Mili una historia. Capítulo 49. Rebelión en el aula

En cada reemplazo llegaban analfabetos para empezar de cero. Se detectaban deprisa pero no siempre contaba con su acuerdo para trabajar en común. En el último reemplazo me encontré con un grupo dirigido por un líder orgulloso de su condición de iletrado. Tenía clara y aceptaba la obligación de asistir a las clases mas no admitía recibir la educación que se le ofrecía. Ya se sabe que no hay peor sordo que el que no quiere oír y éste no sólo era sordo, presumía de ello.

Lo comenté con el páter y me dio ánimos a su manera, diciéndome que confiaba en mí, para después salir pitando con la prisa de siempre.

A continuación tocaba pactar con el líder y lo cité en la cantina a sabiendas de que no querría entrar en la biblioteca. El nivel de ruido de la cantina ponía en dificultad la negociación ya de por sí complicada. Pedí dos tercios de cerveza y fui hasta la mesa donde esperaba.

-Así que tú eres el catedrático – soltó al tiempo que cogía el tercio y daba un buen trago.

-Soy maestro y tengo la obligación de enseñaros a leer y a escribir.

-¿Quién te obliga? Por nosotros no lo hagas.

-¿Por qué hablas en plural?

-¿Plural?

-Hablas en nombre de los demás.

-¿Por qué te reúnes sólo conmigo? – preguntó.

-Si tú das el primer paso los demás te seguirán.

-No lo haré.

-No tienes derecho a impedir que aprendan a leer y escribir. Para colmo, a ti también te haces daño.

-No me hace falta para ser un mulo de carga.

-¿Qué harás con tus hijos?, ¿impedirás que vayan a la escuela?

-Claro que no.

-¿Qué les dirás cuando se avergüencen de su padre, les pedirás que te enseñen? ¿Acaso no sería mejor que les enseñaras tú ?

-Haces muchas preguntas, maestro – dijo levantándose para ir hasta la puerta. Se detuvo y volvió a la mesa, cogió la botella y se alejó mientras decía:

-No vas a poder conmigo. Gracias por la cerveza.

-Aprenderás aunque no quieras – acepté la apuesta.

No me preocupé, esperé a que el tiempo actuara como el más persuasivo de los agentes, no volví a presionar ni a insistir. Impartía las clases en la pizarra para evitar el rechazo si me acercaba a sus mesas. Los veía de brazos cruzados pero no hacía ningún comentario ni reproche, los despedía recordándoles la próxima clase y ofreciéndoles mi ayuda en la biblioteca si la necesitaban.

El primero que aceptó la ayuda fue el líder. Se presentó en la biblioteca cuando estaba a punto de cerrar.

-No puedo  dar mi brazo a torcer – dijo tomando asiento.

-Nadie te pide que lo hagas, – dije dispuesto a no desaprovechar la ocasión – aprenderás en una semana y nadie tiene que saberlo.

-¿Podré escribir mis propias cartas?

-De eso se trata.

-¿En una semana?

-Si pones de tu parte, sí.

Durante una semana asistió a la biblioteca y no al aula. Los demás, sin la coerción de nadie, aprovechaban la clase con el deseo de recuperar el tiempo perdido.

Siete días después se presentó en el aula y, delante de todos, pidió disculpas a su manera.

-Aprovechemos el tiempo ahora que tenemos maestro. ¿No os parece?

Además de en mi mejor alumno se convirtió, por iniciativa suya, en inestimable ayuda para los demás. Nunca tuve un alumno más agradecido ni un ayudante tan presto y eficaz .

A partir de entonces era un fijo de la biblioteca donde leía libros de pocas páginas, decía que los «gordos» lo agobiaban, y se aplicaba en escribir cartas que pasaba a limpio tras llevármelas a corregir, tarea que yo hacía con gusto.

Mientras duró el conflicto, el páter se acercaba por la biblioteca y me preguntaba. Cuando por fin pude anunciarle que se había solucionado y cómo dábamos ahora las clases, pasó a otro tema que no me gustó nada, menos aún al ver que intentaba presionarme y que daba por hecho que tomaría la dirección que él me indicaba.

-Te presentarás ante el brigada y él te explicara de qué va. Le he dicho que te interesaba – me dijo sin preguntarme.

-¿Puedo decir que no? – le respondí siendo igual de directo que él. Puso una cara que nunca le había visto pero no quería meterme en aquel lío.

-Primero escucha lo que tienen qué decirte. – Aquello era una orden en toda regla pero tenía que resistirme, no quería perder la situación en la que me desenvolvía.

-No quiero ser cabo primero.

-¿Qué tiene de malo? – preguntó sabiendo la respuesta: el cabo primero asumía la función y la responsabilidad de un suboficial a cambio de nada, seguía siendo tropa y como tal era tratado, sin ninguna consideración especial.

-Me gusta la biblioteca y también las clases -descubrí mis cartas y no iba a tardar en comprobar mi metedura de pata.

-Si es por eso no te preocupes, te buscaré un sustituto enseguida.

Me dolió. Pero enseguida supe que debía adoptar otra táctica y no seguir el camino que había emprendido.

-Me presentaré al brigada, el curso tendrá algo de interesante.

-Bien – así fue de cortante, abandonó la biblioteca con mucha prisa, aunque desde el pasillo, para suavizar la tensión, me dio la enhorabuena por mi trabajo y cerró la puerta sin esperar respuesta.

Como tenía que actuar con rapidez y lo primero era obtener información tuve que ir a la fuente. Aproveché la primera ocasión que se me presentó en una de las salidas a Oviedo. Coincidí con el llorón en un bar, tenía en las manos una copa y se le notaba achispado y contento. Respondió a mi saludo con desgana pero no me dio la espalda ni rehuyó la conversación. Le pedí perdón a mi manera, me mostré comprensivo con su exagerada nostalgia y le ofrecí mi amistad.

Más que aceptar se mostró compasivo y desconfiado. A continuación iba a descubrir el verdadero motivo del intento de acercamiento.

-Bueno, el caso es que me han dicho que se ha convocado un curso que te prepara para el examen de cabo primero.

-¿De veras te interesa? Creí que la biblioteca era tu dominio y debes saber que si asciendes dejará de serlo. – Me extrañó que se lo tomara tan bien y que incluso me ofreciera información. Debía aprovechar su buena disposición.

-Te lo agradezco pero en realidad lo que necesito saber es cuántas plazas deben cubrirse.

-Una – se me quedó mirando y supe que no diría nada más.

-Gracias – fui igual de breve. Y él, para no abandonar la soberbia que le caracterizaba, me dio la espalda. Pagué su copa y la mía sin saber si hacía bien.

Esa información era vital porque si buscaba otro candidato el brigada me dejaría en paz. Me acordé del cabo que llevaba la base de la ametralladora y le informé.

-Es tu oportunidad para quitarte el peso de encima.

Me acompañó a ver al brigada. Esperaba en una de las clases, justo la que yo utilizaba; sin miramiento registraba en los cajones y leía mi diario de clase. En primer lugar quiso saber qué estudios teníamos. Al saberlo se mostró satisfecho. Nos habló de la materia que entraba en el examen: cultura general y militar.

-Con vuestra preparación no tendréis problema para aprobar. Creo que no harán falta las clases del curso y nos las vamos a ahorrar. Os daré exámenes anteriores y será suficiente.

Había llegado el momento de jugar mi última baza.

-Mi brigada, quiero serle sincero. Es absurdo que compitamos entre nosotros. Si alguien merece el ascenso es él; tiene dotes de mando y está realmente interesado. Yo prefiero seguir con mis clases.

-Ya veo, – dijo volviendo la vista al diario – pero no es eso lo que me dijo el páter. Si él está de acuerdo yo también.

Le conté al páter todo, sin ocultar nada. Andando de prisa y dejándome atrás en el pasillo dio su aprobación:

-Está bien, hablaré con el brigada. Pero si falla el otro será usted quien ascienda.

Respiré aliviado y empecé a rezar por el éxito del otro candidato.

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