Mili una historia. Capítulo 55. Un día en la vida de un jardinero

A Alejo no le gustaba ser el jardinero, había encontrado en alguno de los poemas que leía la palabra hortelano y enseguida se la aplicó arguyendo que era más apropiada a su labor.

Se hartó de corregir a todos e intentó convencernos de que empleásemos la nueva. En vano, él era jardinero y seguiría siéndolo.

Tras haber empeñado tanto esfuerzo y tiempo en lograrlo, en recoger la herencia de Virgilio, ahora no estaba arrepentido. Al contrario, contaba a todo el que quería oírlo, cada vez había menos gente dispuesta a ello, las maravillas que realizaba como hortelano, las técnicas que empleaba, las fases de la luna propicias para cada faena agrícola y lo contentos que estaban con él la mujer del capitán y el capitán mismo, por este orden.

Era el soldado que menos horas permanecía en el cuartel, las de la noche y poco más. Dejó de salir por la tarde y de tener permisos de fin de semana, por lo que la relación con sus compañeros se vio reducida a cero. Lo echábamos de menos, no olvidábamos que nos había hecho reír y nos había proporcionado los mejores momentos de nuestra estancia en aquel cuartel, los más increíbles, producto de su carácter nada serio y lleno de arrojo, si no de locura.

Era raro el día que no salía a colación alguno de esos instantes, los rememorábamos y el recuerdo terminaba con nosotros riendo a mandíbula batiente.

Me costaba ver a mi compañero de fatigas pasar horas en un jardín, siendo ordenado y paciente, convertido en un solitario que gusta de la contemplación y quedar satisfecho al lograr la respuesta positiva de la tierra. Pero así era, o casi.

Madruga más que nadie, sin esperar al toque de diana, desayuna solo y toma el primer autobús del día. Amanece y el jardinero ya viste su traje de faena, ya hace acopio de las herramientas de su oficio, escupe en sus manos antes de agarrar la azada y empieza una labor pesada, levanta caballones separando pequeñas melgas donde sembrar.

El huerto donde ahora trabaja es el más pequeño de los cuatro y el menos aprovechable al tener forma irregular. Por eso termina en él cuando el día se ha hecho presente con toda la luz, la escasa luz de hoy. Antes de irse a otro de los huertos, se dirige a la caseta del perro, un pastor alemán, su compañero durante el tiempo que pasa en el jardín. Lo desata y lo acaricia; la respuesta no se deja esperar y no puede escapar de un par de lengüetazos que le dejan una masa viscosa en las manos, toma tierra con ellas y las restriega mientras se dirige a la caseta de las herramientas.

Allí se guarda la correa que ata al collar. Están listos para dar el primer paseo. Ese día pueden disfrutar del fresco mañanero sin tener que protegerse de la lluvia. Al volver lo ata en su caseta para evitar que destroce el jardín o los huertos, ignora la cara de tristeza que pone, ya sabe que es un gran actor. Le acerca su comida y el agua, vuelve al trabajo consciente de tener un testigo riguroso que levantará la cabeza cada vez que se seque el sudor o alce el botijo para refrescarse. No piensa dar explicaciones pero, molesto, se dirige a él inquisitivo, «¿qué pasa?» le dice, consiguiendo que baje la cabeza y se haga el dormido.

A media mañana aparece en la puerta la señora con una cafetera italiana y una taza, así como un bocadillo envuelto en servilleta de hilo, todo ello en una bandeja metálica. Va a lavarse las manos, condición «sine qua non» para acercarse. Como todas las mañanas, se cuadra ante ella y hace el saludo militar.

-A sus órdenes mi… – Pero se da cuenta de que esto molesta a la señora y corrige.

-Buenos días, es la costumbre, ya sabe.

-Buenos días, – responde ella con tono de reproche – ¿cuándo se quitará de la cabeza esa manía?

Se encoge de hombros, toma la bandeja y la coloca sobre el seto dando las gracias. Disfruta del café caliente y devora el bocadillo sentado en el suelo, con la espalda apoyada en  el tronco del laurel y las piernas estiradas, dejando la servilleta  en la bandeja para no mancharla. Esto hace gracia a la señora cuando viene a retirarla; encuentra una cesta de caña con pimientos, tomates y cebollas y entra con ellas en casa.

Le da tiempo a repasar otro huerto antes de comer, en éste sólo hay acelgas y cardos que ella emplea en sus guisos; un riego ligero y ya está. La señora vuelve a aparecer y dispone en la mesa del porche el almuerzo. Alejo piensa que está muy bien alimentado, que de allí va a salir gordo. De todas formas da buena cuenta de todo relamiéndose con el postre. La señora demuestra cada día ser una excelente cocinera y tener obsesión con la puntualidad.

Aún queda luz para coger las primeras habas, tan tiernas que podrían utilizarse con la cáscara. Forma un montón que deposita en la mesa y vuelve a salir con el perro, ahora dan un paseo más largo y se encuentran con otros perros que pasean sueltos y sin dueños a la vista. Recibe un tirón pero está preparado, lo conoce y sabe que cuando se cruza con una dama tiende a seguirla aunque sea cambiando la dirección. Lo comprende, tampoco le gusta a él tanta disciplina.

Cuando lo devuelve a su caseta es noche cerrada. Guarda las herramientas bajo llave y empieza a dedicar el tiempo a sí mismo, hoy busca un bar tranquilo para escribir su carta diaria en respuesta a la de su mujer que ya está de seis meses; cierra el sobre, humedece el sello con la lengua, lo pega y apura su jarra de cerveza satisfecho de la jornada. Aún le queda tiempo para buscar un buzón donde depositar la carta, antes se asegura de haber escrito la dirección correcta consciente de haber tenido despistes como éste o peores.

Toma el último autobús que va casi vacío, huele a humanidad y se dice que ha de asearse antes de irse a la cama. Entra en el cuartel saludando a los que están de guardia, sintiéndose afortunado por no ser uno de ellos. Como aún tiene tiempo va al comedor donde puede hablar con sus compañeros. Hoy tiene poco que contar pero ese poco es apreciado por haber transcurrido fuera de estas cuatro paredes.

En la compañía toma una toalla y una pastilla de jabón. Cuando regresa de los lavabos huele a Heno de Pravia. Tacha el día de hoy de su calendario y planifica la faena de mañana.

Se pregunta, como todas las noches, si está allí para ser jardinero, no siente que sea el lacayo de nadie, él eligió, casi suplicó el puesto huyendo del cuartel y de las órdenes a gritos; ahora debe ser consecuente. ¿Jardinero o militar? Puestos a elegir decide huir de lo que huele a uniforme y oler la tierra y los aromas que desprende cuando la trabaja como buen hortelano.

 

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