Mili una historia. Capítulo 25. La biblioteca

 

A mi llegada, la biblioteca me pareció el único lugar donde me respetarían, el único donde dejarían de darme órdenes a voces, el único con algún atractivo y no solo me refiero a los libros sino al ambiente, a la luz, los grandes ventanales abiertos que te permitían ver la lluvia a través de ellos. El resto de ventanales del cuartel estaban cerrados a cal y canto, dejando la iluminación a las bombillas encerradas en lámparas de vidrios de colores oscuros.

Se entraba en ella por una puerta altísima que, a diferencia del resto pintadas en gris, lucía el color de la madera protegida por un barniz transparente. El suelo estaba cubierto por losas de mosaico hidráulico de forma hexagonal que, con vivos colores entre los que predominaba el azul, describía motivos vegetales y marineros. Las librerías estaban adosadas entre sí y sus puertas estaban acristaladas. No había mesas sino tableros corridos con separaciones que marcaban cada puesto iluminado por una lámpara en forma de tubo con la parte superior verde y que proyectaba la luz hacia abajo exclusivamente. Las sillas eran incómodas por su asiento y espaldar planos, estando los brazos tallados y las patas torneadas. Diez ventanales de mayores dimensiones que la puerta y también barnizados dejaban entrar la casi siempre escasa luz que dejaban traspasar las nubes y a la que tantas veces me he referido por serme necesaria viniendo de Almería, ciudad luminosa como ninguna.  Se diría que en la biblioteca quisieron romper el mal gusto que dominaba fuera de ella.

Pasaba allí las tardes tras las clases, excepto las escasas en que salíamos a Oviedo. Me dedicaba a leer como primera tarea y escribir cartas como una de las obligaciones más cumplidas. El correo seguía teniendo su importancia, lo repartía el cabo furriel y todos esperaban al menos una carta; no recibirla suponía una decepción. Yo tenía a mi novia que me mandaba cartas kilométricas en las que me contaba todo con todo lujo de detalles; no me fallaba nunca  y el día que no había reparto me garantizaba dos cartas para el día siguiente. Yo le respondía como si cada carta fuese una página de mi diario, sin pensar, llenaba unas cuartillas por ambas caras, las doblaba y al sobre.

Ayudaba a Alejo, empeñado en la perfección y la ñoñería, a corregirlas y darle ideas cuando se atrancaba; le busqué un libro de poesías, de Gerardo Diego creo, del que sacaba algún verso como firma para terminarlas. Ayudaba también a mi alumno de la tercera, me contaba lo que quería decir y le preparaba un texto que él copiaba con esmero.

La biblioteca era la gran desconocida en aquel cuartel, el que la descubría tarde lo lamentaba al tiempo que se sorprendía de que pudiera existir un rincón de libertad.

La palabra refugio era la más utilizada para describirla. No sólo por el abrigo y la protección que proporcionaba sino por ser la única forma de ocultarse, de escapar al control persistente, de sentirte seguro, al amparo de miradas y comentarios. Porque no había conocido un lugar como aquel cuartel, tan lleno de cotillas, espías, curiosos y malpensados, tan plagado de intrigas.

A todos ellos, por fortuna, no les importaba la biblioteca, consideraban que allí nunca pasaba nada y que la mayor parte del tiempo estaría desierta. Razón no les faltaba porque en medio del silencio estaba descartado el ambiente ruin y ruidoso que reinaba fuera. También era verdad que a la biblioteca le faltaba publicidad para lograr más gente que la disfrutara.

Tuve una idea y la comuniqué al páter. Le hice ver, basándome en datos de los préstamos realizados, que la biblioteca estaba siendo esquilmada pues más de la mitad de los libros prestados no se devolvían, probablemente porque el soldado licenciado volvía a casa con el libro leído o no leído. Por eso propuse que no hubiera préstamos para conseguir parar la fuga masiva de libros y propiciar así mayor presencia de lectores en el sitio más apropiado para la lectura.

Pero el páter era partidario de facilitar la lectura en el sitio que cada uno buscara y la política de préstamos continuó. Para remediar su inconveniente me encargó ir a buscar los libros no devueltos en el plazo de un mes y añadir a la ficha la fecha de la licencia. Además tuve que hacer carteles para publicitar el lugar y dar a conocer sus normas. Lo consideré un castigo por meterme en lo regado dando la impresión de querer tomar decisiones. El páter mostró sutilmente su lado militar y yo me callé aunque a destiempo.

Aquel año Vicente Aleixandre recibió el premio Nobel de literatura por su obra poética. El páter trajo varios periódicos donde aparecía la noticia y dos libros de poemas. La biblioteca tenía una buena colección y se actualizaba constantemente. El páter decía que todavía quedaba altura para añadir armarios y estanterías.

Una tarde Alejo llegó con prisas, llevaba unos papeles pegados al pecho, esperó a que terminara de buscar un libro y casi gritó.

-Mira,mira. – Desplegó las hojas sobre mi mesa y tomó asiento. Estaba acostumbrado a las cartas de su novia y supe enseguida que no era de ella. Leí en silencio y comprendí que Alejo hubiera perdido su calma pegadiza. Intenté quitarle importancia.

-¿Y qué?, ¿vas a dudar ahora?

No daba crédito, me miraba con la sospecha de que le tomaba el pelo.

-Esto lo escribe su padre, no he hablado nunca con él pero es su estilo. Para colmo, ella ha dejado de escribirme.

-Eso lo comprendo menos. Necesitas un permiso, tienes que ir allí y averiguar la verdad.

-¿Permisos aquí? Estás loco, sabes que no es posible.

-Hay una revista llamada Simancas, si consigues publicar en ella un artículo te dan una semana de permiso. Te ponemos de autor y si lo manda el páter tendremos alguna posibilidad.

Lo escribimos juntos, era su visión del ejército desde la perspectiva de un soldado que ha dejado atrás algo más que otros. No se mordió la lengua pero tuve que meter la tijera para ser menos crítico si queríamos la semana de permiso. Al páter no le gustó el contenido, decía que no era lo que buscaba la revista pero me dijo que más adelante me pediría otro artículo.

Ahora tocaba calmar a Alejo y pedirle paciencia.

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