Mili una historia. Capítulo 19. Los destinos

 

Mucho antes de la jura de bandera Radio Macuto llevaba y traía versiones y rumores de la noticia que más interesaba en ese momento. Todos sabíamos que, excepto unos pocos, los que sustituirían a los veteranos que se licenciaban, dejaríamos el campamento para incorporarnos a un nuevo destino. No me gustaba el campamento, es verdad que los veteranos estaban bien considerados y vivían bien pero en León hace mucho frío y cuando lo estás pasando quieres dejar de tiritar, de pisar la nieve y de resbalar por el hielo.

Y no es que el frío de León fuese especial, imposible de combatir o de soportar. Se trataba más bien de la falta de recursos para enfrentársele: la ropa era la misma para cualquier tiempo y sólo podías añadir una interior de más abrigo, la compañía disponía del calor humano y la cama de la manta reglamentaria. En el exterior el único medio era encogerse, frotarse o palmearse con las manos y convencerse de que, en realidad, no hacía frío, que se trataba de una percepción equivocada.

Radio Macuto difundía los destinos posibles en las diferentes localidades de la región militar que nos había tocado en suerte, bien lejos de casa. Sin embargo había destinos aún más lejanos y otros que te acercaban unos kilómetros. Los mejores, en teoría, eran los de Salamanca por ser la provincia más cercana a la nuestra y el Gobierno Militar de Valladolid por ser donde había una disciplina más relajada y más permisos; siempre según Radio Macuto.

Los veteranos hacían gala de tener gran conocimiento de este tema y hablaban contigo para ver la cara de espanto que ponías al oír las historias truculentas que contaban. De ellos salían las noticias más sensacionalistas. Ya no sabías si dar o no crédito y tampoco podías refrendar la noticia ni disponías de una persona que facilitase la versión oficial. El ejército seguía la máxima de mantener a su gente en la ignorancia y así poder manejarla a su antojo. La gente que sabe puede opinar, elegir y adoptar una postura y el ejército no estaba dispuesto a ser cuestionado ni a molestarse en utilizar argumentos para convencer, aunque dispusiera de ellos.

Hasta tal punto Radio Macuto era meticuloso que hizo un listado de los peores cuarteles, hasta de aquellos que estaban arrestados. Supuse que un cuartel no podía estar arrestado, que sería una forma de referirse al cuartel donde peor lo pasaban los soldados. Mas la lista estaba ahí, los detalles sobre cada uno empezaron a surgir; de dónde salía la información lo ignoraba y sin embargo parecía muy verídica.

Me decía que la propia realidad resultaba ambigua, que ya era un despropósito estar allí por ocurrencia de una mente clarividente y despejada, brillante para idear disparates. Una y otra vez tenía que acallar voces, las mías, que me planteaban si era yo el único que veía aquella vivencia como un desatino. Me tranquilizaba cuando mis compañeros se expresaban con los mismos temores y las mismas dudas.

-Mi padre dice que la mili nos hace más hombres.

-¿Más?

-Sí, el mío dice que la mili me va a espabilar, que se me quitarán todos los pájaros de la cabeza.

-Pues el mío asegura que tengo mucha suerte disfrutando de unas largas vacaciones pagadas.

Así nos expresábamos, poniendo en solfa la utilidad de un servicio militar obligatorio. Más que obligatorio forzoso.

Quien debía dar explicaciones, aclarar dudas, responder a las preguntas y acabar con tanta crítica estaba callado, sorprendentemente mudo.

¿Acaso yo debía saber que estaba allí para defender a la patria? ¿Por qué no lo sentía así? ¿Por qué no se habían molestado en refrendar ese sentimiento y en hacerlo común? ¿Por qué en lugar de amenazar y meter el miedo en el cuerpo no se habían ocupado en convencer a miles de soldados de que podían sentirse orgullosos por vestir el mismo uniforme? ¿No tenían argumentos o no se sentían con fuerza para hacerlos convincentes?

Tras la jura se despejarían las incógnitas respecto a los destinos. El toque de diana estaba de más, cuando sonó todos estábamos despiertos y vestidos. Fuimos al desayuno y engullimos rápido. Volvimos a la compañía cuando el cabo furriel colgaba las listas en el tablón. No me acerqué, Alejo estaba en primera fila.

-No te vas a librar de mí – fue lo primero que me dijo.

-¿A dónde vamos?

-Lejos – siguió poniendo suspense.

-¿Tengo que mirarlo yo? Suéltalo ya.

-Vamos a Oviedo, Regimiento de Infantería Milán número 3.

-¿Ese que dicen que está arrestado?

-El mismo.

-¿Tú te crees lo del arresto?

-En el ejército se arresta todo, un caballo que descabalga a su jinete, un vehículo que se queda sin frenos, un fogón de la cocina que causa quemaduras a quien lo utiliza… Todo.

-Estamos arreglados. ¿Tú te lo crees?

-Claro, si a nosotros nos arrestan por cualquier motivo no me extraña que busquen al culpable de un accidente. Sobre todo si el accidente lo sufre un mandamás. Así aprenderá el caballo, el vehículo o el fogón y servirán de ejemplo a su homónimo de la cuadra, del garaje o de la cocina.

-Es absurdo.

-Vamos a prepararnos. Esta misma tarde partimos. ¡Asturias, patria querida!

Cantaba fatal pero arrancaba sonrisas.

No podía decirse que tuviéramos suerte. La séptima región militar estaba formada por seis provincias: León, Zamora, Salamanca, Valladolid, Palencia y Oviedo. Para un sureño, la última era la más lejana. Busqué lo positivo: el Cantábrico, la sidra, el cabrales, la fabada y la buena gente.

Hicimos el petate y esperamos. Habíamos agotado el optimismo y las ganas de cantar. Miraba al suelo intentando imaginar mi nueva «casa». La incertidumbre me ponía nervioso y me lamentaba de ser tratado como ganado. Peor, una res tiene más valor para el ganadero que yo para el ejército, así lo creía. Mi destino no era el deseado y mi estado era el pesimismo.

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