Pitada monumental en Camp Nou con ocasión de la final de la Copa del Rey de fútbol entre el Athletic Club Bilbao y el F.C, Barcelona.
¿Pitada a qué? Al himno nacional español. De monumental fue calificada por la prensa nada más producirse. De impensable la calificaría yo si fuera la primera. Pero a estas alturas…
Impensable que la pitada se dirigiera a «la marsellesa» en cualquier región de Francia, por poner un ejemplo. O al himno americano en cualquier estado U.S.A., por poner otro.
Que España es diferente lo hemos demostrado tantas veces que, para que nadie lo dude, repetimos lo que haga falta para reafirmarnos. La pitada al himno es tan repetida como previsible. De ésta, en concreto, se venía hablando desde que se conoció la final. ¿Qué se hizo para evitarla? Nada. Luego la pitada, antes de monumental, fue repetida, previsible e inevitable. Pero no impensable.
Irrespetuosa también lo es. Me enseñaron que si quiero mostrar mi conformidad o admiración en público, aplauda, y que utilice mi silencio en caso contrario. El himno puede ser una birria y no tener letra, pero es nuestro, de todos, y nos representa y nos distingue. Con él salimos al exterior para acontecimientos internacionales de carácter político, cultural o deportivo. Podemos cambiar la música y añadir letra, pero no faltarnos el respeto.
Quizás algunos piensen que es cuestión de nacionalidad pero mientras España sea tal cual es hoy, su himno y su bandera es lo que nos diferencia. Si alguien no está de acuerdo, en esta ocasión, la final de la Copa del Rey de fútbol, guardando silencio hubiera demostrado su educación, su respeto y su sentido de la realidad actual. Y en otros momentos habría encontrado la ocasión propicia para expresar su nacionalismo, reivindicarlo y aplaudirlo.
A toro pasado, los que no han hecho absolutamente nada sabiendo lo que iba a suceder que se estén quietecitos y guarden silencio. Les queda un año para la próxima final. Que empiecen a trabajar para que la pitada pierda algún adjetivo como previsible, inevitable o repetida.
Autoridades políticas y deportivas, que tan bien lucían en el palco, ganense el sueldo; no se limiten a sancionar, trabajen y busquen soluciones a largo plazo. Maestros, padres y madres eduquen. Todos, seamos ejemplo.