¡Qué bares los de Almería!

Los almerienses contamos con bares que abrimos, disfrutamos y algunos que hasta cerramos…

Hubo bares que abrieron y cerraron sin dar tiempo de probarse y darse a conocer; mil circunstancias explican lo fugaz, y  surge sin querer la pregunta: ¿qué falló?, ¿qué adornos debe tener un bar para atraer, encandilar y fijar a sus clientes?, ¿se trata del personal, de la situación, de la disposición de la barra, las mesas, sillas o taburetes?…

Hubo bares que estuvieron en auge durante años, con una clientela que no sabía tomar una copa si no era allí, para terminar pasando de moda hasta el punto de tener que cerrar.

Hubo bares que, con un éxito arrollador contrastado día a día, cerraron en pleno boom sin que nadie lo explicara o se lo explicase.

Hubo bares sucios, muy sucios, en los que la higiene brillaba por su ausencia, y que sin embargo reunían puntualmente a su clientela para tomarse un chato o jugar una partida a la hora del café.

Donde todos coincidían era en un suelo en el que te pegabas, cubierto de papeles de servilletas, de colillas, de raspas de pescado, de palillos de dientes y otros desperdicios. Se limpiaban al mismo tiempo que se apagaba la plancha, dando paso a los consumidores de café.

Hay bares que permanecen tras décadas de existencia, los menos, que siguen llevando su nombre en el mismo sitio de siempre o son continuidad de otros  en otro domicilio.

Para entender las costumbres e incluso la historia de esta ciudad son imprescindibles los bares. Forman parte de la memoria de los almerienses. Allí percibieron mil olores, degustaron mil sabores, se citaron con sus amigos y conocieron a los nuevos, compartieron, intercambiaron, debatieron, mantuvieron tertulias, se hicieron y cerraron tratos, se proyectaron negocios. En definitiva, pasaban en ellos buena parte de sus vidas y esperaban impacientes el momento de apoyarse en la barra.

En Almería los paseos terminaban en el bar. El trayecto sólo servía para ir pensando en cuál. O lo llevabas en mente desde que salías de casa o lo dejabas a la improvisación.

Cuando hablabas de «bodega» el término anunciaba lo que podía esperarse: nada de lujo o comodidad, toneles «a punta pala», nada de elegir la tapa o elegirla entre garbanzos, cacahuetes o aceitunas partidas, el buen vino asegurado, el de la tierra, el que no encuentras en botellas. Las que yo recuerdo se situaban en torno al centro. «Montenegro», junto a la catedral; «El Patio» en calle Real; «En la esquinita te espero» y «La Reguladora»en calle Granada…

Cuando buscabas «tapas» el abanico se abría con tantas varillas que no lograbas desplegarlas todas. Los almerienses sentíamos cierta debilidad por la plancha bien entendida, la que recibía con silbidos al buen pescado y al mejor marisco, a la carne en adobo o con salecita, al pincho o a la morcilla. Si te encontrabas que la plancha estaba calentándose, tirabas de cocina o de expositor y, con la primera, tomabas una ensaladilla rusa que no se pedía más para evitar aquello de «luego no quieres la que yo hago en casa», tomabas un tabernero, unas patatas con alioli y un par de anchoas en vinagre o una jibia en salsa. ¡Casi nada!

La mejor plancha, la excepcional, se encontraba en «Los Claveles» pero como le dedicamos un artículo para él solito pasamos a los otros. Muy cerca se encontraba «El Goya» que quiso emular al vecino sin lograrlo. También en Puerta Purchena el «Imperial» destacó más por el nombre y la amplitud del local. En el Paseo nunca hubo un bar de tapas; allí se olía a café, el de «La Habana», por ejemplo. Pero sí en las calles que desembocaban en él: «El  Baviera» y el «Alcázar» , el «Montañés», el «Turia», el «Parrila Colón», creador del chérica o chérigan como lo llaman hoy, a espaldas del «Café Colón situado en el Paseo, con los mejores billares de la ciudad.

La «Parrilla Colón» se trasladó al Paseo y tomó el nombre de «Parrilla Pasaje» continuando con la tradición. En el Círculo Mercantil se hacían negocios pingües o se jugaban el capital; están cercanos los años en que acogió a la Tertulia Indaliana.

El «Minibar» patentó el lomo en adobo y a la plancha que inunda con su olor la calle Rueda López. Aún vigente.

El «Quinto Toro» es un clásico, también vigente junto a la Plaza de Abastos; sigue preparando las meriendas para las corridas de toros en la feria de Agosto.

También junto a la Plaza, en la Rambla Obispo Orberá, se encontraba el «Puerto Rico».

En la entrada de Almería según se accede desde Poniente se encontraba «La Barraquilla», una terraza para disfrutar de buen pescado; el «Club de Mar», recientemente trasladado a la playa San Miguel; la «Casa Pedro» y «Los Sobrinos».

Al inicio de la calle Granada se encuentra el «Barea» y sus montaditos; más allá el «Bonillo» y sus patatas a la brava, muy pequeño pero su dueño afirmaba que al fondo había terraza; y al final el «Bar La Gloria». En la calle Murcia el «Ayala» atraía por su plancha y cocina.

En el casco antiguo, junto a la Plaza Vieja, el «Casa Puga» y el «Bahía de Palma». En el primero es difícil llegar a la barra de mármol donde el camarero anota las consumiciones con tiza; en el segundo se prueban todas las tapas y ninguna decepciona. Ambos siguen abiertos tras décadas siendo fieles a su buena cocina. Y, aunque no sea de tapas, no puedo dejarme en el tintero la heladería Adolfo, situada en las cercanías y obligatoria antes de volver a casa.

La calle Real era un cúmulo de excelentes bares y restaurantes: «La Marina»; «Casa Joaquín», uno de los mejores si no el mejor restaurante de Almería; «Los Migueles», «Lupión», «Real», «Arco»;  «Pedra Forca», al que se le atribuyen las primeras patatas a la brava.

En las inmediaciones de la Plaza de Toros se encontraba el irrepetible «Bar Zubieta»; allí servían unas gambas rojas de gran tamaño, a la plancha por supuesto, pero no eras bien recibido si no comprabas «papelillos», aquellas rifas caseras que deparaban al bar una ganancia extra.

Y tantos otros que dejaron menos huella en la memoria y que también formaron parte de las vidas de los almerienses, sirviendo de segunda casa, de refugio y desahogo.

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