El maestro trabaja

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El maestro trabaja con niños, un material muy delicado. Sus padres se lo confían y él los devuelve, en la medida de lo posible, enteros y mejorados, aunque más sucios y desaliñados. Y al día siguiente vuelve a repetirse el proceso, depósito y devolución con intereses.

El maestro trabaja sin red. Todo ocurre sin previo aviso y la improvisación es constante. Para nada le vale una bonita programación que, en la práctica, puede llevarse a cabo en un porcentaje muy bajo. A cada nueva circunstancia debe plantarle cara como si ya lo tuviera previsto. Ante los niños no vale dudar o ser inoperante porque, a partir de ese momento, ellos tomarían las riendas.

El maestro trabaja por un salario. Pero este profesional iluso pretende recibir algo más, la sonrisa de los niños, el beneplácito del padre, la obtención de resultados y el orgullo del trabajo bien hecho al final de cada día.

El maestro trabaja también en casa. Allí se lleva las tareas que se autoimpone; cada alumno es un mundo que reacciona diferente y él conoce a cada uno, sus nombres, sus caras de felicidad y tristeza que son el termómetro para medir y decidir el trato para cada uno. Él las recuerda todas y las repasa. Sabe que irán cambiando y que deberá actualizar sus archivos. Si quiere ponerse al día llevará tareas a casa.

El maestro trabaja solo, sin ayuda de otros colegas, dando abasto a todos con sus «dos únicas manos», sin poder dejar a un niño para dentro de un rato o para mañana. Las necesidades de los niños no tienen espera y ellos saben que su maestro los atiende cuando se acercan.

El maestro trabaja, ahora, con muchos medios que le ayudan para llegar a sus alumnos y despertar su interés. Pero el día que se quedase «sin luz» para hacer funcionar esos medios, su presencia, su voz y una simple pizarra serían suficiente luz. Esto no ha cambiado en la enseñanza y no podemos permitirnos el lujo de prescindir de él. El día que tengamos alumnos autodidactas encerrados en sus casas les faltará el contacto humano y la experiencia de probarse como persona.

El maestro trabaja hasta que llegan las vacaciones. Demasiadas, piensan algunos padres. Poquísimas, piensan sus hijos. Los colegios abren y cierran conforme a un calendario al que también se ciñe el maestro y sus alumnos. «Trabajas menos que un maestro escuela». Esta frase se ha repetido tantas veces como la de «tienes más hambre que un maestro escuela». La última pasó a la historia. La primera sigue vigente. Creo que injustamente.

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