo, y esto vale para toda las cartas, ¿por qué no se ordenan por orden alfabético?, sobre todo cuando hay tantas.

Con mucho gusto, nosotros probamos varias quedándonos con la gana de probar más y sin poder evitar repetir alguna. Y éste es el historial:

Llegó un kebab de pollo para dos, XXL con sobreprecio y patatas gajo, que probamos todos y aún quedó para su dueña; lo encontramos bueno y ella poco picante.

A las croquetas de choco con cebolla caramelizada les sobraba de ésta y, aún así, su excelente sabor no quedaba oculto.

El crujiente de bacalao con cereales supo fantástico y la hamburguesa de jibia en pan negro resultó exquisita y se deshacía en la boca; alguno que otro se presentó con el amarillo de la mostaza sobre el blanco del plato.

Para ser la primera remesa hubo acierto en la elección. Para enlazar con la segunda transcurrió un tiempo excesivo, quizás por el lleno del local o porque estábamos escondidos tras una columna. Todo llega pero en la segunda no hubo tanto acierto:

El calamar a la plancha estaba algo duro, la pluma a la brasa con sal gruesa muy hecha; mejor hechos el croquetón de pollo, con mucho pollo. Y más pollo en el crujiente de pollo al curry sobre verdura.

A partir de aquí fueron más rápidos en el servicio y nosotros igual de ágiles eligiendo pues la carta ya no tenía secretos para nosotros.

El montadito de lomo a la plancha, un clásico, con queso, sobre pan blanco y blando y patatas gajo espolvoreadas  con pimentón.

La tosta de gula con gambas picantes fue la tapa que más sorprendió y se repitió, junto a la hamburguesa de jibia.

El bacalao con mayonesa gratinado mereció un notable por su comer agradable y fácil.

El secreto a la brasa estaba algo duro, como la pluma.

Terminamos con los clásicos: aguja a la plancha sobre rodaja de tomate y en pan blando; costilla a la brasa sosa y con patatas gajo otra vez, la guarnición más repetida. Como dije repetimos la tosta de gulas y vino con gambas y huevos de codorniz, una variante que no desmereció de la primera.

Y fin. Mucha carne y poco pescado del que sólo vimos el crujiente de gallopedro y la pata de pulpo a la brasa.

Todo correcto, pero ¿es para tanto? Yo me hago la pregunta y no me atrevo a responderla por mi propensión al pescado y la casi ausencia de éste entre las tapas. Que estamos en Almería y aquí bar y pescado, si no sinónimos, han sido siempre primos hermanos. ¿O no?