Mili una historia. Capítulo 22. De guardia

 

Aquella fue la primera de muchas noches de locura colectiva. No sé si todos participaban en mojar a los chivos cada noche pero lo cierto es que no había ninguna voz discordante y que el sargento, al que no volvimos a llamar, no se molestaba en salir de su dormitorio.

Fueron introduciendo variantes graciosas y duraderas; por ejemplo, echar azafrán en la cabeza antes de verter el cubo de agua. Esto aseguraba que el chivo hiciera gala de su condición ante la risa y la chanza; ahora no sabías si te llamaban chivo o chino. Era el deporte de moda y jugaban con nosotros, con nuestro descanso y nuestra resistencia.

Decidí dormir en los lavabos, guardaba las sábanas en la taquilla y me llevaba el colchón y una manta.

-Aquí no puedes dormir, chivo – me decía el imaginaria.

-¿Quién lo impide? – respondía desafiante.

-Lo comunicaré al sargento.

-¿Eres de esos?

Se quedó dudando y terminó por encogerse de hombros.

-Allá tú. Yo te avisé, no más.

-¿No más?, ¿de dónde eres?

-No me líes, chivito, aquí quedás – dijo antes de irse.

No sé por qué me dejaron en paz. Dormí seco, procuré estar despierto antes de diana, dejé lista mi litera, me afeité y me vestí. El espectáculo en la compañía era desolador si no vergonzoso: varios charcos de agua se repartían por el suelo y en muchas literas dormían dos, o lo intentaban.

Para colmo el sargento se había levantado con ganas. Se dio una vuelta y no le gustó el desorden, el mismo del que pasaba todas las mañanas.

-¿Qué ha pasado? Todos los imaginarias, aquí.

No se molestaron en ir a cuadrarse ni dieron lugar a ser preguntados.

-Han sido los chivos, mi sargento – dijo uno desde su litera.

El sargento lo dio por cierto sin más averiguaciones, nos obligó a limpiarlo sin que quedara mancha de amarillo y nos dejó sin desayuno.

El servicio de guardia tenía una duración de 24 horas. Los soldados que lo prestaban formaban el cuerpo de guardia. Al mando había un oficial de guardia pero, en aquel cuartel tan falto de recursos, el mando podía asumirlo un suboficial, así como un cabo primero podía hacer las veces de sargento.

Se suponía que, tras un servicio tan largo, habría un periodo de descanso; sin embargo el Milán 3 hacía los servicios de guardia a la GOE (Grupo de Operaciones Especiales) y se hacían refuerzos y retenes. Entramos de guardia tras almorzar. Se efectuó el relevo de la guardia saliente y entró una guardia doble, mitad de novatos, mitad de veteranos. Aquello fue el principio del fin de aquellas bromas pesadas que ya duraban dos semanas.

La dependencia para la guardia era pequeña y dividida en dos estancias, una para dormir en literas de hasta cinco alturas, otra para leer, hacer pasatiempos o hablar.

Llovía pero allí estaban preparados para lo que era una normalidad. Grandes y recios chubasqueros te protegían mejor que una garita en la que, dicho sea de paso, estaba prohibido guarecerse; otro sinsentido para añadir a la lista. En aquella ocasión hubiéramos necesitado el doble de ellos pero sólo había uno para cada puesto. Di por sentado que el veterano lo acapararía como así fue. El sargento salió con nosotros para dejarnos en los puestos. Al veterano y a mí nos tocó el calabozo.

-Vas a mojarte, muchacho – me dijo para que me quedase claro que no pensaba compartir el chubasquero.

-Estoy acostumbrado, ¿no crees? – respondí en clara alusión a los baños nocturnos.

Se encogió de hombros. Caía una fina y lenta llovizna.

-¿Sabes cómo se llama esta lluvia? – me preguntó. Creí adivinar lo que pretendía.

-Calabobos. Y el bobo soy yo, ¿no es así? – Di por sentado que quería burlarse de mí.

-En Asturias la conocemos como orvallo y bobo te lo has llamado tú mismo. Me llamo Santiago y ya que vamos a estar dos horas juntos es mejor que nos llevemos bien.

Estreché la mano que me tendía. Me alegré de haberme equivocado.

-¿Eres asturiano?

-¿Se nota?

-Lo decía por lo de orvallo. Nunca lo había oído. Me llamo Emilio.

-Ya, tú eres el de Almería. ¿Cómo se te ocurre tener un apellido que molesta al sargento?

-Me salvó el carné. ¿Siempre es así?

-Siempre. Irás conociéndolo.

Arreció y fui a guarecerme en la garita.

-No lo hagas, a menos que quieras terminar ahí dentro – me advirtió señalando la reja.

-¿Por qué?

-Está prohibido, no intentes comprenderlo.

Retrocedí y la lluvia cesó de pronto, como queriendo dar una tregua a los mojados.

El calabozo estaba habitado, el inquilino se acercó a la reja queriendo participar en la conversación.

-¡Eh, chivo! ¿Tienes tabaco?

-No le dirijas la palabra – volvió a prevenirme.

-¿Porque terminaria ahí dentro?

-Exacto. ¿Quieres probar?

-Tengo bastante con lo que tengo. Gracias.

-Que si tienes tabaco, chivo de mierda – insistía el preso.

Di la callada por respuesta y, tras varios intentos, se apartó de la reja. Poco antes de ser relevados me acerqué de nuevo y dejé el paquete con dos cigarrillos y las cerillas en la base de la reja.

Tras dos horas volvimos a cubierto, justo a tiempo de arriar bandera. Decidí dormir, seis horas después saldría de nuevo. Haber hecho mi primera guardia con lluvia me convenció de que la guardia me gustaba por increíble que parezca. La próxima la haría protegido y no terminaría empapado.

La relación con los veteranos y compañeros de guardia se produjo y ellos serían nuestros primeros aliados para que nos vieran como iguales. Quizás porque regresamos mojados de arriba abajo, consideraron injusto que también esa noche fuéramos sometidos a tan recurrente broma. Quizás también porque, al fin, mantuvimos conversaciones en las que nos dimos a conocer y ya nunca fue lo mismo.

 

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