El Chele

PESCADO Y TAPAS FRÍAS. EL CHELE

¿Pescado?, ¿buscan pescado? Bienvenidos a un lugar donde saben freírlo, que no es poco.

El Chele forma parte de una pléyade de excelentes bares situados en las cercanías de la calle Artés de Arcos. Les aseguro que el lleno lo tiene asegurado día por día y que esto lo viene haciendo año tras año.

Con suerte, la que no tuvimos en veces anteriores, nos instalamos en un barril con taburetes. La carta, muy simple y gastada, dividía las tapas en frías y pescado. Las frías son las clásicas, las que siempre han tenido los bares, en previsión, para antes de encender la plancha.

La oferta de pescado es el motivo de su éxito. Fresco, variado y bien frito, comparte espacio en la carta con el lomo, los pinchos y las brochetas. Lo que no aparece en ella son las otras estrellas, las tapas de cocina: ese día disponían de migas, trigo, carrillada y paella a partir de las dos.

Para abrir boca vino bien un cazón en adobo que se deshacía en la boca, con un justo toque de vinagre y unas migas con sardina, pimientos fritos y aceitunas partidas.

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Apetecían y mucho las otras tapas de cocina, ¿cómo no probarlas? La carrillada, muy tierna como es propio de esta carne, venía en una salsa de las que invitan a mojar el pan y con patatas que, al estar empapadas de ella, disputaban a la carne su excelencia. En cuanto al trigo, llegó adornándose con hinojos, morcilla y carne de espinazo; para quitarse el sombrero. Sin duda, estas dos fueron las mejores que probamos ese día.

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Con puntualidad, la paella se presentó con carne y jibia. Sin ser nada especial estaba gustosa y en su punto con el arroz suelto. La pota frita, la hermana pobre del calamar, se acompañaba de pimiento y se distinguía de éste por ser más blanda y fácil de masticar. Tanto en la paella como en la pota echamos de menos el limón que, en cambio, sí apareció en las bebidas.

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Para terminar quisimos probar dos clásicas: una de las frías, las patatas con anchoas y el lomo. Las anchoas bien, las patatas duras. El lomo muy solo y muy seco

Poco a poco el servicio fue haciéndose lento, sin que por ello podamos decir que nos habían olvidado.

Los precios no estaban unificados e iban desde 2’30€ de un mosto hasta 2’80€ de una jarra de cerveza.

En suma, una buena experiencia que repetiremos si el tiempo y el espacio lo permiten.

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