Una mañana eligió un compañero del colegio para hacerle partícipe de su problema. Buscaba ayuda en él pero él lo encontró todo fascinante y quiso participar en el próximo viaje. Tras muchas protestas y las mismas dudas el niño decidió que irían juntos a esa parte del bosque; su amigo quería experimentar y él no podía perder su amistad.
Con la excusa de hacer juntos la tarea, quedaron citados en el porche de la casa cercana al bosque. La madre, sonriente y solícita como todas las madres les sacó la merienda y los dejó solos para que trabajaran.
Se adentraron en el bosque antes de comer nada. Lo cruzaron entre cuchicheos a los que no prestaron atención por la prisa que llevaban. La oscuridad los rodeó, los separó y cada uno vivió su aventura. Volvieron al porche justo para contemplar una fascinante puesta de sol.
Quedaron citados para hacer la tarea varias tardes más, nunca llegaban a contarse lo que les sucedía en el bosque, se morían de ganas pero cada uno esperaba que el otro fuese el primero. Si lo hubieran hecho se habrían sorprendido de la similitud de las vivencias de ambos.