Mili una historia. Capítulo 53. Refuerzos y retenes

El estar en la compañía de destinos te descargaba únicamente del servicio de guardia aunque no de los refuerzos y los retenes. Era una compañía diferente a las otras, sobre todo porque estaba dividida en grupos que se formaban por afinidad, generalmente por tener la misma especialidad.

En mi caso, que me ocupaba de las clases y de la biblioteca, no tenía de momento otro compañero ni lo tendría hasta tres meses antes de licenciarme. Añadiendo a esto que Alejo pasaba el día fuera y que el grupo más numeroso, el de los oficinistas, me hacía el hueco, estaba a expensas de otros compañeros andaluces y de un almeriense al que no se le veía el polvo ya que pasaba el día ocupándose de las duchas.

Por todo ello seguía visitando a mis compañeros de la tercera con los que compartía algunos ratos en la cantina o salíamos juntos por las tardes para recorrer Oviedo. Prácticamente no pisaba la compañía más que por la noche, no me apetecía estar allí porque el ambiente no era amigable. El capitán no aparecía tampoco y lo dejaba todo en manos del furriel a falta de un suboficial del que carecía la compañía

Tanto los refuerzos como los retenes eran servicios que se realizaban por la noche. Los refuerzos servían para reforzar la guardia duplicando los soldados de cada puesto. Los retenes hacían vigilancia en los lugares a los que la guardia no llegaba.

La noche se hacía muy larga para los retenes en lugares alejados del edificio aunque dentro del recinto. Lo peor era que nadie venía a relevarte y el servicio duraba toda la noche en el mismo sitio. Pero tenía muchas compensaciones si sabías buscarlas. La primera que podías fumar si te atrevías y apetecía estando como estabas lejos de miradas inquisitivas.

Desde allí podías ver la ciudad en las noches limpias, las luces la mostraban hurtándola a las sombras. Lo que no veíamos era la luna, ni la nueva ni la llena ni los cuartos. Otra vez las nubes o la niebla ocultaban algo, en este caso el satélite iluminado.

Al amanecer todo se transformaba, el frío arreciaba y los colores volvían, ponías cara al compañero y empezabas a ver el final de aquella noche en vela.

Mi primer retén fue especialmente ajetreado. La noche se presentó lluviosa, oscura como boca de lobo y difícil de distinguir los ruidos que se fueron produciendo, amén del de la lluvia que sobresalía sobre los demás y los camuflaba.

Anduve en pos del ruido mas, cuando creía haber llegado a la fuente, el mismo sonaba desde otra dirección. Me harté de ir en todas direcciones infructuosamente, buscando fantasmas que jugaban conmigo ocultos por la niebla. Decidí quedarme quieto y no acudir a investigar. Entonces me di cuenta de que mi compañero había desaparecido, lo achaqué a dos posibles causas, o era el autor de la broma o se había quedado quieto en un punto.

Imité el ruido y esperé. Casi de inmediato vi aparecer a mi compañero suspirando al verme, tenso como yo. Comentábamos sobre lo que estaba sucediendo cuando el ruido se reprodujo una vez más a nuestra izquierda. Me tiré a tierra descubriendo que, a ras de la misma, la niebla permitía ver hasta cierta distancia, me desplacé arrastrándome y empecé a distinguir unas botas que se movían, las seguí procurando ser silencioso hasta estar cerca, calculé que a menos de dos metros.

Las botas dejaron de desplazarse, me acerqué más a ellas, hasta tenerlas al alcance de mis manos, metí el cetme entre las piernas y tiré hacía mí.

-Mierda – se oyó mientras el cuerpo caía al suelo con estrépito.

Me puse a horcajadas sobre él presionando el cuello con el cetme.

-Suéltame, idiota, que soy yo.

Lo reconocí por la voz y devolví la broma.

-En pie – casi grité – las manos tras la cabeza. Camina.

-Que soy yo – decía riendo.

-Nadie te conoce. ¿Lo conoces tú? – pregunté al compañero.

-Nunca lo he visto – mintió.

-Andando pues, al cuerpo de guardia. -dije mientras lo empujaba con el cetme.

-Vamos hombre. No me hagas esto. Que voy a ser padre, ¿recuerdas?

-Vas de cabeza al calabozo. Por gracioso.

-Déjame que te explique.

-Como te cojan aquí no te va a valer ninguna explicación. Más te vale largarte.

Me di la vuelta y desaparecí de su vista.

Más tarde, durante el desayuno, el gracioso me contó que estaba allí con permiso del capitán de la tercera, su mujer le había pedido que consiguiera semillas de margaritas para colocarlas entre el césped y sabía que allí había a montones, ocultas por la hierba demasiado alta.

-Cuando tuve mis semillas decidí gastaros la broma.

-Pudo haber terminado mal, ¿no crees?

-Así es, la niebla no admite bromas y menos con gente armada.

-Te estás volviendo juicioso, aunque a veces se te va la olla.

-¿Tú crees que mi hijo heredará algo de mí? – preguntó levantándose para desaparecer rápido.

En realidad no quería una respuesta.

Por regla general los retenes eran tranquilos, sin sobresaltos pero demasiado largos. La vigilia durante tantas horas sin moverte del sitio hacía que el hastío fuese el dueño de la noche, por encima de la niebla, la lluvia o los ruidos. El hastío era lo que hacía a los retenes insoportables.El hastío hacía que la mili nos pareciese interminable.

Diga «mili» y échese a dormir. Dijo «mili» y se durmió. Y sin embargo no dejaba de quitarte el sueño en el otro sentido.

 

 

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